Por: Daniela Jiménez González
El Parque de Boston, ubicado en un barrio centenario del centro de Medellín, es todo movimiento: desde su oferta comercial hasta las conversaciones pausadas de viejos conocidos.
En la mitad del parque hay una cancha improvisada en la que un grupo de siete niños disputa un partido de fútbol. Dos de los integrantes del equipo que va ganando, por tres puntos a cero, celebran y se balancean entre la gente, como diestros malabaristas, para no chocarse con otro corrillo de amigos en bicicleta que les pasan cerca. Uno de ellos los saluda en la distancia: “¿Mañana nos vemos aquí o qué?”.
Y es que el Parque de Boston es, en esencia, un punto de encuentro para el ocio y el comercio. Ubicado en el barrio del mismo nombre, en el oriente del centro de Medellín y cerca a la Placita de Flórez, el parque es una cuadrícula delimitada por las calles Perú, Caracas y las carreras Giraldo y García Rovira.
El sector que lo bautiza, Boston, nació en 1908 en medio de las tierras que en otra época fueron del empresario antioqueño Vicente Benedicto Villa y que luego fueron convertidas por sus herederos en lotes para la venta. En la actualidad, el barrio es una zona tradicional de importante oferta residencial, comercial y educativa: dentro de su perímetro se encuentran instituciones como el colegio Héctor Abad Gómez, el Centro Formativo de Antioquia (Cefa), y el Colegio Salesiano El Sufragio, justo en las inmediaciones del parque.
En 1927, la Sociedad de Mejoras Públicas erigió en el centro de la plaza una estatua de Córdova elaborada en bronce por el escultor Marco Tobón Mejía.
A la sombra de los árboles y las jardineras se resguardan los visitantes: familias enteras, parejas de enamorados, caminantes que salen en compañía de sus mascotas y hasta apasionados de las conversaciones de acera y tinto. “Hola, hola, qué más pues”, se saludan los transeúntes como si fueran viejos conocidos de toda una vida.
Cada cosa en este parque es trajín, color, formas y movimiento. Los niños pintan con vinilos sobre pequeños bastidores de madera; otros prefieren subirse al carrusel, correr en carritos de carrera o saltar en voluminosos juegos inflables.
Mecatico hasta para los paladares esquivos
El abanico gastronómico en el parque es amplio y variado: helados, donas, solteritas, crispetas, empanadas, chorizos, jugos, café, obleas. También abundan las ventas de todo tipo, desde globos, artesanías y zapatos hasta tatuajes temporales.
“¿Qué hay de bueno para tomar hoy?”, le preguntan a Orlando Rojas, quien vende café molido de una greca de gas y energía resguardada en la parte trasera de un campero. “Carajillo, amaretto, capuccino frío y caliente, Milo”, le responde a su cliente, “¿oscurito el tinto, me dijo?”. Orlando trabaja en el parque de Boston los viernes, sábados, domingos y festivos; viaja desde Robledo porque le gusta este parque y su gente.
Otra de las vendedoras de comestibles en este sector es Fabiola Prieto, que se desplaza desde Enciso. Vende maní, chicles, confites y otros antojitos. Dice que le gusta el lugar “porque aquí vendo más, la gente me colabora mucho”.
Sitio de familia
Ómar Ocampo visita con regularidad el parque de Boston los fines de semana, en compañía de su hija y su nieta. Residen en el barrio desde hace seis años y les gusta venir porque cuenta con mucha recreación para los niños y es un sector de gran potencial comercial. “También hay muchos colegios y, de hecho, estamos pensando en que la niña estudie aquí en el Sufragio”, cuenta.
La iglesia de Nuestra Señora del Sufragio, vecina del parque, fue construida entre 1908 y 1920.
A medida que avanza la tarde van llegando más personas a comerse un helado, a caminar, a charlar en las bancas. “Qué rico”, se escucha que le dice una vendedora de un puesto de arepas de queso a dos de las transeúntes, a quienes parece conocer, “Qué rico que vinieron hoy a pasear por el parque”, concluye, quizás anticipando el pensamiento de muchos habitantes de Boston, que encuentran descanso en las rutinas del parque y buenas conversaciones en la tranquilidad de una banca.
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