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La lavandería cerebral

Mar 12, 2021 | Columnas, Destacado 1, Opinión

Los llamados “influencers” están ganando terreno en las mentes de los niños, los llenan de tonterías con sus payasadas al aire y con sus ideas sin sustento alguno.

Por: Juan Moreno. 

El virus de la bobada

Por: Juan Moreno

Hace unos días escuché una historia que ya había oído con otra protagonista. Se trataba de una chica que, llegando al despertar de su adolescencia, ese despertar se había convertido en una pesadilla. De ser una simpática niña, colorida, refulgente, vivaracha y despierta, había pasado a convertirse en un ser oscuro, melancólico, triste y ausente. Todo en cuestión de días.  

Yo me devolví a mi adolescencia, ya lejana, claro, para recordar cómo se trataban aquellos giros que nos proponían las hormonas en aquel entonces, cuando uno no sabía si era grande o chiquito, si le gustaban las mujeres o al fin qué y si sí estaba contento con su apariencia, sus mestizajes y la cantidad de preguntas y cuestionamientos con los que había que cargar a diario.  

Un grito de la mamá, el matoneo propio de los grupos de amigos y del colegio lo encarrilaban a uno y le removían la cabeza de pulgas cerebrales. Uno era metalero, punk, hippie, ateo, satánico, new wave, pero, llegando a los 20, en la mayoría de los casos, se volvía una persona “normal” y pasaba a formar parte del ciudadano del común, ese que trabaja para ganarse el pan diario y no anda por ahí inventando el mundo y creyéndose diferente.  

Hoy en día ante esos inconvenientes propios de la pubertad, las cosas son distintas. El guante de hierro se oxidó para dar paso a la terapia entre algodones, para darle vuelo a las expresiones más rimbombantes y a los pensamientos más barrocos. Cada quien, con la verdad revelada, va contándole al mundo que es distinto, único e irrepetible y cada corriente comienza a formar un nicho de seguidores que tienen una explicación para todo lo que pasa, ya de por sí bien enredado.  

Estas mentes en formación son las que más acceso tienen al mundo ancho y ajeno de internet y es ahí en donde comienza el llanto y crujir de dientes. Reciben todo tipo de información, son fácilmente influenciables y van por ahí abrazando ideologías llenas de pirotecnia y humo, sustentadas en teorías disparatadas que hablan del famoso chip de Bill Gates que viene en la vacuna y de los virus creados en China con el fin de someter a la humanidad, de las limpiezas de viejitos para que no haya que pagarles pensión, de la inutilidad del tapabocas, de que Trump volverá a la presidencia para fusilar a todos los demócratas y otras tantas explicaciones del absurdo.  

Pero esas son nimiedades comparadas con los famosos retos, en los que se insta a los confusos muchachos a llamar la atención a través de arriesgadas maniobras que ponen en riesgo su vida con el único fin de ganar seguidores, de adquirir notoriedad y de ser alguien en el ciclo de YouTube. A ese nivel de bobada nos estamos asomando. Los llamados “influencers” están ganando terreno en las mentes descremadas de los niños, los llenan de tonterías con su lenguaje barriobajero, con sus payasadas al aire y con sus ideas sin sustento alguno. Una cosa es salir bailando en el ciclo de Instagram o haciendo coreografías e imitando personajes en TikTok y otra muy distinta “retarlos” a que le metan los dedos a un cable pelado o se tomen el límpido de la casa.  

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Internet demostró que el problema no estaba en el acceso a la información sino en el criterio para recibirla. La falta previa de educación ha permitido que cualquiera con un canal o una cuenta en redes sociales se encargue de esparcir basura y encuentre el terreno abonado en frágiles cabezas. Y lo peor de todo es la réplica, el compartir ese lumpen “informativo” con otros y encima, alardear de ello y darlo como verdad demostrada.  

Pero dejemos a los niños y adolescentes tranquilos porque aquí es donde entra el tercer ciclo de esa lavadora y es Whastapp. Lleno de cadenas reventadas de mentiras y barbaridades causando daño, revuelo, confusión e indignación a cuatro manos. Porque la gente joven, adulta o vieja no contrasta, no averigua, no discierne y comparte todo como poseído por el espíritu de ser el primero en “enfermar”.  

He notado que en este servicio de mensajería instantánea es favorito por adultos mayores para enterarse de cuanta teoría y cuanto disparate previamente explicados les cae a las pantallas. Las famosas “tías de Whatsapp” no faltan en ningún grupo familiar y van por ahí reenviando cuentos, desde un pico y placa de hace tres años hasta el testimonio de un médico que dice que hay extraterrestres inmunes al virus y que todo es una conspiración mundial para robarse la receta de la crema de las solteritas.  

¿Y qué me dicen de los opinadores en redes sociales?, una fauna maravillosa que habla de todo, sabe de todo y si por ellos fuera, el mundo sería un lugar mejor, lo que pasa es que no les han consultado en su esclarecido criterio, algo imperdonable.  

Ese cuarto ciclo es Twitter, la cloaca mayor, y en la que toda la pobreza mental, la agresividad, la idiotez y la bobada salen a relucir sin censura alguna, sin autocuidado, sin autocrítica. Lee uno cosas a gente anónima y famosa por igual que de verdad obligan a pensar si el hombre sí evolucionó o si todavía estamos en la edad de piedra mental, porque piedra es lo que se ve allá. La gente está muy sola, con muchas ganas de sangre definitivamente.  

Hay que ponerle atención a todo lo que llega, a lo que se lee, a lo que se ve. Cada vez son más los muchachos aburridos por leer bobadas, los viejitos confusos por replicar mentiras y los pueblos sumidos en los rumores de que “algo va a pasar” como en el viejo cuento de García Márquez. Ojo ahí, ojo con la gente, hay que salvarla de esos también, porque ya no basta el grito y el matoneo. Hay que enseñar, hay que esclarecer hay que centrarse en la vida real, hay que salir de la lavandería cerebral, hay que cerrar el ciclo. 

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