Dar una moneda no es la forma correcta de ayudar. Tras ocho años como habitante de calle y adicta, Rosa, quien ahora tiene nueva vida, nos cuenta su historia.
Por: Alexander Barajas
Se llama Rosa Angélica George Montoya y su historia es tan dura como aleccionadora, y por fortuna, no es una rareza improbable. Con menos de 40 años, Rosa sabe lo que es vivir en la calle como adicta, donde habitó por ocho años conociendo el peligro y el crimen que la llevaron cinco veces a la cárcel el Buen Pastor y la tuvieron al borde de la muerte.
Después de escucharla, uno no puede dejar de pensar en la buena suerte que tuvo: esa experiencia solo le nubló su ojo derecho y le quitó un diente. No más. Rosa siguió intacta, incluso en aquello que pensó ya no tenía: ganas de salir adelante, de encontrar otro rumbo. Ahora tiene un empleo que la llena de satisfacción y una familia que la espera en casa, incluida la hija que dejó años atrás al cuidado de los abuelos.
92% de los habitantes de calle son hombres. Varón o mujer, su promedio de edad oscila entre 24 y 40 años.
“Yo soy la del comercial del sí se puede: Gracias a Dios y a Centro Día, recuperé a mi familia y mi amor propio”, me repitió Rosa cuando hablé con ella en el patio de este sitio de atención integral para el habitante de calle, uno de los dos de su tipo dispuestos por la Secretaría de Inclusión en nuestra comuna.
“Conozco los Centro Día desde 2005. Solo arrimaba cuando estaba inmunda y al borde de quedarme dormida varios días por llevar dos semanas o más despierta de tanta bazuca y pipa. Venía nada más a bañarme, comer y ponerme ropa limpia. Lo que me decían los educadores era carreta para mí. Apenas estaba lista, volvía a salir”.
Plata y calle, mala mezcla
En la calle encontraba el dinero para seguir drogándose, ya fuera robando o mendigando, no importaba qué fuera. Con monedas en la mano, el paraíso infernal de la droga estaba disponible. “No sirve regalar plata para salir de esa vida. Si se quiere ayudar, pague por unos dulces que le ofrezcan. Cuando uno ofrece un producto legal, uno siente que trabaja y se esfuerza, se siente digno”.
Vigilar el sistema oficial para esta población, y apoyarlo con trabajo voluntario o donaciones, es mejor que dar limosna.
Y lo dice por experiencia propia. Así comenzó su recuperación, y lo cuenta recitando la fecha exacta que le recuerda que su lucha es un día a la vez: el 14 de julio de 2010. El mes pasado fueron ocho años del evento que la cambió; en medio de “una traba” descomunal, un microbús de Buenos Aires la arrolló en la glorieta de la Minorista.
Despertó dos semanas después, justo unos días antes de la cirugía en que le amputarían el brazo y la pierna izquierda para evitar gangrena. “Es día me vio el médico y me dijo que los huesos habían empezado a unirse; me sanó mi Dios”. Esa fecha fue la de su último consumo y el comienzo de todo un proceso que le enseñó a caminar de nuevo en más de un sentido.
Ya no era carreta lo que le decían en el Centro Día. Dejó de pedir en la calle, empezó a trabajar vendiendo bolsas y dulces. Se acercó de nuevo a su familia, ya quería ver a su hija, “quererla y que ella me quisiera”. Ha sido un largo camino, nada fácil, pero lo ha logrado, un paso detrás de otro.
Sin limosna y gracias a la oferta institucional existente para el habitante de calle, encontró el respaldo que su esfuerzo necesitaba. Estudió otra vez y hoy es operadora terapéutica del sistema de atención al habitante de calle, “una educadora en Centro Día. Empecé el 14 de enero de 2016”. De 14 en 14; no de moneda en moneda…
Semillas que Crecen, Fundación Visibles, Ave Fénix, Nave de los Sueños, Aguapaneleros, Aguapanelazo y voluntariados cristianos complementan el trabajo oficial.
Oferta institucional
La Secretaría de Inclusión Social, Familia y Derechos Humanos coordina los programas y acciones para la atención y oferta de oportunidades para la población de y en situación de calle, la cual padece problemáticas de drogadicción, violencia intrafamiliar y desplazamiento intraurbano.
Este despacho actúa con un presupuesto superior a los $25 mil millones anuales para esta población y 120 funcionarios a su servicio en 15 centros de atención dentro del programa Somos Gente, en el cual se reconoce siempre que no está prohibido vivir en la calle y que salir de la adicción o superar problemas mentales es un proceso voluntario, incierto y largo.
En La Candelaria, aparte de los dos Centro Día que reciben 1.500 personas por jornada, funcionan dos dormitorios para 360 abuelos de calle, convenios con cuatro hoteles en Guayaquil para quienes aceptan empezar su recuperación en las dos granjas destinadas para ello en San Cristóbal, un centro de formación en el barrio Prado, un albergue en Juanambú para enfermos de tuberculosis y otro en Corazón de Jesús para personas con discapacidad cognitiva severa.