Por: Andrea Lara.
Al Parque Berrío lo conocí en el 2016, en una visita fugaz a Medellín acompañada de mi madre. Lo vi por unos segundos, me pareció extraño, era gris y se podía apreciar el humo que salía de los buses y como estos manchaban el tronco de las palmeras y árboles que lo decoran. Sin embargo, tenía vida, había tinteras, vendedores ambulantes y tres concentraciones de personas, una, alrededor de algo llamado “culebrero”, otra con un hombre y un títere de monito que bailaba al son de una canción de Carlos Gardel, y la última, un trio de señores tocando guitarra, con varias parejas bailando, en un espacio que no parece estar hecho para ello, pero que aún así había cierta alegría y disfrute.
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Han pasado ocho años desde aquel primer encuentro entre el Parque Berrío y yo, y lo digo así no porque no haya vuelto, sino porque desde mi regreso a Medellín es la segunda vez que me detengo a observarlo, analizarlo, estudiarlo y conocerlo.
El Parque Berrío recibe este nombre en honor a Pedro Justo Berrío, político conservador que fue presidente del Estado Soberano de Antioquia entre 1864 y 1873, cuando el país era conocido como “Estados Unidos de Colombia”. Entre sus logros se destaca el triunfo de la batalla de Bosa en 1854 cuando culminó el conflicto entre el Estado y la dictadura de José María Melo, la organización de batallones durante la guerra entre Tomás Cipriano de Mosquera y Mariano Ospina Rodríguez, además de mantener oposición frente a políticas liberales. Igualmente, mientras que el resto del país se dividía entre liberales y conservadores, con Berrío el Estado Soberano de Antioquia mantuvo el régimen conservador.
Conocí la historia de su nombre y de la estatua que se muestra imponente entre las palmeras a través de distintos documentos. Hoy, este espacio conmemorativo parece ser más un sitio para el descanso y un punto de encuentro para los músicos, de los cuales me entero que fueron una tradición de cada viernes, donde hacían shows, algunos se vestían de mujeres y empezaban a correr entre sus asistentes, quienes entre baile y risas creaban un lugar seguro y con mucha dicha.
Una protesta
Me muevo hacia las escaleras del metro, lo que me permite observar nuevamente tres situaciones peculiares en un mismo espacio: la primera, una concentración de la Organización Colombiana de Pensionados a favor de las reformas pensionales del actual Gobierno.
para mi sorpresa, la manifestación es acogida por los presentes a excepción de un hombre que se encontraba a mí izquierda en las escaleras, era delgado, con una camiseta color azul rey que tenía un estampado de algo que parecía un cohete en la espalda, jean y zapatos del mismo color que su camiseta. Gritaba en contra de los manifestantes, algunos de los pensionados le respondían, defendiendo el plantón, pero el hombre seguía manteniendo su posición.
Entonces, uno de los que participaba en la manifestación se le acercó a pedirle que partiera del lugar, pero al no tener una respuesta afirmativa de aquel oponente, pareció que el plantón pacífico se transformaría en algo parecido a una persecución de pensionados contra el opositor. Al ver esto el resto de las personas presentes empezaron a gritar, y el hombre sin más y atendiendo lo que dijo el jurado del Parque Berrio, se fue manoteando y alegando con palabras que no alcancé a escuchar.
Serpientes, dinero y la “doctora corazón”
Dejo aquella escena digna de algo que alguna vez vi en películas inspiradas en los juicios de Salem para ir una segunda concentración, una más tenebrosa. Había unas veinte personas alrededor de algo similar a la brujería, una mujer que adivinaba el futuro predecía cosas y si alguien se atrevía a burlarse era castigado con un maleficio.
En el piso había varios elementos, algo que asemejaba una cabeza de mono disecada de la que solo se veían algunos pelos en el cráneo, una pañoleta verde, una maraca con cuentas que imitaban el sonido de un cascabel, cigarrillos, un muñeco de bebé con la tez oscura, un frasco de vidrio que contenía un aceite o alguna loción y una cruz envuelta en periódicos que usaría para domar a la serpiente que estaba dentro de una cosmetiquera cubierta con pulseras encantadas para calmarla.
Al lado de la cosmetiquera, la mujer o como ella se hacía llamar “doctora corazón, disponible en Olímpica Estéreo en la emisión de las 5 de la mañana”, presumía de cascabeles que les había sido arrebatados a varias serpientes, expuestos como premios mientras que en su mochila se apreciaba un peluche rosa y apartemente la existencia de una segunda serpiente que solo mostró dos segundos.
La mujer tenía un micrófono, hablaba rápido, moviéndose de un lado a otro buscando tapar a la serpiente que estaba dentro de su cosmetiquera de las cámaras de aquellos curiosos como lo era yo, nos dijo que hiciéramos un círculo tapando todas las entradas, repetía una y otra vez “no me graben que me pongo nerviosa, no me graben que me pongo nerviosa”, pero insistí e intenté tener un video del momento. Sin embargo, fallé, la mujer me amonestó y me dijo que lanzaría un hechizo si seguía, tuve que parar.
Todo eso, para “ver” una pequeña cabeza de serpiente que por sus colores parecía ser una guardacaminos, su cabeza era ancha, y lo poco que alcance a observar de su cuerpo fueron sus colores, la mitad negro y la otra parte amarilla con manchas de este mismo tono en el resto de su cuerpo.
La serpiente, en caso de ser la que pensaba, no era venosa pero sí impactante, la mujer le acercaba la cruz envuelta de periódicos para “calmarla” y en esas pide a los asistentes que le den una moneda a cambio de los cascabeles, pues aseguraba que estos tendrían algún poder para la suerte, la riqueza, el trabajo o el amor.
La primera persona en atreverse fue un hombre de unos 40 o 50 años, le da una moneda de 500 pesos a cambio del cascabel, la mujer le dice “sienta como se mueve” y hace un rezo “trancase guasapa trancase guasapa guare arisca piura” y le dice “usted trabaja como una mula pero le han pagado muy mal, busca el amor pero no encuentra quien lo quiera, a partir de ahora esta moneda queda para la buena suerte y para que encuentre el amor” le dijo que la mirara bien, la moneda pasó de tener un cobre desgatado a tornarse de un color plata.
Al tal hecho, las demás personas se animaron a darle sus monedas y billetes, entre estas una madre y su hija, ambas envueltas en una cobija y vestidas con pijamas descuidadas por el tiempo, la niña tenía unos dulces y su madre en una riñonera las monedas y billetes producto de lo recogido de ese día, la madre le dio un billete de 2 mil a la bruja, ella lo tomó sin más y lo puso sobre la serpiente, recitó las mismas palabras “trancase guasapa trancase guasapa guare arisca piura” le dijo unos números de lotería que la niña llena de ilusión anotó en un papel.
La sesión continuó, llegaron más billetes con la promesa de que serían regresados, se dijeron más números mágicos y otras predicciones, a mí lado había un hombre delgado, de unos 70 años, llevaba ropa rasgada, con la barba larga y blanca, tenía un parche en el ojo y la ausencia de varios dientes, miraba asombrado la magia de ese círculo y me decía “¿si ve?, esa doctora corazón sabe”, en esas desempolva los únicos bolívares que le quedaban y al dárselos, la mujer le dijo “usted está solo y su familia no lo quiere, lo abandonaron” Aquella cara de asombro del hombre se transformó rápidamente en un intento de aguantarse las lágrimas ante una soledad que había sido expuesta.
Sus bolívares fueron retornados al igual que el resto de los billetes, todos bajo el juramento de haber sido limpiados y transformados en abundancia, prosperidad, amor y sueños que se cumplirían.
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Parque Berrío, un lugar para el encuentro
Ahora, estoy pensando que más pasará en esta tarde frente a mí. Un tercer encuentro, un grupo de personas, en su mayoría hombres, sentados en las jardineras que dan a la calle, viendo lejos, contemplando como corren las horas. Me percato de algo, están “parchados” como se dice hoy en día, como me lo expresó un señor del que me hice brevemente su amiga “es estar aquí, sentarse en un muro o las escaleras, comprarse un tinto, hablar con alguien”.
Le pregunté qué significaba el parque Berrío para él, y me contestó “es un punto de encuentro, para verse con los amigos, bailar, ver gente, es eso, un encuentro”. Me contó también cómo su pasatiempo favorito era sentarse ahí hasta las 8 de la noche y dejar pasar el tiempo. Esa respuesta se repitió varias veces entre las personas que estaban sentadas allí.
Permanezco en el parque unas horas más, pensando en el ágora, un espacio en la antigua Grecia donde se reunían a hablar de arte, filosofía, política, y más, ¿acaso el Parque Berrío es eso?, en solo una tarde hubo una un plantón político, brujería, música y personas que se dedican a contemplar la vida.
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