La calle “Los Huesos” y la historia tras su nombre 

Conversamos con el antropólogo y miembro de la Academia Antioqueña de Historia, Víctor E. Ortiz, para conocer sobre el origen del nombre de la calle 41 en el centro de Medellín.  

Por Valentina Castaño 

Tres hombres conversan de pie afuera de un taller de mecánica automotriz sobre la calle 41, Los Huesos, tratando de ponerse de acuerdo sobre el origen de su peculiar nombre.  

• “Ah pues le llaman así por las osamentas que guardaban en el cementerio de San Lorenzo que queda aquí cerquita” 
• “No es por eso, es que cuando en la ciudad robaban tanto ’ carro’, era aquí que se los traían para deshuesarlos, o sea quitarles todas las partes”  
• “Sí, por eso es, porque dejaban los carros en ´los huesos´” 

Esta vía del centro de Medellín, que va desde la avenida del ferrocarril hasta la calle Girardot, es una de esas joyas para la historia que lograron conservar el título que le dieron los ciudadanos de acuerdo con el uso que alguna vez tuvo.  

P/ ¿En qué momento en la historia de la ciudad aparece esta calle?  

R/ Para finales del siglo XIX, Medellín aún era no más que una iglesia con cuatro casas en su entorno, básicamente lo que hoy llamamos El Parque Berrío. Allí estaba la plaza mayor de la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria. La ciudad iba hasta La Playa, donde pasaba o pasa la quebrada Santa Elena, afluente que detenía la expansión de la urbe.  

Hacia el sur había otro bloqueo natural, un gran pantano, terrenos cenagosos e insalubres habitados por mosquitos y otras pestes. Como no había vacunas, la gente le temía profundamente a una enfermedad.  

Los terrenos donde hoy está ubicada la calle Los Huesos, hacían parte de ese pantano.  

Hablamos de una ciudad de menos de 50 mil habitantes, pero que crecía. Por esto se construye la primera gran plaza de mercado de la ciudad, el Mercado Cubierto de Guayaquil, que pasaría a llamarse plaza de Guayaquil, plaza de Cisneros y finalmente El Pedrero. Y cerca de la plaza, donde está hoy barrio triste, se encontraba una feria de ganado.  

Después de matar allí los animales, la carne se llevaba a la plaza para su expendio.  No había sacrificio en El Pedrero.  

Con la llegada de la energía eléctrica, y en la transición del siglo XIX al XX, aparece esta calle, que va desde la avenida del Ferrocarril hasta Girardot, una vía relativamente grande.  

P/ ¿Por qué lleva ese nombre? 

R/ La historia de su nombre es bastante sencilla. Pagar local dentro de la plaza era costoso, mientras que afuera de esta era un poco más barato. Así, las carnicerías más populares que hubo en la época comenzaron a ubicarse en los edificios Carré y Vásquez, al lado de bares y prostíbulos, pero este no era espacio suficiente. 

Como Medellín no tenía terminal de transporte terrestre, si a un pueblo o barrio no iba el ferrocarril, las personas tomaban el bus, y era justo en este sector de la calle 41 que se tomaban. Como la gente tenía, y aún hoy conserva la costumbre de comprar la libra de carne y el revuelto para el almuerzo antes de subirse al transporte para su hogar, la zona se volvió llamativa para este tipo de comercio. 

De este modo, la calle 41 fue llenándose de carnicerías y legumbrerías, llegó a albergar hasta 30 o 40 en el momento de mayor esplendor. 

Afuera de las carnicerías solía haber un tronco de madera enorme con un hacha clavada, el carnicero salía y quebraba los huesos en este tronco para luego empacarlos; los empaques podían ser de papel periódico o retazos de papel craft reciclado que salían de bultos de harina y azúcar.  

Este trabajo de pelar los huesos es el que da el origen al nombre la calle. Era un lugar lleno de huesos. Al frente de algunos de estos locales había mangas, los carniceros comenzaron a tirar allí los huesos, y estas se llenaros de ratas, perros, gatos y personas que esperaban que tiraran un hueso para lograr encontrar cualquier aporte proteínico para el almuerzo.  

Y ahí el origen. No es una batalla, no es un héroe de guerra, no es un esqueleto que sale por la noche o la aparición fantasmagórica de algo, es simplemente la forma en que una ciudad comenzó a usar un denominativo.  

P/ ¿Qué considera valioso de este nombre? 

R/ Una de nuestras particularidades como ciudad es seguir llamando a los lugares por los nombres. Hay que intentar que estos nombres no se pierdan porque un número puede cambiar. En la historia de la organización de la nomenclatura de la ciudad esta puede cambiar, de hecho, ha cambiado, pero si se conservan los nombres, tenemos un asidero a la historia.  

Cuando se renombran las calles perdemos parte de nuestro pasado colonial y nuestra historia de uso. El mejor ejemplo, El Carreteable del Norte, que a partir de 1910 pasó a llamarse carrera Bolívar. En el pasado quedó, por ejemplo, La Alameda, que pasó a ser Colombia, calle Real o Camino Real y le pusieron Boyacá, el Resbalón pasó a ser Junín.  

Y así perdimos una cantidad de nombres coloniales que, a mi manera de ver, son también una manera de viajar al pasado. 

Yo pienso que a futuro lo importante es que se conserve el nombre de esta calle, el cual además tiene su encanto. Si se le pregunta a la gente a veces salen con historias fantasmagóricas. Estos relatos son interesantes de escuchar porque así se ve entretejiendo la historia de una ciudad.