Si nos trasladamos a comienzos del siglo 20, a ese incipiente parque de Berrío, que era el centro del centro, a sus calles y sus parquecitos aledaños, a su tren y a su mercado, a sus campesinos que a la vez eran urbanos sin saberlo, nos encontramos algún relato de Tomás Carrasquilla que le publicaban los periódicos de la época sobre personajes que deambulaban el centro de la villa, como “Vagabundos”, aparecido en el diario El Espectador el 8 de agosto de 1914, en donde habla de las calles, los personajes, las costumbres, la vida de pueblo metido a ciudad y los bares de chicha en aquellos tiempos.
Despuntando los años 30 aparece la obra “Una mujer de 4 en conducta”, de Jaime Sanín Echeverri, ambientada en gran parte en el centro de Medellín, donde llega Helena Restrepo, una campesina proveniente del corregimiento de Santa Elena, para hacer vida “en la ciudad”. Allí se encontrará con el Ingeniero García, para enfrentar esa Medellín de mejor familia, clasista, discriminatoria, viciosa y pendenciera. Sí, en los años 30.
En Aire de tango (1973), novela clave de la literatura urbana nacional, Manuel Mejía Vallejo recrea el ambiente aguardientoso y hostil de la Guayaquil de los años 40, con puñaladas, prostitutas, matones y bares, en ese centro de comerciantes y desarraigo de quienes venían a hacer vida a Medellín y entraban por esa especie de puerto seco a chocar contra el lado más indolente de la capital de Antioquia.
Héctor Abad Faciolince nos presenta en “El olvido que seremos” (2006), un centro de Medellín que es escenario de reuniones de líderes sociales, unas calles que sirven de pista para intentar cambiar la realidad nacional, pero también un escenario de muerte, desolación y dolor. Cuando en este testimonio autobiográfico narra la muerte de su padre, el médico Héctor Abad Gómez, en una calle del centro, de un centro en manos de violentos, el escritor ambienta una historia también mil veces contada. La de ese lado oscuro donde retumban las balas que se llevan a nuestros mejores hombres.