Por Valentina Castaño
Entre junio y noviembre de 2022, el Programa Mundial de Alimentos (WFP por sus siglas en inglés), desarrolló un estudio cuyo objetivo fue el de analizar la situación de seguridad alimentaria en Colombia. Para este fin, el equipo recolectó información en 29 departamentos y 118 municipios. El informe completo salió a la luz en marzo de 2023 y sus resultados son impactantes.
Según la evaluación, 15,5 millones de personas, es decir el 30% de la población colombiana, se encuentra en una situación de inseguridad alimentaria moderada y severa.
Los hogares en inseguridad alimentaria son aquellos que no logran tener acceso a la comida satisfactoriamente y tienen dificultades para cubrir sus necesidades básicas, por lo cual deben recurrir a estrategias de consumo insostenibles y enfrentar condiciones de escasez de alimentos, hambre y malnutrición.
Si bien el panorama puede lucir desesperanzador, hay estrategias que han surgido en medio de la dificultad y que buscan tratar de mitigar este problema, una de ellas son las huertas urbanas.
Según la última encuesta de percepción ciudadana de Medellín Cómo Vamos, en la ciudad el 24% de los hogares encuestados admitieron que al menos uno de sus integrantes había comido menos de tres veces al día en el último mes, la cifra más alta de los últimos 17 años.
Cosechar en la ciudad
Las huertas o huertos urbanos son cultivos a escala doméstica, ubicados en patios o terrazas dentro de las ciudades o territorios urbanos.
“La lógica es la siguiente, las comunidades producen alimentos para su consumo y el excedente de esos alimentos los comercializan en lugares como los mercados campesinos. Esto ha permitido que muchas personas se acerquen y conozcan de dónde viene el alimento, por ejemplo, lo que lo hace también un asunto pedagógico. Si no se logra vender en esos mercados campesinos, se logra en tiendas de comercio justo como Semilla Urbana”, comenta Andrés Felipe Agudelo, quien desde hace varios años hace parte de la ecotienda Semilla Urbana, un proyecto de comercio justo y de economía solidaria.
En estos espacios, que pueden estar al aire libre o en el interior, crecen verduras, hortalizas, legumbres, plantas aromáticas, hierbas medicinales, entre otras variedades, todo a escala doméstica.
“Creo yo que las huertas urbanas son una reivindicación de nuestras raíces campesinas, son un acto muy profundo de creación comunitaria y si se quiere una forma de oposición a la actual industria alimenticia. Además, son unas apuestas importantes de fortalecimiento de las relaciones entre vecinos porque también sirven como un instrumento político que aporta a la soberanía alimentaria de esas comunidades o barrios”, continúa Andrés Felipe.
Huertas urbanas y el centro de Medellín
Actualmente, en Medellín hay 1.800 huertas activas para el autoconsumo, algunas son rurales y otras urbanas, esto quiere decir que unas están en territorios campesinos, usualmente en los corregimientos de la ciudad, y otras en los barrios.
De hecho, comenzando el año, la alcaldía de Medellín abrió una convocatoria para apoyar la creación de 700 nuevas huertas rurales y urbanas para el autoconsumo en los hogares de la ciudad. Sin embargo, aunque la práctica parece estar extendiéndose por el territorio, casi ninguno de estos autocultivos está en la Comuna 10.
Una de las excepciones es La Huerta del Arraigo, una iniciativa del Museo Casa de la Memoria donde cualquier ciudadano puede asistir para aprender a sembrar y cosechar a partir de saberes populares. Consta de un pequeño espacio fértil abierto al público en la parte trasera del Museo.
“Esta huerta parte del tema de la memoria, pero pensando en la tierra como un elemento de disputa en el conflicto armado y también como una forma de volver a la tierra para las poblaciones que han sido desplazadas”, explica Giovanni Saenz, miembro del equipo del Museo y encargado de la Huerta del Arraigo.
Los participantes de la actividad van de un lado a otro regando, podando y sembrando. Retiran con cuidado ajís de color rojo brillante que están listos para ser consumidos, todo mientras sonríen y conversan de sus cotidianidades.
“Aquí no dejamos que se acabe el cultivo, no dejamos que los palitos se mueran. Tratamos siempre de replantar semillas de lo que sea que saquemos. Llevamos a la casa y allá también plantamos de las semillas que nos quedan. Lo hacemos equitativo, nos repartimos lo que se cosecha. Ha habido cosechas en montón, hemos tenido frijoles, maíz, brevas, flor de Jamaica, albahaca y demás”, comentan Nidia y Esperanza, dos asistentes frecuentes de la huerta.
Aunque la Huerta del Arraigo no sirva para alimentar balanceadamente a una comunidad entera, sí da cuenta de que en realidad no es necesario tener un espacio grande o tecnificado para comenzar a producir alimentos para el consumo propio.
“Yo creo que producir alimentos o cocinar para alguien es un acto de profundo afecto y es una cosa que estamos olvidando como sociedad. Si bien algunos cocinan para sus hijos, familiares, esposos o compañeros, la cocina comunitaria se ha quedado rezagada. Pero digamos que nuestros barrios, nuestra ciudad, fue construida a base de ollas comunes”, concluye Giovanni.
Y si bien el centro de Medellín no se caracteriza por contar con grandes extensiones de tierra para desarrollar cultivos, bastan unas cuantas materas, un poco de tierra y algunas semillas para comenzar a producir víveres sanos, frescos y libres de químicos, a la par que se teje comunidad.
También puede interesarle: A un mes del cerramiento de Plaza Botero ¿Qué ha pasado allí y en sus alrededores?