Al amparo de Prado y Boston surgió un barrio cuyo parque principal evoca su origen obrero, el mismo que lo hizo escenario de múltiples luchas trabajadoras.
Por: Valentina Castaño Marín
Durante la década de 1920, Medellín era una pequeña urbe que día a día crecía en número de habitantes. Para 1926, el empresario Ricardo Olano se encargaba de dirigir la urbanización de Prado Centro, el barrio que albergaría a las familias más adineradas de la ciudad.
Muy cerca de allí, entre las fincas de recreo que algunos acaudalados habían levantado en las vegas de la quebrada Santa Elena, y sobre unas tierras que pertenecían a la familia del paisa Vicente Benedicto Villa, el barrio Boston también iba poblándose y se convertía en un territorio próspero.
Sin embargo, entre ambos asentamientos existía un terreno que se había declarado baldío. Aunque no era demasiado grande, el visionario Manuel José Álvarez Carrasquilla, un rico loteador que también pertenecía a la Sociedad de Mejoras Públicas, le vio potencial residencial.
La historia de Los Ángeles
Álvarez, o Majalc como se hacía llamar, ya había fundado barrios como Aranjuez, Gerona, La Mansión y Sevilla, y decidió comenzar con la urbanización de esta zona a la que posteriormente le daría el nombre de Los Ángeles.
Para generar ganancias, su plan fue venderles lotes a los obreros que llegaban a la ciudad por el auge de la industrialización, a precios que oscilaban entre los 5 y los 30 pesos.
Aunque la idea de facilitar la adquisición de viviendas a los obreros no era nueva, y ya se había ejecutado en otros sectores como Manrique, Pérez Triana, La Independencia y La Ladera, hubo un detalle que marcó la diferencia en Los Ángeles.
“Los Ángeles es bonito, bien trasado, agradable, de casas muy grandes; una de las razones de esto es que, como limitaba con Prado, quiso imitar para la clase obrera la presencia de este barrio. Esa cercanía fue determinante”, comenta el periodista y escritor, Reinaldo Spitaletta.
Así nació este barrio obrero con tintes de élite. La mayoría de sus viviendas todavía conservan sus características tradicionales. Casonas antiguas con puertas de madera, pasillos en piedra, marcos con doble puerta, patios centrales con fuentes de agua y solares.
La vocación obrera
Una vez se consolidó el barrio, se hizo evidente que había quedado en él un pedazo de tierra baldío. El lote lo empezaron a usar los pequeños para sus partidos de fútbol y las vecinas para conversar en bancas que ellas mismas improvisaban.
Con el tiempo, los residentes del barrio, que eran en su mayoría obreros, empezaron a concentrarse allí para las manifestaciones del primero de mayo, junto a otros cientos de personas que llegaban al centro de la ciudad para conmemorar la fecha.
Así, el espacio se convirtió en un punto de encuentro para exigir derechos, y aunque se desconoce la fecha exacta de su bautizo, los vecinos cuentan que se le empezó a llamar Parque del Obrero a inicios de los años 30 y el nombre se quedó.
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Para 1935, al baldío ya lo decoraba “El Obrero” una escultura del maestro Bernardo Vieco que hacía honor a la vocación del parque, al igual que el monumento “La Familia”, diseñado y construido por el artista César Vila en honor a las madres. De esta forma, un barrio tradicional con nombre religioso, creció alrededor de un parque con símbolos laicos.
Los Ángeles hoy
Merida Gil de Pavas es una mujer elegante, a sus 92 años aún conserva la vanidad que la motiva a peinarse, maquillarse y vestirse como si fuera de gala. Mientras se sienta bajo los frondosos árboles del Parque Obrero a refrescarse y ver a su bisnieto jugar, recuerda cómo comenzó su historia en Los Ángeles.
“Mi papá compró una propiedad, 33 pesos valió esa casa, y si viera usted que casota, un solar de una cuadra entera”, dice la mujer sonriendo.
La hija de Merida, Patricia Pavas, es miembro de la JAC del barrio y por años ha sido líder del sector. Ella también atesora recuerdos de cuando los caminos del barrio eran de herradura, no subían carros y jugaba con sus amigos a deslizarse por las montañas de barro amarillo en tablas enceradas.
“Nos reuníamos los vecinos a hacer juegos callejeros. Jugábamos stop, hacíamos zancos con los tarros de las galletas de soda, lo mejor eran las comitivas, unos traían plátanos, otros papas y hasta huevos.”, recuerda Patricia con alegría.
Sin embargo, como la mayoría de los barrios del centro, Los Ángeles dejó de ser un territorio netamente residencial para albergar instituciones de caridad, fundaciones y teatros. Poco a poco, las grandes familias fueron disolviéndose y las enormes casas se quedaron vacías.
Si bien por algunos años el sector se volvió inseguro, quizá por el olvido de las administraciones municipales, para bien de todos, en la última década se presionó a la Alcaldía desde las entidades sociales para que se invirtiera en el barrio. Y aunque problemáticas como la aparición de inquilinatos están lejos de resolverse, no todo es malo.
“Desde la JAC hemos tratado de motivar a los vecinos para que se apropien de los espacios del barrio, así como también hemos hecho fuerza en la Alcaldía para que, por ejemplo, nos pusieran juegos de mesa en el parque. Afortunadamente ya se notan algo los cambios, ya se ven familias, personas haciendo deporte, y esto no pasaba antes, esperemos que se mantenga así” concluye Patricia mientras mira alrededor y detalla su barrio con esperanza.