En la avenida Oriental, a cualquier hora del día, carros, motos, buses y demás vehículos parecen amontonarse unos sobre otros. Es una escena caótica, sin lugares vacíos.
Cuesta imaginarse que hace apenas cinco años los habitantes de Medellín pudimos apreciar por primera vez cómo lucían vacíos todos los espacios del sector al ser despojados de los miles de personas que lo recorrían a diario.
La cuarentena por Covid-19 que inicio en Medellín el 20 de marzo de 2020 y en el resto del país el 25 de marzo, no sólo reveló la apariencia de un Guayaquil sin compradores, o un Parque Berrío sin visitantes, sino que propició cambios drásticos en las dinámicas del sector, algunos de los cuales aún se mantienen.
¿Cómo ha cambiado el centro tras cinco años de un acontecimiento de la magnitud del COVID-19? Aquí lo revisamos.
La escena cultural
El sector cultural le da vida al centro de Medellín. No por nada, esta comuna cuenta con más teatros y museos que cualquier otra en la ciudad y a diario recibe cientos de personas interesadas en su oferta.
El anuncio de la cuarentena fue un golpe bajo para el sector, el cual nunca se había planteado qué pasaría si se les obligaba a cerrar sus puertas y bajar sus telones.
“Tuvimos que ser creativos bajo presión, nos forzarnos a traer ideas a la mesa que pudieran remediar un poco todo aquello que pasaba tan rápido. Fue la primera vez que grabamos las obras y las subimos a Internet. Hoy en día aún continuamos haciéndolo, fue un cambio que se mantuvo por sus buenos resultados”, cuenta Laura García, actriz y miembro de un colectivo teatral del centro de Medellín.
Para Juan David Belalcázar, director de la Alianza Cultural por el Centro, la coyuntura dejó a su paso aspectos positivos y negativos.
“A cinco años de la pandemia, hay que evaluar cómo opera el ecosistema cultural, y los cambios que hemos vivido con ocasión de la misma. Una de las grandes pérdidas, por lo menos en Medellín, fue la profunda fractura de los procesos de gestión colectivos, hoy sigue siendo la media el ejercicio hermético de programación, el yo con yo, por encima del trabajo colegiado que propicie discusiones profundas, y a veces lentas, pero que consoliden ciudadanías culturales críticas y modelos culturales inclusivos e integradores”, comenta.
Por otro lado, está de acuerdo con que es imposible ignorar la influencia de la pandemia en el surgimiento de nuevas ideas que muchos han buscado explorar y expresar a través del arte.
“Hay una efervescencia creativa, eso es sin duda algo positivo, nuevos creadores, nuevas narrativas, nuevos formatos y nuevos espacios, en respuesta a los espacios que se fueron cerrando durante la pandemia y en los años siguientes, también como consecuencia de la transculturación por causa de la migración y permanencia de venezolanos en la ciudad, que desde su saber y su hacer han aportado a los modos y las formas locales”, continúa Belalcázar.
Las apuestas culturales en el centro de Medellín mostraron su capacidad de sobreponerse a la adversidad, probaron que se requería más que el cierre de sus espacios físicos para que le dejaran de apostar al arte y la nutrición de la cultura.
Pese a esto, y al haber conservado aquellos cambios que los hicieron crecer durante ese período, la ciudad como escenario de proyección y como posible destino de turismo cultural aún tiene mucho qué cuestionarse en torno al diálogo entre los artistas locales, nacionales e internacionales, incluidos aquellos emergentes que en ocasiones no encuentran condiciones de competitividad, en la permanente disputa por las taquillas, los estímulos, y las plataformas subsidiadas que dejan por fuera del negocio a emprendimientos culturales de pequeño y mediano formato.
“Nos encontramos en un florecimiento, en buena hora, de propuestas que retoman los orígenes, el patrimonio y las prácticas artísticas y culturales autóctonas, la gastronomía tradicional con sabores propios que permiten empezar a pensar en un sello regional, pensado más en clave de oferta para el visitante y menos en clave de recuperación de las tradiciones y las costumbres, esto último no del todo bueno, pero cuando menos funcional en términos de reconocimiento de nuestra identidad”, concluye Belalcázar.
La educación tras pandemia
Otro de los sectores que tuvo que enfrentarse a grandes retos tras declararse el aislamiento obligatorio en el país, fue el educativo. Esto se hizo evidente especialmente en países como Colombia, donde la brecha digital es aún grande y muchas personas no cuentan con acceso óptimo a Internet.
Por ello, la pandemia fue una gran oportunidad para potenciar el uso de tecnologías de la información en los procesos educativos.
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Para la mayoría de las instituciones educativas de la ciudad, las herramientas de videoconferencia y de aulas virtuales o extendidas siguen estando vigentes luego de cinco años. El uso de herramientas como Zoom, Teams o Google Meet se ha convertido en indispensable para la interacción profesor-estudiantes.
“La pandemia generó transformación en el proceso de aprendizaje principalmente por el protagonismo que se ha dado al aprendizaje autónomo. Los estudiantes han asumido un papel más activo en el proceso de formación, y esto fomentó en ellos la disciplina y la autorregulación.”, comenta Ana María Jaramillo Caro, vicerrectora académica de Uniremington.
Para esta entidad educativa, el desafío más grande no estuvo en sus estudiantes, sino en la capacitación de sus docentes. “Los principales desafíos que enfrentamos como Institución fue lograr un entrenamiento en tiempo récord de todos los profesores en el uso de tecnologías de la información, apropiar en ellos didácticas que se adaptaran a modelos virtuales, garantizar el acceso a todos los profesores y estudiantes ubicados en diferentes regiones del país y demostrar a estudiantes y profesores que la educación con modelos híbridos y virtuales es de calidad y garantiza el logro de los resultados de aprendizaje”, explica Jaramillo.
Para Uniremington, los principales aprendizajes que dejó la pandemia en el ámbito del bienestar están encaminados a cuidar la salud mental de la comunidad académica desde la prevención con modelos de salud mental positiva, que fortalezcan las redes de apoyo de estudiantes y profesores.
“Aprendimos que los espacios de trabajo extracurricular son claves para el bienestar, que los grupos de apoyo de pares aportan a la permanencia estudiantil y que la flexibilidad y empatía en cada proceso académico y administrativo que se genera institucionalmente favorece el bienestar de la comunidad de estudiantes y profesores. También aprendimos que para el bienestar de profesores y estudiantes es clave tener un equilibrio entre la vida personal y la vida universitaria, y que los espacios de deporte, cultura y recreación son un pilar fundamental del bienestar institucional”, señaló Jaramillo.
¿Y el comercio?
El sector comercial fue otro que vivió el impacto de la pandemia de primera mano. En una ciudad donde sus habitantes están acostumbrados a desplazarse hasta el establecimiento físico para hacer sus compras, el cierre de los espacios significaba un cese en las ventas.
Para evadir este obstáculo y poder seguir produciendo el capital requerido para su sustento, los comerciantes debieron actuar de forma rápida y migrar sus negocios a la virtualidad.
“Lo que percibimos desde Corpocentro es que la pandemia les enseñó a algunos pequeños empresarios a trabajar el comercio digital a través de redes. Y son esos comerciantes los que menos han sufrido el embate de la entrada de nuevas tecnologías y de nuevas opciones del exterior. Mientras que quienes no aprendieron de la pandemia a trabajar la virtualidad y el comercio electrónico, hoy se están viendo más afectados porque las personas ya no salen de sus casas tanto a hacer compras físicas, sino que las hacen a través de su teléfono celular”, expone Jorge Mario Puerta, director de Corpocentro.
También, el director considera que el tema de arrendamiento de espacios para oficinas en el centro también se ha visto afectado.
“Posterior a la pandemia muchas empresas quedaron con trabajo híbrido, otras mantienen el trabajo virtual y algunas volvieron a su esquema tradicional. Esto tiene algunas consecuencias en los arriendos de los espacios, pues hoy hay muchos más disponibles y los costos también han bajado”, continúa.
Así pues, al observar los diferentes campos que componen el ecosistema del centro de Medellín, y de la ciudad en general, es fácil percibir aquellos cambios o diferencias entre cómo se trabajaba antes de la pandemia y el cómo se está haciendo ahora. Aunque no todo es positivo, la coyuntura sin duda nos incomodó y nos obligó a mutar como sociedad, modificando dinámicas bien arraigadas y mostrándonos que sí es posible mejorar en tiempo récord.
Por: Valentina Castaño