El corazón de Medellín ya no es una zona residencial, pero aún es habitado por miles de familias y comunidades. Hoy sus residentes, como él mismo, se están transformando.
Por Vanesa Restrepo
En una esquina vecina a la Avenida La Playa, en pleno centro de Medellín, Manuela Saldarriaga encontró todo el espacio que había estado buscando durante años. Esta es mi habitación, si le sumás el baño y el vestier, es más grande que los apartamentos en los que vivía antes en otros barrios de Medellín, cuenta mientras guía un recorrido por los 200 metros cuadrados de ese sexto piso que hoy comparte con dos amigos y dos gatos.
A 950 metros de ahí, hacia el norte, Alberto Araque Montoya mira el techo de 23 metros de altura que lo cubre cada noche. Nunca en su vida se imaginó que iba a tener un palacio para vivir. “Este lugar me encanta porque tiene una energía especial y por eso mismo creo que no cualquiera viviría aquí. ¿Usted dormiría en una iglesia? Pues yo duermo en un templo, solo que no es católico”, dice en referencia al Palacio Egipcio, el hogar que desde hace un año y medio comparte en el día con decenas de agrupaciones culturales, y en la noche con un amigo.
Ellos hacen parte de una nueva generación de habitantes del centro que, lentamente y en la última década, han llegado para darle un nuevo significado al corazón de la ciudad.
En una de las esquinas más congestionadas de la ciudad hay apartamentos de más de 200 metros cuadrados.
Luis Fernando González, arquitecto y doctor en historia, explica que hoy la población del centro de Medellín no es tradicional y que está compuesta por grupos de personas que no necesariamente son familias: La mayoría de casas y apartamentos fueron construidos antes de los años 80, pero están en un entorno de ruido, mucha actividad y pocos espacios verdes, eso hace que sean atractivos para las jóvenes pero no para las familias con niños.
En efecto, en barrios como Boston, Prado y Villanueva se encuentran torres de apartamentos construidos hace más de 30 años, donde las áreas mínimas arrancan en 100 metros cuadrados. El problema es que el precio ha empezado a subir y la explicación se reduce casi siempre, según González, a una ley de mercados: hay buena demanda de este tipo de casas y apartamentos, pero la oferta es estática porque las nuevas unidades de vivienda que se construyen tienen otras características.
Mónica María Pabón, gerente del Centro, reconoce que ese fenómeno de nuevos residentes ya está siendo mapeado y coincide en que vivir en el centro implica bajos costos para estos residentes, pues muchos de los servicios que necesitan como educación, entretenimiento y acceso a bienes, están muy cerca y no requieren gastos adicionales de transporte.
El problema, agrega, es que el suelo en esa zona de la ciudad es costoso: No hay muchos terrenos para comprar, y espacios como oficinas y comercios generan más rentabilidad. Por eso el metro cuadrado para compra de espacio residencial en el cCentro puede ser incluso más caro que en El Poblado.
Los que somos y estamos
El origen de Medellín está en el centro. Aquí estuvieron los primeros barrios residenciales, casi todos construidos alrededor de los parques de Bolívar y Berrío, donde estaban las principales iglesias.
En 1786 el oidor don Juan Mon y Velarde, hizo numerar las casas para identificarlas. Según el documento “Medellín en Cifras” expedido por el Dane en los años 70, para entonces había 242 viviendas de un piso y 29 de balcón (dos pisos). Las calles tenían nombres coloniales: San Francisco, San Lorenzo, La Amargura, El Prado, la Carrera, El Sauce, El Resbalón, etc.
El POT de Medellín le apunta a una redensificación del centro mediante planes parciales que aún no despegan.
Ya en 1912, el censo oficial dice que en Medellín vivían 71.004 personas de las 740.937 que tenía Antioquia. Y según las narraciones del encargado de ese estudio, J.M. Mesa Jaramillo, los límites estaban marcados por San Lorenzo (hoy Niquitao), el río Medellín, el barrio Prado y la quebrada Santa Elena.
“Se han levantado numerosos edificios sólidos y elegantes, y un considerable número de habitaciones de estructura delicada y pintoresca. Casi todas las casas son blancas, limpias, cómodas, provistas de agua en su interior, con deliciosos baños y jardines esmeradamente cultivados, donde se muestran las más hermosas flores de todos los climas”, se lee en su informe en el que además cuenta que se abrieron gran número de calles que tenían como novedad ser rectas y amplias, y que todas habían recibido nombres históricos.
Para 1938, de acuerdo con el “Primer Censo Nacional de Edificios” la ciudad ya tenía 26.558 edificaciones de las cuales 17.817 estaban en la cabecera; es decir, en el centro. La América, Belén y Guayabal tenían 1.475, 992 y 463 viviendas, respectivamente. Cabe aclarar que para entonces la entidad responsable de la encuesta, llamada Dirección Nacional de los Censos —adscrita a la Contraloría—, consideraba a estas zonas como corregimientos. En “otros caseríos”, es decir, el resto del terreno municipal, había 5.811 edificaciones.
En 2015, según el Informe de Calidad de Vida de Medellín Cómo Vamos, el centro (comuna 10) tenía 31.297 viviendas equivalentes al 2,67% del total de casas de la ciudad. En 2019 la cifra aumentó hasta 33.318 casas; es decir, se construyeron 2.021 nuevas unidades habitacionales. Con eso la comuna pasó a tener el 3,75% de los hogares de Medellín.
“La vivienda sigue estando, pero sectorizada. Hay barrios como San Benito que antes eran residenciales y hoy son casi todos comerciales, pero también hay nuevos apartamentos en El Chagualo (cerca a la Universidad de Antioquia), en Boston, Villanueva y algunas zonas del barrio San Diego”, explica Pabón.
Y aclara que el Plan de Ordenamiento Territorial de la ciudad le apunta a una redensificación del espacio mediante una renovación total con planes parciales para sectores como El Sagrado Corazón (Barrio Triste) y el Perpetuo Socorro. “Esos planes son complejos porque se debe llegar a concertaciones y no con una o dos casas, sino con manzanas completas, por eso hasta ahora no se ha logrado. En la administración pasada propusieron 5.000 viviendas nuevas para el centro y no se logró. Ahora con la pandemia, todo se ha vuelto más difícil”, agrega.
Vivir en comunidad
Ómar Portela, estudiante de la Universidad Nacional y fotógrafo de CENTRÓPOLIS, señala que vivir en el centro no es tan distinto. “Yo tengo mi espacio y vivo tranquilo, tengo todo cerca. Incluso saco a pasear a mi perro, la diferencia es que lo hago en la Avenida Oriental”, apunta en tono jocoso.
Mariana Restrepo, residente del barrio Boston, coincide en que en su cuadra la tradición se sigue mezclando con la modernidad: al lado de mi edificio hay una familia que vive en una casa hace más de 30 años y no han querido vender. Hay tiendas en casas construidas hace más de 15 años y en la esquina hay un edificio nuevo y alto. Los que llevan mucho tiempo aquí se conocen y todavía se saludan en la calle y se preguntan por la familia.
Y Diego Zambrano, quien llegó a vivir en El Chagualo mientras estudiaba en la Universidad de Antioquia, señala que el barrio tiene un espíritu comercial, con buenas rutas de transporte y la facilidad de conseguir de todo cerca: Fue lo más barato que conseguí para arrendar siendo estudiante, y no era pequeño. Pero no tenía muchos parques cercanos porque los vecinos eran talleres y bodegas. Probablemente por eso la zona se llenó de estudiantes.
En lo que todos los vecinos consultados coinciden es que con solo dos mejoras —una en espacio público y la otra en seguridad— este podría ser el mejor vividero de la ciudad.
Un centro de solo residentes
En marzo de 2020 el Gobierno Nacional declaró la cuarentena por el coronavirus y, de la noche a la mañana, los comercios, oficinas y escuelas de todo el país pararon. En el centro solo quedaron los residentes. Desde su ventana, Manuela Saldarriaga vio desaparecer a los vendedores ambulantes, los buses y los estudiantes, visitantes asiduos de sus mañanas. En cambio, cuenta, se quedaron los habitantes de calle y los enfermos que cada día pasaban por una droguería vecina para reclamar sus medicamentos. “Todo se sentía como un domingo por la tarde: sin pitos, sin música, sin vibración. Eran días tranquilos, pero raros”, apuntó.
En el parque de Boston, Miguel Zapata dice que se volvió a sentir como en su natal San José de la Montaña. “La única diferencia es que no hacía frío, pero todo el tiempo las calles estaban solas. Usted solo veía gente pasar con las compras, como pasa los domingos en el pueblo”, agregó.
Los apartamentos y casas antiguas, que tienen espacios mayores, son atractivos para colectivos culturales y grupos de jóvenes con intereses comunes que los usan como habitación, pero también como sitio de trabajo.