Aportarle un espacio reflexivo a Medellín y permitirle que se mire a la cara en el espejo llamado escenario, ha sido el trabajo de este grupo que persiste en una pasión nacida en un colegio y que crece aunque no sea nada fácil mantenerse.
Por Víctor Vargas
Cuenta la historia, que es ya casi una leyenda, que tres jóvenes actores tuvieron que tomar una decisión muy difícil para sus vidas por allá a finales de la década del 70: si el teatro estaba afectando de manera tan drástica sus estudios de bachillerato, pues tenían que dejar… el colegio.
“El secreto para permanecer 40 años en el teatro es no dejar que el oficio mate la pasión”. Cristóbal Peláez. Foto: Cortesía Teatro Matacandelas.
La decisión no le pareció tan buena a las tres familias de los protagonistas de esta historia, ya que el teatro, en palabras de Cristóbal Peláez González, fundador del Teatro Matacandelas en 1979, “siempre ha sido en Medellín un asunto underground. En el 86 salimos de Envigado tras siete años estando en la Casa de la Cultura. Era muy difícil abrir el camino porque es que el teatro se ha ligado a marihuaneros, putas y vagabundos. Bueno, de hecho, esa fue una de las cosas que más me atrajo del teatro”, dice Peláez con sarcasmo y su voz aguda y clara, voz de actor.
Pues esa misma vida, que les trajo tantos problemas familiares a los tres muchachos, enfermos de pasión por hacer teatro a como diera lugar, le deja a Peláez González la satisfacción de una vida dedicada al arte escénico. La celebración es este año, cuando el Matacandelas llega a 40 años de oficio.
“De Envigado han salido cosechas buenas y malas. De las más hermosas han sido José Félix de Restrepo, Débora Arango, Fernando González y Matacandelas”, dice Sergio Restrepo, Gerente del Proyecto Claustro de Comfama y gestor cultural.
Para Restrepo, la celebración de las primeras cuatro décadas del Matacandelas, es el momento para agradecerles todo lo que han sido, no solo para Medellín y el Valle de Aburrá, sino para el país, porque “más que un teatro han sido una presencia física y espiritual, nos han ayudado y obligado a pensar, a dar lectura a nuestra sociedad”
Matacandelas es una de las 13 salas de pequeño y mediano formato asentadas en el centro, una de las más tradicionales y prestigiosas de Medellín.
Cuarenta años sostenidos con pasión
Y en verdad hoy la gratitud sería un buen pago, porque es que en este cuento de ‘las tablas’, en esta vocación que tanto cuesta, que no hace de los actores personajes acomodados económicamente sino hombres sencillos, ricos en pensamiento, experiencia, sabiduría, intelecto, se padece para bien, como lo dice el fundador de Matacandelas, quien relata que sus dos compañeros del viaje inicial se fueron, ya hace mucho rato, para dedicarse uno a las matemáticas y otro a la música.
“Nosotros los actores trabajamos dos veces más de lo que trabaja un obrero, ganamos menos de la mitad de lo que gana ese obrero y pasamos tres o cuatro veces mejor. ¿Cómo lo hacemos? Lo hacemos mediante la creatividad y la pasión… Nosotros solamente miramos el reloj para ver cuándo entramos en escena. La vida de los actores del teatro es una vida sin taxímetro. Pero nos consideramos privilegiados, hacemos parte de esa pequeña inmensa minoría del mundo y de las sociedades que trabajan en lo que les gusta”.
“Nosotros llegamos a la sede de Bomboná en 1994 y en 1995 el Estado empezó a considerar el teatro como una fuerza poderosa que podría contribuir a cambiar la sociedad y así llegaron algunos estímulos”. Cristóbal Peláez.
Ahora, esa satisfacción no niega la realidad de que hacer teatro es duro, aunque el consuelo sea que así es en todo el mundo. En la actualidad Matacandelas solo genera el 20% de sus ingresos por taquilla, un 10% por convenios estatales, otro 20% con la venta de funciones a instituciones y el restante 50% lo financian los mismos integrantes. Datos no oficiales dicen que en estas salas de mediano formato como la de Matacandelas, ubicada en la calle (Bomboná) en el centro, solo se ocupa el 40 o 50% de su aforo.
“Todos los actores del Matacandelas viven cerca del teatro, todos viven de eso, todos han decidido una apuesta por la vida sencilla, por cultivarse y atesorar recuerdos e imágenes, información y conocimientos que de alguna manera es más grande que coleccionar o acumular dinero o bienes, y esa estructura de casa que aún mantienen donde se almuerza juntos”, dice Restrepo para referirse a esa casi que oración del artista de teatro en Medellín: “Señor, danos hoy el espectador de todos los días”.
Por eso ahora, después de 40 años de esta aventura dramática, que nació de las galerías dramáticas salesianas, que luego se transformó en discursos críticos y contestatarios al pasar por las universidades y que muchas veces puso a los actores y directores en peligro de muerte por ser considerados socialistas, comunistas y revolucionarios, Cristóbal Peláez se siente satisfecho, se siente prestigioso y exitoso. No como se consideran esos términos normalmente sino de una manera más poderosa.
“Yo quisiera que esto no sonara grandilocuente. Tengo la convicción de que el trabajo con el arte y el camino del teatro es un trabajo de civilización, porque en el teatro el tema es básicamente la gente, la sociedad, los comportamientos, cómo llevarlos al escenario y que el escenario se convierta en una dimensión del mundo. Y eso siempre es algo que considero del mayor interés. La gente lo ha reconocido, formamos parte de la historia de Medellín”.
“En medio de la guerra contra el narcotráfico, cuando los violentos de Pablo Escobar pusieron toque de queda, Matacandelas lo desafió estrenando O Marinheiro. Eso era ser valiente o irresponsable, no sé”, dice Sergio Restrepo.