Este edificio de 18.000 metros cuadrados fue el primero en Medellín en ser diseñado por una firma de arquitectura local. Hoy alberga más de 7 mil obras, entre las que se encuentran más de 60 donaciones del maestro Fernando Botero.
Por: Andrés Puerta
Ciertas construcciones se conectan de manera simbólica con el espíritu de las ciudades: la Torre Eiffel se inauguró para la Exposición Universal de París, en 1889. Inicialmente a los parisinos les pareció fea e intentaron que fuera derrumbada, pero, años después, se convirtió en el emblema por excelencia de la capital francesa y uno de los espacios más fotografiados del mundo. El Empire State hace parte de la representación de Nueva York, durante 40 años fue el edificio más alto del mundo, sede de películas paradigmáticas como King Kong y sitio de visita obligado para quienes van a la llamada Capital del Mundo. La Sagrada Familia en Barcelona tiene el misterio encantador de ser una catedral inconclusa, su magia radica en la imaginación desaforada de Gaudí que, hasta ahora, no ha podido ser culminada. En Medellín hay construcciones que también están conectadas con el palpitar de la ciudad, una de ellas el antiguo Palacio de la Cultura, el primer edificio construido en la capital antioqueña por una firma local.
El investigador Luis Fernando Molina Londoño considera que es la mejor edificación de la ciudad y una de las más importantes de la arquitectura colombiana en el siglo XX. El diseño se contrató mediante un concurso público y con una instrucción precisa, únicamente podían participar firmas locales y se usarían materiales nacionales. Los participantes tuvieron tres meses para presentar sus propuestas. El concurso fue ganado por H. M. Rodríguez e Hijos, que fue la primera gran firma para el diseño y construcción de edificios creada en Medellín.
En H.M. Rodríguez se destacó la presencia de Martín Rodríguez, quien desde muy joven demostró un gran talento para el dibujo arquitectónico. Su precocidad creativa lo llevó, a los 16 años, a diseñar el Banco Republicano, un edificio ubicado en el Parque de Berrío, que fue demolido para construir el de la Compañía Colombiana de Tabaco. Martín estudió arquitectura en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, y luego se vinculó a la firma fundada por su padre. A la muerte de este, se encargó, junto con su hermano Nel, de dirigir un gran número de obras en todo el país. Martín Rodríguez fue presidente de la Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín, gran impulsora de la construcción del Hotel Nutibara, cuyas obras dirigió, de acuerdo con los planos del norteamericano Paul Williams.
Nel Rodríguez, quien en ese momento era un arquitecto de 30 años, fue el encargado de los diseños del Palacio Municipal, una de sus obras más importantes, aunque son suyos también: el Hospital Mental de Antioquia, la Compañía Colombiana de Tabaco, el Teatro Pablo Tobón Uribe, el Banco Central Hipotecario, la Editorial Bedout, el barrio Conquistadores y algunas viviendas particulares, varias de ellas ubicadas en el barrio Prado.
La construcción de este edificio marcó un camino en el proceso de la modernización de la arquitectura de Medellín. En el fallo emitido, cuando la firma ganó el concurso para su construcción, se destacó la distribución de los locales, las facilidades para la circulación, la cuidada instalación sanitaria, el conjunto sobrio y armónico de sus fachadas, que hacen parte de la definición de su carácter. Dentro de los miembros evaluadores estaba otro personaje que sería definitivo para el Palacio: Pedro Nel Gómez, nombrado por la Sociedad de Ingenieros. Los otros jurados fueron los arquitectos Tulio Medina y Félix Mejía (quien nombró en su remplazo al ingeniero Rafael Toro), nombrados por el Concejo; el arquitecto Jesús A. Mejía, nombrado por la Sociedad de Mejoras Públicas y el arquitecto Arturo Longas, nombrado por la Sociedad de Arquitectos.
Los diseños estaban listos en 1927, pero la construcción se fue dilatando por diferentes razones, entre las que se encuentran los problemas para la adquisición de los terrenos y la crisis económica mundial, que comenzó en 1929. Finalmente, la inauguración fue en 1937. En el edificio se combinaron diferentes materiales y técnicas, el ladrillo que se imponía en la ciudad desde mediados del siglo XIX y que había tenido en Enrique Hausler (abuelo de Martín y Nel), en Horacio Rodríguez (padre) y en el francés Carlos Carré (edificios Vásquez y Carré), unos de sus mayores impulsores. En el Palacio, también se incluyeron materiales como el concreto reforzado, el hierro y el vidrio, que estaban muy de moda por esa época en Estados Unidos.
En el edificio se destacan el patio central, los ladrillos a la vista y los murales pintados por el maestro Pedro Nel, entre los que se encuentran: La mesa vacía del niño hambriento, El minero muerto, Intranquilidad por enajenamiento de las minas, La danza del café, Las fuerzas migratorias del departamento, el tríptico Homenaje al trabajo y La república, esta última ubicada en el recinto del Concejo y avaluada en su momento en doce mil pesos. En total fueron 300 metros cuadrados de frescos en el Salón del Concejo y se terminaron en 1938. El edificio fue sede de la Alcaldía y el Concejo de Medellín hasta 1987, cuando se trasladaron al Centro Administrativo La Alpujarra.
El Palacio fue adquirido por Empresas Públicas de Medellín, que guardaba equipos allí, mientras el edificio estaba cerrado. Entre 1995 y 1997 fue sometido a restauración y en el año 2000, la edificación se convirtió en el Museo de Antioquia, que tiene una colección de más de 7 mil obras, es el segundo más antiguo del país y cuenta con más de 60 donaciones del maestro Fernando Botero.
Para la actual directora del museo, María del Rosario Escobar, es el arquetipo de lo que significa el urbanismo social y es pionero en los alcances que pueden lograr las asociaciones entre lo público y lo privado. Representa un símbolo en la transformación de Medellín, que pasó de ser la ciudad más violenta del mundo a un destino turístico apetecido, en el que el Museo de Antioquia y la Plaza Botero son sitios de visita obligados.
El edificio del antiguo Palacio Municipal cuenta con más de 18 mil metros cuadrados y tecnología de punta, además alberga algunas de las obras más emblemáticas del arte antioqueño. Para lograr su remodelación fue necesario todo un movimiento de ciudad y la articulación de voluntades. Por un lado, el alcalde del momento, Juan Gómez Martínez; el sector privado, representado por Tulio Gómez, quien se convirtió en gerente del proyecto; la Fundación Ferrocarril de Antioquia, en cabeza de Álvaro Sierra Jones, quien era consciente de la importancia del Palacio Municipal y quería que fuera la sede del museo; Juan Luis Mejía, quien desde el Instituto Colombiano de Cultura también fue un impulsor. La sociedad civil se movilizó para participar del proyecto, Ana María Villa lideró una recolección de cartas dirigidas al maestro para que mantuviera la voluntad de hacer la donación. Pilar Velilla, quien fue la encargada de dirigir el museo en esa época y de liderar el proyecto, afirma que Botero nunca pensó en declinar la donación. Al contrario, su consagración como artista también estaba ligada a tener su obra expuesta en su ciudad natal, como ha sucedido con los grandes maestros del arte universal.
En uno de los momentos más complejos para Medellín, el artista antioqueño más representativo entregó una donación sin precedentes, que se convirtió en un arquetipo de recuperación para la ciudad, el edificio del Museo de Antioquia es uno de los principales testigos.