El día en que me iban a vacunar me levanté como a las 8 de la mañana sin saber que me iban a vacunar. << Inoculados >>
Hacía tres días había cumplido 51 años y ese día del onomástico pensaba que, como iban las cosas, y al ritmo de vacunación y con todas las noticias, rumores, dimes y diretes que se oían sobre el tema, me iba a tocar el año entrante, o como dicen los más mayorcitos, “eso ya no nos toca, mija”, ese día resulto siendo “El día en que me iban a vacunar”.
Pero me llegó al Whatsapp, en uno de esos tantos grupos en los que uno está para compartir memes, chistes viejos, cadenas falsas y bobadas varias, un link dizque para uno agendarse que porque ya cumplía la mayoría de edad. Que ya estaban vacunando a los de 50 para arriba y que entonces me moviera en consecuencia, que “quihubo a ver”.
“Una cosa es llamar al diablo y otra muy distinta es verlo llegar”
Dice un buen amigo mío, y entonces me dio como un frio de esos malucos, de esos que te suben por la espina dorsal y la primera reacción fue hacerme el desentendido, el que la cosa no era conmigo y en que eso mejor es para otros.
No soy antivacunas, no creo en esas teorías disparatadas de los chips inyectados para robar datos, ni creo que estén eliminando sistemáticamente al mundo o que haya una confederación mundial o una alianza extraterrestre para refundar la humanidad.
Menos creo en tomar desinfectantes, limpiadores varios o arranca óxidos de juntas de baños. Eso sí me da miedo con la gente. Pero, de todas maneras, a uno sí lo asusta un poquito el tema del chuzón por puro acto reflejo.
De todas maneras y por más miedo a contagiarme, porque tengo más comorbilidades que gordo gringo que desayuna con cereal, almuerza en una hamburguesería y come en una taquería mexicana, me metí a la página esa mientras escuchaba en la radio que al día hay más de 20.000 contagiados en Colombia y que se mueren como 500 personas cada 24 horas.
Hay que hacerle frente al tema
No, no, no. Hay que seguir dando guerra por estos pagos de Dios. La cita fue de una, había en todos los horarios, como que nadie se enteraba del asunto aún. Cuadré mis cosas y salí para el sitio asignado haciéndome miles de
preguntas. Uno está seguro, pero duda.
“Que pesar de los cincuentones que se fueron para Miami a gastarse lo que no tenían dizque para vacunarse antes que los simples mortales de por aquí”.
La cruz de los que nos hacemos preguntas. Esquivé una marcha, me cogió el taco de la autopista y llegué rayando la hora de la cita con el corazón en la boca. Casi no encuentro estacionamiento y mientras llegaba al punto pensé que ya no iba a recibir “el biológico” que es como ahora llaman a la vacuna.
Mi acompañante, porque uno con todo ese prontuario de salud dizque debe ir acompañado, apenas se reía viéndome correr. Yo no entendí mi afán por llegar y cuando por fin accedí, me di cuenta de la triste realidad: la fila era como de cuadra y media. “Pero se mueve rápido”, me aterrizó el vigilante al ver mi desazón.
Mi primer impulso fue devolverme. “El largo brazo de la ley” me detuvo. “Oiste, ¿vos creías que venías para un consultorio o qué?.¿Qué el médico te estaba esperando con la aguja lista y que te iban a sentar en un sofá mullido con revistas y musiquita ambiental? Hacé la fila antes de que se te meta más gente”.
“Ah, bueno, si señora”, alcancé a musitar y cogí mi turno en la cola. Allí se escuchaban conversaciones de los más variopintas: que en qué brazo la ponían, que si no era en la nalga, que por qué se vino de saco y corbata si eso es en un brazo, que si era con cita o sin cita, que una vecina le dijo que por la casa le ponían la de una sola dosis y que qué pesar de los cincuentones que se fueron para Miami a gastarse lo que no tenían dizque para vacunarse antes
que los simples mortales de por aquí.
Sumisos, fuimos entrando a una sala de espera muy bien acondicionada, todo hay que decirlo, en perfecto orden y con todo el protocolo disponible. “Que la de tal marca no sirve”, que la otra lo deja a uno estéril” (uno de 50 ya ni considera eso, ome, pensaba yo, antes es un favor), “que un señor se puso la no sé qué y se murió al otro día”, que no es la que uno quiera sino la que “haiga”, comentaba la gente de silla a silla, como para fomentar la calma entre el rebaño.
Finalmente,
Y después de llenar formularios, entregar la cédula y verificar la cita, ahora sí lo del chuzón. Amorosamente, la profesional de la salud te explica todo lo que ocurre, te muestra el frasquito, te dice cuánto y qué es lo que te van a poner y páquete, lleve su chuzón, el primero de dos porque hay que volver dentro de 20 días por el otro. Ahí le dicen que le puede dar esto o lo otro, un malestar, una debilidad una tosecita o un “covidcito” pero que eso es normal.
Mejor no me hubieran dicho nada, los síntomas empezaron de inmediato. Sicológicos, obviamente. Porque como buen macho alfa lomo plateado, cualquier chuzón me deja de cama, así sea para no morirme de esto tan horrible.
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