Continuamos con la entrega de Cartas al Centro, textos que reunieron las voces de siete reconocidos escritores reflexionando sobre nuestra ciudad. En esta ocasión las palabras salen de la pluma de Eufrasio Guzmán. Las demás podrá encontrarlas en Cartas al Centro
Medellín, mi piel
¿Qué ha sido esta querida Medellín que tanto hiere y excluye? ¿Qué podrá ser? Algo no definido, visto ni oído y que estamos por paladear. Algo por construir, pero no se hace solo con ladrillos y parques, aunque también importan y se ven bellos cuando están tocados por el arte y la gracia.
La ciudad es un conjunto de gestos que suponen la activación de todos los sentidos: vernos, darnos la mano, mirarnos a los ojos, escucharnos, atentos a lo que duele, para palparlo. Hay que reparar lo que está descompuesto para que algún día podamos sentarnos como iguales a la mesa y celebrar lo que nos congrega. Observo toneladas de pavimentos nuevos, vías de diez carriles; zonas extensas, no para humanos, sino para máquinas particulares. Y comparo esa cifra con las pocas aceras y unas cuantas escalinatas eléctricas, y con los miles de habitantes desprotegidos, desposeídos, ajenos a las oportunidades, implorando un rincón dónde depositar sus huesos, un resto de andén, un lugar cualquiera. Para venir a saber que ese duro andén es mejor que los canalones, los despeñaderos que los llevarían de regreso a su hogar perdido en la tierra ajena que disputan bandos como feroces perros de presa.
¿Cómo nace la aldea humana? Se elige un paraje, se levantan empalizadas y moradas para la protección y el encuentro. Amo esta ciudad como si fuera mi piel, lo que en una es nuevo espacio y sector desconocido, en la otra es exceso, escoriación, mancha. Aprendo a convivir con ello. Salgo de mi coraza y emprendo la peregrinación a lo espontáneo y fresco que me reta, mi vida que es cada mañana diferente, la ciudad, nuestra morada mayor, están hechas con el tejido de nuestros sueños; son emanación de los cuerpos.
La ciudad es un recubrimiento vital, membrana que nos integra a la tierra. Por eso nos duele tanto y la llevamos en el cuerpo y el alma hasta la muerte.
La escritura y el arte de las calles vuelven a fundar las ciudades en la piel del espíritu que las vio nacer y terminan por volverse más fuerte que las piedras. Y por eso hoy, por la gracia de la palabra y el gesto, debe nacer una ciudad que ya no es la de los álbumes de cartones negros y fotos viejas, sino la rutilante y coral que nacerá cada mañana en la vida fresca de todos sus habitantes.