William decidió que no le gustan las oficinas, que lo suyo es trabajar con la gente, con los niños sobre todo, en la calle. No tiene pareja ni hijos y ha empezado varias carreras, desde publicidad, diseño de espacios, hasta administración e ingeniería industrial. No ha terminado ninguna, sin embargo hoy trabaja y lo hace con gusto.
Todos los días se enfunda un traje que el mismo diseñó y armó con tarros de pintura, una tableta con Bluetooth y algo de chatarra. Después de sacarlo de una maleta de viaje con rodachines, tarda entre 30 y 40 minutos en ajustarlo a su cuerpo. Queda parecido a una mezcla entre Robocop, Depredador y Buzz Lightyear. Se llama Ecotrón.
La pinta es medio agresiva, pero esta sensación se esfuma cuando uno escucha la voz dulce y radial hablando sobre el cuidado de nuestro hogar, la tierra que habitamos. No le niega una foto a nadie, ni ahorra palabras suaves para los más pequeños, les da la mano, los carga, se preocupa porque la foto haya quedado bien, posa como le digan, en fin.
William disfruta su trabajo como ninguno, pese al sol de la tarde de agosto que, implacable, golpea su armazón de plástico y metal. De inmediato me muestra un extractor en la cabeza, un ventilador en la espalda y algunas perforaciones en el traje que lo mantienen a una temperatura soportable y en un ambiente tan controlado que impide que su ánimo decaiga “y que me cocine al baño María”, dice sonriendo.
Hay algunas personas que no asumen bien el tema del artista callejero y se muestran reacios a su presencia”
Durante la entrevista no se quita el casco y yo tampoco se lo pido, entonces la sensación es extraña, como la de estarle hablando a un contestador o a una cámara. Pero, repito, la voz tranquila, armónica de William, rompe la barrera y ya somos un par de amigos, uno humano, otro de plástico, hablando como si tal cosa.
Lleva cuatro años como Ecotrón, en la Plaza Botero. El personaje se lo inventó cuando trabajaba con la Alcaldía en programas de enseñanza de reciclaje en asocio con el Área Metropolitana. Le quedó gustando el cuento e incluso ya quiere llevarlo a un plano digital para llegarle a más público, creando un canal en Youtube. Al terminar su contrato y mientras trabajaba como mesero en el bar Wall Street del centro, decidió darle marcha al proyecto y resultó haciendo más dinero que “meseriando”.
Este es su trabajo de tiempo completo, entra y sale a la hora que quiere, pero tiene que trabajar más. Tiene que ser mucho más disciplinado, pero él lo disfruta al máximo. “No es rebusque”, dice. “Yo estoy aquí porque quiero, porque me encanta laborar con los chicos, con las familias, trabajarles sobre todo el miedo, porque creen que yo voy a matar a todo el mundo, como los robots que ven en las películas de Hollywood. Yo muestro esa cara amable de la tecnología”. También dice que hay gente adulta que se asusta, pero una vez pierden el miedo se integran con el personaje e interactúan con él.
“De donde vengo, que es el futuro de Medellín, ya no hay armas porque ya todo es diálogo y paz”. Ecotrón
De 10 de la mañana a 5 de la tarde, William y Ecotrón son un solo ser, una empresa. En medio de la conversación, un pequeño se acerca cauteloso y deposita unas monedas en un tarro reciclado que alguna vez sirvió para cargar aceite. William imposta un “Gracias, amigo.” en un tono cinematográfico. Se hace una foto con él y el infante corre feliz hacia sus padres.
Él vive de lo que logra recoger cada día, según la temporada, y dice que estará en esas durante los próximos dos o tres años mientras el personaje está maduro. Luego piensa crear más personajes e ir a los centros comerciales o grandes concentraciones y hacer campañas sobre el reciclaje.
Dice que no tiene problemas con la gente o con Espacio Público porque aprendió el tema de servicio al cliente mientras trabajó en empresas. “Yo no molesto a nadie, no atosigo a la gente, no hostigo. Yo solo soy un personaje que camina con su tarrito, se hace una foto con las personas y si quieren aportan, y si no…pues no”. Pero no siempre es así. En Envigado me fue mal, me trataron como a un delincuente, Espacio Público de allá es una cosa muy grosera”. Apunta.
William es de Medellín y trata de imprimirle algo de la idiosincrasia del paisa al personaje, ser jocoso, cálido, amable. Recuerda anécdotas cuando se encuentra con personas alicoradas o en manos de alucinógenos y el susto que les produce ver su figura, a veces hasta lo atacan. Los chicos, por su parte, le preguntan por las armas y él ya tiene una respuesta para eso: “de donde vengo, que es el futuro de Medellín, ya no hay armas porque ya todo es diálogo y paz”.
Ser un artista callejero significa para William representar algo del talento que se da en Medellín “Pero nos falta mucho para que la gente valore lo que aquí se produce. Falta conciencia para reivindicar este arte. Esto es muy elaborado”.
“Cuando vengas a hacerme otra entrevista, en dos años, el personaje estará mejor. Cuando uno hace las cosas así, con responsabilidad, a uno le va bien”, dice con seguridad y se deja abrazar de un chiquillo, que ya le perdió el miedo mientras nos veía conversar.