Por Valentina Castaño
Si los 139 metros que tiene de alto el edificio de la Cámara de Comercio en el centro de Medellín se ven imponentes desde abajo, desde arriba la altura parece incluso más. Con 32 pisos, este pequeño rascacielos, el cuarto más grande de la ciudad, se unió en la década del 70 al edificio Coltejer y al del Café para cambiar por siempre el paisaje arquitectónico de esta zona de la capital paisa.
“Este es el más alto que nos ha tocado, casi siempre son máximo de 20 pisos”, explican Emer Luis Padilla Martínez y los hermanos Jorge Mario y Santiago Salazar Ospina, miembros del equipo de trabajo que actualmente está haciéndole mantenimiento a la fachada exterior del edificio.
Jorge y Santiago provienen del occidente antioqueño, mientras que a Emer se le puede sentir en su voz calmada un marcado acento costeño. Al mirar para arriba y ver cómo se extiende hacia el cielo la Cámara de Comercio, sorprende pensar que estos hombres puedan limpiar su exterior.
Una oportunidad bien arriba
Tanto los hermanos Salazar como Padilla no son de Medellín, llegaron de Anzá Antioquia y de Montería respectivamente. Lo más sorprendente es que ninguno tenía un interés particular por trabajar en las alturas, este empleo fue simplemente la oportunidad de tener una mejor calidad de vida.
“Yo vengo de un pueblo, Anzá, en el campo las cosas se ponen muy mal económicamente y un primo me ofreció trabajo aquí con esto, me vine y llevo en ello unos 10 años”, cuenta Jorge Mario.
Hace poco más de tres meses, su hermano menor Santiago decidió seguirlo a la ciudad, donde Jorge ya tenía el camino pavimentado; así logró conseguirle un puesto dentro de la empresa donde él trabaja, Aplicassab S.A.S, que ofrece servicios de mantenimiento de fachadas.
Antes de comenzar a trabajar a decenas de metros por encima del suelo, las personas son fuertemente entrenadas en todos los pormenores de la labor: seguridad, maniobras de rescate, y por supuesto, el bien conocido “curso de alturas”.
“En cuanto a la seguridad lo primero es verificar todos los equipos, el freno, el arnés, las líneas de vida, certificar anclajes y pues tener mucho cuidado”, explica Emer.
Pero, pese a todas las medidas de seguridad, al verlos descolgarse en sus arneses sobre la avenida Oriental surge una pregunta imposible de evitar, ¿no les da miedo?
“La verdad las primeras veces sí, cuando uno hace el curso de alturas la evaluación es en un andamio bajito, otra cosa muy diferente a estar ya realmente trabajando en un edificio”, expone Jorge. “120 metros hacia arriba no son cualquier cosa”, replica Emer.
Y es que, aunque uno crea que ellos se han acostumbrado a su trabajo, todos concuerdan que la elevación es un verdadero desafío de su profesión.
“Lo más retador es sin duda la altura, por ejemplo, aquí donde abajo hay una vía tan concurrida, le da a uno susto ver la gente y los carros; muy diferente de cuando se trabaja en una unidad donde muchas veces uno caería a césped y no hay nada abajo”, comenta Jorge.
Sobre los retos laborales Emer continúa, “Yo creo que es cuando comienza a ventear, ahí uno se asusta más. Cuando hay mal clima, llueve o hay demasiado viento, no se trabaja porque es peligroso”.
Sobre la obra
Velar por el buen mantenimiento de un edificio tan grande como el de la Cámara es un trabajo de tiempo completo, constantemente se realizan obras para procurar que el lugar conserve el mismo brillo que tenía cuando se construyó.
Según Alison Araque, administradora del edificio, estos últimos trabajos se deben a “la filtración de humedades, el deterioro de las placas y suciedad de las mismas por contaminación ambiental. Detrás de la decisión están todos los propietarios”.
Las obras de fachadas empezaron el 1 de diciembre de 2022 y terminarán el próximo 26 de mayo, para realizarlas fue necesario un presupuesto de más de $364 millones.
Así pues, una vez Jorge, Santiago, Emer y el resto del equipo terminen su trabajo, se logrará el mejoramiento estético de las fachadas, el edificio quedará impermeable a la lluvia para evitar filtración de agua a los apartamentos y oficinas y habrá un incremento en la calidad de vida de los miembros de la copropiedad.
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