Los más reconocidos artistas, escritores, poetas y músicos que haya dado la ciudad en los últimos 150 años pertenecieron a algunos de estos grupos, verdaderos influenciadores en sus respectivas épocas.
Por: Juan Moreno
La frase “tertulia literaria” podrá sonar hoy muy anacrónica, cuando tal vez otros afanes gobiernan nuestra vida, sin embargo,. en el siglo XIX fueron famosas las que hacía en su casa Don Mariano Ospina Rodríguez, la de Juan de Dios Aranzazu, la de Manuel Uribe Ángel, la de Gregorio Gutiérrez González, la de Franciso Antonio Zea y la de Carlos E. Restrepo, llamada El Casino Literario y en la que se dio a conocer un tal Tomás Carrasquilla.
Ya a comienzos del siglo XX era moneda corriente en el centro de la ciudad, a la sazón, la zona más grande, más habitada y más movida de esa villa bucólica entre montañas que era la Medellín de hace 120 años.
La intelectualidad floreciente de aquel entonces bullía con entusiasmo entre jóvenes poetas, escritores, músicos y artistas de diversa vocación. Las revistas, los periódicos y los pasquines, brotaban con facilidad de las incansables imprentas, y las reuniones y sociedades de contertulios eran eventos bien conocidos y disfrutados en el ambiente cultural y bohemio de la creciente ciudad, a la que esa palabra aun parecía no encajarle dado su aire rural.
Ningún otro lugar como el centro de Medellín ha visto florecer tantas reuniones, tertulias, grupos de pensamiento y colectivos intelectuales. Es una historia que tiene más de 200 años.
Literatura, teatro, filosofía, música, préstamos e intercambios de publicaciones, ideas, discusiones, disertaciones, polémicas, rivalidades y hasta conspiraciones en ambientes rodeados de tranquilidad, luz atenuada y silencio, podrían dominar la romántica escena si ponemos a volar nuestra imaginación retro y adivinar los sacos, chalecos y sombreros de copa de los asistentes, uno que otro bastón y relojes con leontina, mientras se remojaba la palabra con café o alguna bebida espirituosa al hablar de las noticias y corrientes de pensamiento que llegaban de Londres y París.
La escenografía propicia para estos cuadros eran, mayormente, las librerías como La Restrepo y los cafés, como el Blumen, El Globo y La Bastilla, incluso espacios abiertos como la Plazuela San Ignacio, donde está el paraninfo de la U de A.
Nombres como León de Greiff, Fernando González, Fidel y Francisco Antonio Cano, el ya mentado Carrasquilla, Libardo Parra “Tartarín Moreira” y Ricardo Rendón, entre otros, formaron la alineación de Los Panidas, el grupo intelectual más reconocido hace cien años en Medellín. Algunos de ellos se conocieron en la Escuela de Bellas Artes, en la Playa con Córdoba, cuando la quebrada Santa Elena aun pasaba a cielo abierto.
Oficialmente, el colectivo, como se les llama ahora, nació en 1915 en el Café El Globo, al lado de la entonces Catedral Metropolitana, hoy templo de Nuestra Señora de La Candelaria, en el Parque de Berrío. En ese edificio, propiedad de Pedro Nel Ospina, llamado Central, donde estaba el café, nació también el periódico El Espectador en 1887. Hoy funciona el Café Bar Pilsen.
Saltando arbitrariamente hasta 1958 y cuando se vislumbraba la sinigual efervescencia de los años 60, tuvo lugar la génesis del bulloso movimiento nadaísta comandado por Gonzalo Arango, Jotamario Arbeláez, Amilkar Osorio, Eduardo Escobar y otras mentes inquietas.
Mezcla de irreverencia, humor negro y crítica social; la imagen de los intelectuales fue mutando a una presentación más dicharachera y desenfadada. “Contestataria”, dirá la feligresía. Muchas gafas de pasta, mucha barba, mucho sombrero y boina. Los sitios de reunión, el Café La Bastilla, el bruñido salón de té Astor, el bar Metropol, la cafetería Donald al lado del Teatro Junín, la Heladería Bamby y el salón Versalles, al que llegaron desde su apertura en 1961 y diez años duraron tomando café y viendo subir a las pipiolas en minifalda por las escaleras al segundo piso. También cuentan que inundaron con su arrebatadora presencia los prohibitivos salones del Club Unión o la democrática Plazuela de San Ignacio.
Hasta el sol de hoy
Fundado hace 100 años por Hipólito Londoño, pero muerto con el siglo pasado, el Café La Bastilla los vio pasar a todos, a los Panidas, a los nadaístas, a los tertuliantes sin nombre, a los intelectuales, a los que se creen y a los que buscan serlo. Bohemios, políticos y universitarios de todo raigambre expresaron y debatieron allí sus ideas. Hoy el nombre del café da vida a un pasaje que acaba de ser remodelado para atraer a quienes huyeron del centro, o para que los borrachos y desordenados de turno luzcan más presentables.
Venido a menos con la decadencia del centro como centro intelectual y por mucho tiempo en manos del hampa, la iniciativa renovadora del Plan de Transformación del Centro lo puso otra vez en el mapa, a finales del año pasado. Ahora es un agradable punto de encuentro con equipamiento renovado que busca atraer de nuevo el poder de la palabra e intenta darle un segundo o tercer aire a aquellas reuniones espontáneas de quienes buscan unirse en torno a un ideal o quienes buscan interlocutores para debatir las ideas en un ambiente culto y respetuoso.
Los más reconocidos artistas, escritores, poetas y músicos que haya dado la ciudad en los últimos 150 años pertenecieron a algunos de estos grupos, verdaderos influenciadores en sus respectivas épocas.
Cafeterías, puntos de venta lotería, bares y por supuesto, el comercio de libros y discos, son el principal imán del lugar. En esa suerte de bodega intelectual de dos pisos, llamada Centro Comercial del Libro y la Cultura, tratan con una suerte de canto de sirena, de atraer a los lectores de ocasiones y a quienes quieren hablar de literatura, arte, música, poesía, en fin.
Esas reuniones se dan bajo los clubes de lectura en voz alta, embriones de tertulias que se resisten a morir y que se llevan a cabo en algunos de los locales del lugar. Aun va gente a tertuliar, a comprar libros, a leer, a untarse de intelectualidad como hace 100 años.
Palabras de humo
Último, pero no menos importante, es el Parque del Periodista (o El Guanábano para los amigos) y sus alrededores de la carrera Girardot con la calle Maracaibo, donde se ubican el Viejo Vapor y cuadras más arriba, El Acontista, centros de reunión, comida y bebida para la actual intelectualidad que campea por el centro.
“Ensanduchado” entre La Candelaria y Boston y a una cuadra de La Playa, este espacio de 1.114 metros cuadrados se ha convertido desde los años 70 en otro polo atrayente sobre todo para las figuras del periodismo o para quienes quieren serlo. Famosas fueron las reuniones de los colegas y estudiantes de la noble y mal paga carrera que discutían bajo la sombra arbórea sobre los hechos de actualidad.
Un busto del cubano Manuel del Socorro Rodríguez, fundador del primer periódico que se editó en Colombia, preside el lugar, junto a la esfera de niños jugando, que recuerda a los ocho menores que fueron asesinados en la masacre de Villatina hace 28 años, en uno de los crímenes de estado más sonados en la ciudad.
De todo lo mencionado en este artículo se discute allí, donde también tiene sede en una de las edificaciones, justo arriba del Bar El Guanabano, una de las publicaciones de periodismo, crónicas y reportajes más reconocidas de Medellín, Universo Centro, vestigio actual de lo que pudieron ser aquellos impresos que hace 100 o 120 años traían luces culturales y destellos de nuevas ideas y análisis de nuestra actualidad convulsa, esa que alimenta por fortuna las mentes de las nuevas generaciones de intelectuales, escritores, periodistas y poetas, que en medio del producto exhalado de la cannabis sativa, mantienen viva la sana costumbre de compartir conocimiento, abrir la mente a toda suerte de corrientes de pensamiento y generar nuevas formas de interpretar tanta realidad que parece tan irreal a veces, como ahora.
El Pasaje La Bastilla y el Parque del Periodista y sus alrededores, constituyen el eje intelectual del centro de Medellín hoy en día.