Acabando de cumplir 75 años, el edificio La Naviera, ahí en Palacé con la Avenida Primero de Mayo, acuna un proyecto que permite la integración social de un grupo de personas tradicionalmente relegado para la vida laboral, el de aquellos que vienen al mundo con capacidades diferentes. Ese proyecto se llama UIncluye, está apadrinado por la Universidad de Antioquia y su primera realidad tangible es un acogedor café en el primer piso de la emblemática construcción, hito inicial de la arquitectura moderna en Medellín.
Son las ocho de la mañana de un miércoles, el café lleva abierto una hora y Angélica Madrigal, experta como pocas en el principal producto de exportación no minero energético del país y administradora de UIncluye Café, ya está cuadrando caja para la jornada del día mientras suena un delicioso rock de los 80. Nos sentamos en una de las aproximadamente quince mesas del lugar y me enseña la nutrida carta del sitio, y yo fiel a mi devoción por el capuchino, ordeno uno, mientras ella, como la experta que es (tiene una maestría en economía y ciencias del café) se va a tomar simplemente un tinto. En pocos segundos me dice “Te voy a contar esta historia a mi manera” y comenzamos a recorrer el sitio.
Me va relatando la importancia histórica de la edificación de ocho pisos con forma de proa de barco de vapor, bien de interés cultural de la ciudad. Ese primer piso donde está el café aún conserva la ventanería en forma de vitrinas y una hermosa puerta metálica vaciada en aluminio con decoraciones en alto relieve. Es, definitivamente, un lugar digno de conocer, sobre todo ahora, que es administrado por la Universidad de Antioquia y que ha recuperado buena parte de su esplendor gracias a la mano, en parte, de la facultad de artes del Alma Mater.
La esencia del café
Uniendo voluntades, nace la idea del café en el primer piso del edificio. Aquí es donde entra UIncluye, un programa de la Vicerrectoría de Extensión y Educación de la U de A, creado para muchachos con discapacidad intelectual en el que les enseñan a ser autosuficientes, a valerse por sí mismos, a manejar el dinero, a orientarse en la ciudad, a no depender exclusivamente de sus familias.
Basándose en proyectos ya existentes, como el de la Corporación Crear Unidos, que tiene varios de los estudiantes del programa, y con el apoyo de la Facultad de Ciencias Farmacéuticas y Alimentarias y su Especialización en Café (en donde Angélica es docente), el Café UIncluye se hizo realidad y funciona desde el 11 de diciembre pasado.
El proyecto es posible gracias también a aliados como la Fundación U de A, la Corporación Día y Mantagro, una organización familiar que trabaja con la comunidad de caficultores de Támesis, Valparaíso y Caramanta, en el suroeste antioqueño, y provee de café de origen y especialidad a este lugar, decorado gracias al apoyo de la Facultad de Artes. De hecho, el exterior también ha sido renovado y ahora es un lugar que invita a pasar y a apropiarse de él como nuevo referente del centro de la ciudad. Más allá de un café, UIncluye quiere ser un centro cultural.
Chicos con autismo, síndrome de Down y otras discapacidades intelectuales, fueron seleccionados según su experticia para atender en el café. Incluso, algunos de ellos tienen emprendimientos en los que producen alimentos de repostería y panadería y son proveedores de parte de lo que se ofrece en la carta. La vinculación al café se hace con contrato laboral y todo lo que la ley exige, cada muchacho tuvo su capacitación y tiene acompañamiento por parte de tutores y docentes del programa.
También hay tres baristas estudiantes de la universidad, que apadrinan a los otros tres chicos del programa UIncluye para que todo salga bien. Los comentarios en las aplicaciones como Google Profile Bussines, son siempre positivos. Incluso, algunos de los muchachos hablan inglés.
Para hacer el pedido, debe llenarse una hoja que tiene cada elemento de la carta especificado y con una casilla para seleccionar lo que se desea, y en qué cantidad y término lo quiere. Así, los muchachos se llevan la solicitud por escrito y no hay lugar a errores.
Aparte de la repostería y panadería, tienen una línea a la que llaman “entretiempo”, una especie de brunch, con waffles de choclo, base de yuca, pandebono y diversas proteínas.
Otro de los proyectos es abrir un coworking en una suerte de mezanine, que será operado por la Facultad de Idiomas y en el que también se desarrollarán conversatorios, clases de inglés, de lengua de señas, “Coffee Parties” y otros eventos puntuales.
Con el corazón
Angélica me presenta a Alejandra Campillo, una de las camareras del café UIncluye. Antes de conocerla, me dice que ya hace capuchinos con la decoración en forma de corazón. Un logro que yo, ni en diez reencarnaciones, conseguiría realizar.
Me cuenta Alejandra que aunque no terminó el programa UIncluye, acumuló la experiencia necesaria en Crear Unidos, el otro café que emplea a personas con condiciones diversas, y está preparada en atención al cliente. De todas maneras, tiene su tutor y me confiesa que, en un principio, era muy tímida y le costaba tomar el ritmo de trabajo. Con ayuda del tutor, poco a poco fue cogiendo confianza y adaptándose al rodaje del café.
Alejandra insiste en todo lo que ha aprendido. Aparte de atender las mesas, ya sabe preparar un café americano, un espresso y un capuchino, pero me aclara que aún le falta perfeccionar el tema de la decoración.
Es inevitable la pregunta de cómo le va con los pedidos, si no se ha confundido alguna vez. Ella se ríe con una carcajada que retumba en el lugar y acepta que le ha pasado. Todo, porque confiaba en su memoria, no anotaba y se le volvía un enredo la entrega de los productos, lo cual le generaba una carga de estrés, sobre todo, cuando le tocaba atender grupos grandes. “Algunas veces hasta llegué a llorar”, dice, bajando el tono de la voz. “Ya con la hoja de los pedidos, la gente señala que quiere y todo es más fácil”, dice con alivio.
Cuenta que los clientes ahora elogian su trabajo, agradecen la atención y no se le olvida la vez en la que unos comensales le dejaron un “Gracias por su servicio” escrito en una servilleta y con una buena propina.
Lo que más le gusta de su trabajo es la buena comunicación y el ambiente que genera con sus compañeros. También cuenta que le parece complejo cuando se topa con un cliente que no tiene paciencia o que no entiende la esencia del café y su dinámica. “A veces ni saludan, llegan como de mal genio, malhumorados y eso me afecta. También me afecta que se me vayan a regar las cosas, por ejemplo”, comenta con risa nerviosa.
“Este es mi primer trabajo y eso es lo que más contenta me pone, lo demás, son aprendizajes. Esta felicidad no me la quita nadie, me siento muy bien y acompañada. Mi mamá y mis hermanas están felices porque la niña está trabajando”, concluye, con su risa siempre fácil.
Por: Juan Moreno