El corazón de Medellín alberga cines, teatros, bares y discotecas llenas de historia y diversión. Aquí un recuento de cómo se ha habitado a través de sus espacios de entretenimiento.
Por Vanesa Restrepo
El arte en el centro de Medellín, o por lo menos las artes escénicas, nacieron hace 189 años en el patio trasero de un colegio cuando “varias personas de mucho mérito” se propusieron “dar a esta incipiente sociedad algunos ratos de solaz (esparcimiento), fundando una compañía dramática que la sacara del marasmo en que vivía”. Marasmo, dice la Real Academia Española, es un estado de suspensión o inmovilidad que puede ser moral o física.
El relato lo reconstruyó Eladio Gónima en 1909, con el documento llamado “la historia del teatro de Medellín y vejeces”, donde se narra que el grupo de distinguidas personalidades incluía a Manuel Uribe Restrepo, Mariano Ospina Rodríguez, Apolinar Villa y Pedro Moreno, entre otros.
Su misión fue pedirle permiso a la autoridad, que en ese entonces era el Gobernador de la Provincia, para instalar el teatro en el patio trasero del Colegio San Ignacio (hoy Claustro Comfama). Gónima cuenta que la primera obra que se presentó fue Jaira, de Voltaire y que como escenario se usaron un tablado de ocho varas, una sábana colorada que hacía las veces de telón y varias sábanas blancas con letreros precarios que aludían a los sitios donde se desarrollaba la trama: sala, jardín y cárcel, por ejemplo.
La idea fue un éxito y los medellinenses empezaron a pagar 20 centavos por entrar (10 si eran niños o “criados”) o 60, si querían sentarse en alguno de los palcos.
Tres años después Pedro Uribe Restrepo, un médico recién llegado de Europa, se juntó con varios amigos —incluyendo a muchos de los que participaron en el teatro de San Ignacio— y se propusieron construir el Teatro Principal de Medellín. Los registros históricos dicen que costó $12.300, incluyendo los terrenos. Uribe hizo los planos, la obra se inauguró en 1836 y se estrenó con la obra “Los Horacios y Curiacios”.
Los teatros nacieron en el centro y se quedaron a vivir aquí por muchas razones. Hoy difícilmente usted encuentra un teatro en otra comuna de Medellín, asegura el arquitecto y doctor en Historia, Luis Fernando González.
Javier Jurado, presidente de Medellín en Escena, una asociación que agrupa 18 salas de artes escénicas de la ciudad, lo confirma. Según sus cálculos, por lo menos el 70 % de la oferta cultural de la ciudad gravita alrededor del centro y la mayoría de los escenarios están dedicados al teatro.
La magia de las pantallas
El 1 de noviembre de 1898 se proyectó la primera función cinematográfica del país, que fue anunciada con un aviso en el periódico El Espectador. La cinta salió desde un proyectoscopio hasta un telón grande en el que se veían 45 imágenes por segundo.
Once años después, en 1909, otro grupo de empresarios se reunió para construir el primer gran teatro de la ciudad y lo bautizaron “Circo Teatro España”. En el anuario municipal de la época lo describen como un edificio amplio y elegante, destinado a corridas de toros, representaciones cinematográficas y funciones de variedades.
Y la descripción se queda corta, porque el teatro que se inauguró en 1910 tenía casi una cuadra de extensión. En “Vida social y cotidiana de Medellín”, la historiadora Catalina Reyes detalla que la sala del España tenía capacidad para 6.000 personas, y que la cifra se bajaba a 4.000 cuando se trataba de corridas de toros.
Este fue el primero de los grandes teatros que aún están en la memoria de los medellinenses. En 1918 abrió sus puertas el Teatro Bolívar, ubicado entre Junín y Sucre, a la altura de la calle Ayacucho. Y en 1924 se abrió el espectacular Teatro Junín, que se especializaba en películas de Hollywood, México y Europa, y tenía capacidad para 4.700 espectadores.
Bolívar fue derribado 36 años después de su apertura y en su lugar se construyeron locales comerciales. El Junín sobrevivió 44 años y cayó para dar paso a otro símbolo de la ciudad: el edificio Coltejer.
“Era una forma muy distinta de ver cine: las salas estaban siempre en edificios imponentes y traían cine de autor. Pero la crisis que llegó con los betamax y VHS, sumado a los altos costos de mantener semejantes edificaciones, hizo que el cine abandonara el centro y se fuera para los multiplex que llegaron con los centros comerciales y una promesa de seguridad, refrescos saborizados y crispetas”, dice el arquitecto González.
En los primeros años del siglo XXI la crisis de cine en el centro tocó fondo y las únicas salas que permanecieron abiertas fueron las del Centro Colombo Americano. Su director, Alejandro Gómez, cuenta que la idea del cine llegó después de un atentado que sufrió el centro educativo a mediados de los años 80. “Al momento de reestructurar todo deciden abrir una sala de cine. En 1999 se abre la segunda sala”, agrega.
En los alrededores del teatro Pablo Tobón Uribe hay nuevos negocios, incluyendo varios bares. La zona cambia pasada la media noche, cuando esos establecimientos deben cerrar.
Gómez considera que las salas han conseguido mantenerse a flote —aún con la pandemia— gracias al respaldo institucional que tienen. Pero además a la oferta, de otro tipo de películas que los diferencian de lo que hay en los multiplex: Aquí hay acceso a otro tipo de cine y de cultura, vemos festivales de cine oriental o francés, y películas que vienen de grandes festivales, pero no se reproducen en circuitos comerciales.
Y recientemente les llegó compañía. La caja de compensación familiar Comfama decidió abrir espacios para el cine en el Claustro de la plazuela San Ignacio. Las actividades, sin embargo, se han visto afectadas por la pandemia.
La bohemia sigue viva
Y si de algo sabe el centro de Medellín es de la vida bohemia. Aquí nacieron, y aún se mantienen vivos, algunos espacios que sirvieron de escenario para que escritores, músicos y artistas produjeran sus grandes obras.
El Salón Málaga, uno de los más antiguos, sigue reproduciendo tangos y aún después de la pandemia, se reinventa a través de la enseñanza del baile y de acciones cotidianas como servir tintos y cervezas en la misma mesa, a personas de todas las edades.
Muy cerca de allí también sobrevive La Boa, que pasó de ser un bar de tangos a uno de rock y que durante la cuarentena por el coronavirus vivió sus días más oscuros: tuvo que cerrar y pasó a ser una tienda de verduras. “Verlo así fue muy triste pero llegaron nuevos inversionistas, desmontaron todo, crearon una nueva barra y en octubre el bar volvió y yo sentí que recuperaba un hogar”, dice Andrea Solano, asidua visitante.
En el Parque del Periodista el escenario no ha cambiado mucho. Los bares ya abrieron y afuera las medidas de bioseguridad son casi inexistentes, y en cambio la cerveza y los cigarrillos abundan.
En los alrededores del teatro Pablo Tobón Uribe el paisaje sí se renovó. A un costado permanece abierto y concurrido el Mercado de la Playa, mientras que los vecinos fueron cambiando. Uno de los nuevos en el barrio es Julián Esteban Porras, dueño del bar de metal Villamil, quien llegó a finales de octubre.
“Con la pandemia cerramos, como todo el mundo, y también tuvimos que entregar el local que teníamos cerca de la Universidad de Antioquia porque no podíamos pagarlo. Cuando quisimos volver habían subido el arriendo así que empezamos a buscar y decidimos que no queríamos irnos del centro porque este es el espacio de encuentro de la ciudad. En un golpe de suerte, creo, encontré este sitio en un lugar que me encanta”, cuenta.
Algo similar pasó en las Torres de Bomboná. Por lo menos tres bares icónicos cerraron sus puertas y el teatro Porfirio Barba Jacob sigue sin recibir público, pero algunos aprovecharon para apostarle al sitio. Hugo Caro, quien ya tenía un bar de rock y otro de música romántica (plancha) en la urbanización, decidió tomar en alquiler uno de los locales vacíos para montar otro bar.
El resultado, dice, ha sido bueno: El centro siempre será el lugar de todos, aquí la gente se reúne por sus intereses en común, no por la pinta que traen. Y hay cultura. Eso no se ve en todos los sitios de rumba, agrega.
Una lucha por sobrevivir
Tanto cines como teatros siguen cerrados por la pandemia. El Gobierno Nacional aún no ha dicho cuándo permitirá su reapertura en condiciones sostenibles, pues la propuesta lanzada en septiembre pasado —que les permitía abrir pero restringiendo hasta en 30% el aforo— no era viable económicamente, como explicó en su momento Medellín en Escena.
Los bares han regresado paulatinamente y en medio de toques de queda y decretos de Ley Seca que buscan reducir los contactos cercanos y los contagios por coronavirus. A mediados de noviembre los comerciantes protestaron contra esas medidas.
En Las Torres de Bomboná hay varios locales desocupados. Nuevos bares han llegado para llenar el espacio que dejaron otros negocios que cerraron.