Por: Luis Fernando Agudelo. Director de Medellín Cómo Vamos.
Hace unos años caminando por las calles de San Benito con destino a la Universidad San Buenaventura, donde trabajé unos meses, por la peatonal de calle 51 que lo lleva a uno desde la Escuela Nacional Sindical hasta la sede central del SENA en la Minorista, pude ver a un grupo de niños indígenas y niños pertenecientes a familias de trabajadoras y trabajadores informales que entraban como una exhalación a una institución de atención a la primera infancia, todos con una sonrisa pintada en la cara.
Esa escena ilustra muy bien el profundo significado que tiene, para una sociedad como la de Medellín y Antioquia, la existencia de programas de atención integral a la primera infancia. Una ciudad que creó Buen Comienzo desde el diagnóstico que mostraba que el 71% de esta población vivía en condiciones de vulnerabilidad en 2004.
Personas como Martha Liliana Herrera, instituciones como Comfama y Proantioquia, y el impulso del Concejo de Medellín para ir moldeando una institucionalidad alrededor del cuidado de la primera infancia, hoy permiten que 47 de cada 100 niños entre 0 y 5 años estén atendidos en alguna de las modalidades del programa con recursos de Medellín y del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar.
Sin embargo, los estragos de la pandemia en los ingresos de las familias y especialmente de aquellas con jefatura de hogar femenina, que son la mitad de los hogares de Medellín, así como el aumento de la inflación, han hecho mella en la capacidad de cuidar a los niños. A eso se suma la inestabilidad en la dirección de Buen Comienzo, problemas de planificación contractual y cambios en los estándares de contratación en el programa.
El resultado es una ciudad que tiene a su niñez en riesgo: la desnutrición crónica en los niños con tamizaje nutricional aumentó y es la más alta en ocho años, creció la proporción de niños que nacen con bajo peso y hay menos niños menores de un año con esquemas de vacunación completa. Igualmente, al analizar las comunas donde más aumentó la pobreza medida más allá de los ingresos, La Candelaria aparece como el territorio de la ciudad con un incremento mayor, originada en las barreras para que los niños accedan oportunamente a servicios para su calidad de vida.
No podemos olvidar que es La Candelaria uno de los lugares que más recibe población en condición de desplazamiento y población migrante, así como uno de los nodos de empleo informal para los hogares de menores ingresos. Es fundamental hacer un llamado a reforzar la oferta de atención integral, especialmente a mujeres cabeza de familia que trabajan en informalidad en la vía pública en el centro. Algunas instituciones vienen de la mano con el gobierno local cambiando los esquemas de atención, pero las cifras y las realidades muestran que hace falta un esfuerzo mayor.
Lo que está en juego más allá de los indicadores y cupos, son las sonrisas y las vidas de esos niños y niñas que habitan silenciosos el espacio del centro de la ciudad. Medellín en su conjunto debe tener la vista vigilante para que las instituciones públicas se esfuercen aún más por localizar y entregar ofertas adecuadas para el cuidado de los primeros años de vida. De no hacerlo, estamos poniendo en riesgo la posibilidad de tener niños que sean adultos con vidas más largas, más felices y más productivas.
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