Por Carolina Perez R.
Al medio día, Margarita María Calderón Carvajal escucha desde el balcón de su apartamento el replicar de las campanas de las dos iglesias cercanas. En el horizonte las montañas, muy cercanas, relucen verdes por la acción del sol. Todo es tranquilidad hasta que la mirada cae hacia las calles aledañas. Entonces el ruido comienza a llegar desde los carros que transitan por las vías, desde las maquinas que adelantan obras de construcción y desde las carretillas de los vendedores ambulantes. Sólo al mirar hacia abajo, Margarita María se siente en pleno centro de la ciudad.
El recorrido visual y auditivo lo completan las otras dos torres del conjunto habitacional Marco Fidel Suárez. Cada uno de los edificios que conforman el complejo, debe su nombre a la calle sobre la que fue construido: Pichincha, Girardot y Bomboná, este último, al ser el primero en edificarse y el de mayor altura, acaparó el imaginario común, haciendo que, para muchos, todo el conjunto sea conocido como “Las Torres de Bomboná”.
Cuenta Margarita que cada una de las torres parece un barrio independiente. Con sus zonas comunes y puntos de encuentro. Hasta hicieron por costumbre que el ascensor fuera una especie de salón social, en donde cada uno de ellos se entera de la información relevante y tiene el tiempo suficiente para interactuar con los vecinos durante el recorrido.
Dice Ricardo Cano, encargado del área de seguridad del Marco Fidel, que la mayor parte de la población de las torres está conformada por adultos mayores. De ahí que la tranquilidad impere en los corredores y zonas comunes y que el contraste sea tan grande con la zona comercial.
Basta con mirar el tercer nivel, de uso exclusivo para los residentes, para confirmar la supremacía de la población adulta. La zona asemeja un gran parque de barrio, pero uno muy tranquilo, con la suficiente paz como para tener huertas en las que cultivan tomate, lechuga y plantas aromáticas, para pasear a los perros y para que los niños que viven o visitan los edificios, puedan jugar.
Son pocos los niños, dice Samuel Gómez de 9 años mientras monta en su bicicleta, sin embargo, son suficientes para que en época de vacaciones se reúnan y armen todo un plan de diversiones en el tercer piso.
Los viernes, Bertha Zuluaga baja hasta allí a hacer yoga, en una clase dirigida para adultos. Allí también se encuentran otras 20 personas en un costurero literario y hasta tienen un salón para los encuentros entre vecinos. Tienen una vida social tan cercana, que a veces se les olvida que están en edificios y son ejemplo de las vecindades de antes, las de los barrios.
Abajo, en el primer nivel, el cuento es similar. Pese a que el espacio es abierto y a que los corredores fueron pensados para que se integraran a la zona de San Ignacio, también allí se refleja la tranquilidad. Posiblemente por ser el único lugar abierto y con espacio público en medio de las agitadas calles de la zona, o por las actividades culturales que de a poco retoman al espacio y que han hecho del teatro al aire libre de nuevo un espacio de encuentro artístico. Quizá, como lo mencionan los habitantes, por la seguridad que allí se vive. El caso es que, en medio de los tres ambientes, las tres torres, se refleja que hay una comunidad que quiere a su barrio, a sus tres barrios.
Historia de Las Torres de Marco Fidel Suárez
El conjunto Marco Fidel Suárez fue construido en 1974 por el arquitecto Eduardo Arango Arango, bajo el mando del Instituto de Crédito Territorial, ICT. Está ubicado entre las calles Bomboná, Pichincha y las carreras Córdoba y Girardot, como una de las primeras unidades residenciales en altura de la ciudad.
Antes de las torres, en la manzana estaba ubicada la primera cárcel de mujeres de Medellín, administrada por la comunidad religiosa Hermanas de la Caridad y luego fue la sede del Centro de Estudios Generales de la Universidad de Antioquia y el Museo Etnológico de la U de A, espacios que complementaban al Paraninfo de la Universidad, y sus sedes alternas, que paulatinamente se fueron trasladando a la Ciudadela Universitaria.
Las primeras dos torres fueron construidas directamente por el ICT y después, en 1978, se entregó el proyecto a una cooperativa para su financiación debido un cambio en la política del Instituto, que priorizó la construcción de viviendas para clases bajas y desestimuló las viviendas de clase media.