Por: Juan Guillermo Moreno.
José María Villa fue un ingeniero y matemático oriundo de Sopetrán, quien se hizo famoso a finales del siglo antepasado por levantar puentes colgantes en diversos sitios del país. Seguramente, en sus correrías por las construcciones de dichos hitos arquitectónicos, le tocaba comer fiambre, moga o llevar el “porta” de peltre con algunas viandas de cada región en la que se encontrara conectando al país por estas vías.
En su nombre se bautizó la Plaza Minorista de Medellín, que recogió todo el mercado al aire libre del famoso “Pedrero”, hoy Parque de las Luces, y lo llevó a vivir en 25.000 metros cuadrados bajo techo hace 40 años. Sería una frase tan común como los cajones en los que llevan las frutas, decir que allá se come bueno, se come mucho y se come de todo. Carne, pollo, pescado, arroces, platos típicos, en fin. Hay restaurantes famosos incluso más allá de sus fronteras, y hay gente que se pega el viaje solo para probar el pescado frito que se vende allí y para conocer un sitio que, sí señores, vende comida gourmet… ¡Que sí!, que es comida gourmet en la Plaza Minorista.
Aquí Paró Lucho
En 2008, Luis Fernando Díaz, natural de Cartago, Valle del Cauca, tomó un local que le ofrecieron en la Minorista para montar su propio restaurante. Pero no era un restaurante cualquiera. Al hombre le encantaba la comida mediterránea y en especial la paella. Ya había tenido otro par de emprendimientos como “Las Cuatro Estaciones” y “La Barra del Catalán”, en el cada día menos exclusivo sector de El Poblado. Así que nuestro protagonista armó, en el puesto 16 del conocido como “sector de las carnes” de la plaza, “Aquí Paró Lucho”, un local esquinero, con mesas y mantel, centros de cada mesa con flores y barra, que atiende todos los días, de cinco a cinco, menos los lunes.
“Mantenga un aspecto bronceado. Viva en un edificio elegante aunque sea en el sótano. Déjese ver en los restaurantes de moda aunque solo se tome una copa. Y si pide prestado, pida mucho”, reza un anuncio en el menú, compuesto por pescado (róbalo y salmón), carnes (solomito, cañón, costilla), hamburguesas y ensaladas.
Pero la especialidad de la casa y a la que la gente de las altas esferas incluso le hace el viaje es la paella marinera, que se dan el lujo de servir solo los viernes y vale 90.000 pesos. Se puede pasar con una limonada de verano. Todo muy español, joder.
También hay desayunos con calentao, omelette y el popular maridaje de arepa con huevo y aliños. Para bolsillos más magros, el plato del día con o sin carne y el tríptico, con seco de tres carnes a la plancha. “En dos lugares se come bien, en su casa y aquí también”, sentencia finalmente el eslogan del lugar.
Una cocina oculta
Por el “Sector de la Ropa”, en el que se consiguen, jeans, camisas y calzado de segunda mano, uno va caminando y encuentra “El Local de la Zarca”, de unos cinco metros cuadrados y aspecto de bar, pero que tiene un fogón a gas de dos puestos en el que Angélica Restrepo, cuyos ojos verdes le dan el nombre al sitio, cocina un suculento bistec con arroz y hogao.
Le pregunto que si este es un restaurante y ella insiste en que no, que es solo un local donde se sirven bebidas espirituosas, tinto, gaseosas y mecato.
-“¿Y si yo quiero almorzar?”. Insisto.
-“No, no le vendemos a nadie. Los almuerzos son caseros para nosotros porque la comida de aquí es muy maluca y muy mala”, sentencia, vehemente, Angélica.
Luego de una conversación disuasoria, un poco más reposada y en confianza, cuenta que no, que mentiras, que sí hay mucho donde comer en la Minorista pero que a ella solo le gusta su sazón. Y que, si yo quiero probarla, pues que ella me vende uno de sus platos por la módica suma de 18.000 pesos incluyendo la papa, y el huevo cocinado adornando el bistec. O sea, es un bistec a caballo.
Dice que su especialidad son los frijoles y que ella es famosa en la plaza por sus dotes culinarias, entonces solo le vende a los compañeros en el lugar, que la prefieren sobre los restaurantes que funcionan como tal.
Para gustos, los olores
En ese lugar, la mayor despensa alimentaria al por menor de la ciudad, los ingredientes de Lucho y Angélica viajan del campo a la mesa sin pasar por un supermercado, sin precios inflados y con la mayor frescura. Ya es albedrío de cada quien, si va hasta la plaza, si se decanta por la sazón de Angélica, o si se sienta a manteles a despachar la paella de Lucho en ese ambiente reverberante y variopinto de la Minorista.
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