Por: Mónica María Pabón Carvajal
Por: Mónica Pabón
En aproximadamente dos décadas de participar en conversaciones, foros, charlas, encuentros y todo tipo de eventos sobre patrimonio cultural, he escuchado una y otra vez la misma pregunta ¿y es que Medellín sí tiene patrimonio? y para su respuesta las mismas expresiones: “es que somos la cultura del bulldozer”, “es que el hacha que mis mayores me dejaron por herencia”, “nosotros preferimos ser innovadores”… y sí, con cada una de estas frases se podría explicar el fenómeno de rechazo que los habitantes de Medellín han tenido y tienen frente a la conservación de su patrimonio cultural.
Somos la cultura del bulldozer, porque hemos sido cómplices silenciosos de la desaparición de bellos ejemplares de la arquitectura en la ciudad, llevamos años llorando la pérdida del Hotel Europa y junto a él, el Teatro Junín. La dolorosa demolición del Pasaje Sucre un enero de soledad, la desastrosa intervención que se le realizó al Palacio Nacional, entre otros. Sin embargo, cuando hablamos del lamentable estado que presenta la Casa de Pastor Restrepo en el Parque Bolívar, del olvido del Cementerio de San Lorenzo, de la constante agresión que sufren las casas del barrio Prado o del desvanecimiento paulatino de los caminos prehispánicos en los corregimientos de San Cristóbal y Santa Elena, todos miramos para otro lado, porque ese no es nuestro asunto, preferimos ignorar que todo esto está pasando hoy, pero seguramente, lo lloraremos más tarde, cuando sea el momento, cuando no haya nada que hacer.
Sin duda el gran problema que Medellín enfrenta en cuanto a la protección del patrimonio y específicamente del inmueble, surge de la concepción sociocultural de la ciudad. Medellín es una superposición de ciudades, donde las memorias no se protegen en la construcción de la nueva historia, por esto ha sido muy útil el hacha que nuestros mayores nos dejaron por herencia, ya que nos permite borrar cualquier huella del pasado para buscar el camino hacia el “desarrollo”. Ni a los antepasados, ni a nosotros nos ha importado conservar la memoria ni la identidad. No tenemos un concepto claro sobre nuestra cultura, no hemos logrado construir una imagen propia que nos permita pertenecer y ser. Nosotros preferimos ser innovadores, porque no entendemos qué es eso del patrimonio, eso que es del otro, eso que se mira de lejos y que de solo escucharlo ya huele a viejo, a guardado, a maluco.
Aunque todo lo anterior es cierto, considero que en un muy alto porcentaje, las problemáticas de conservación del patrimonio en Medellín están relacionadas con el desconocimiento de sus potencialidades, no solo desde sus posibilidades de explotación económica o turística, sino desde una perspectiva cultural como espacio de memoria, como evidencia histórica en continua construcción y especialmente como contenedor de vivencias contemporáneas.
La falta de educación frente a este tema no solo afecta a las comunidades que no ven ningún beneficio en una declaratoria patrimonial, sino también al establecimiento público, cuando sus funcionarios presentan desinterés y los gobernantes prefieren ignorar el asunto, porque no se gestiona, no se divulga, no se promociona. Es decir, no se genera una política pública que oriente su protección.
La tarea entonces está en crear conciencia sobre el tema, involucrar a la comunidad en los procesos de gestión del patrimonio, insertar el construido a las redes urbanas contemporáneas y la planeación de la ciudad. Así, los procesos participativos de educación, difusión, promoción, y autogestión del patrimonio local, serán una estrategia, no solo de ordenamiento territorial, sino de desarrollo social y económico para la población.
Para lograrlo debemos reconocer que este no es un ejercicio exclusivo del urbanismo, sino que es un trabajo interdisciplinar con énfasis especial en las disciplinas sociales. Se debe trabajar de la mano con el sector privado y lo más importante, reconocer que es el habitante el que dota de sentido a los bienes y manifestaciones culturales, es el que conoce realmente su patrimonio y le da el valor, por lo tanto, el que posibilita o no su permanencia en el tiempo.
No se trata entonces de anhelar, de vivir con nostalgia, sino de actuar inmediatamente.
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