Por Juan Moreno
La ignorancia en materia de política es uno de los flagelos más devastadores de una sociedad democrática. Este año electoral que estamos viviendo es una fiel muestra de ello, y tanto candidatos como votantes hacemos parte de un circo en el que hay más payasos que público.
Es increíble la cantidad de mamarrachos que se postulan al Congreso. Un recinto del que deben hacer parte ilustres ciudadanos que, por lo menos, sepan cómo funciona la política, qué es viable, con propuestas serias, atinadas, aterrizadas al contexto nacional y no unos monigotes que creen que van para la personería del colegio, para el concejo de un caserío o para la junta administradora de un edificio.
Los partidos políticos de todas las calañas se apresuran a avalar candidatos de los que uno duda de si están en sus cinco sentidos, de si tienen plenas facultades mentales o si simplemente, están tomando el pelo con sus propuestas. Es todo lo macondiano posible reunido en una campaña que, francamente, abusa de la inteligencia de los colombianos.
Gente que no se sabe de dónde salió, ni su prontuario o cuáles son sus intenciones, reciben avales con tal de que visibilicen los movimientos políticos. Desde la clásica regalada de tamales, bultos de cemento o tejas para los ranchos, hasta sancochos comunitarios y promesas llenas de humo y pirotecnia, componen el entramado de la jornada previa a las elecciones. Unos simplemente tienen el cargo de padres o madres, otros dicen que son buenos hijos, la otra sale en traje de baño, unos ponen el alias, mientras otros cargan un perro o un gato. Mejor dicho, el Senado y la Cámara se convierten así en un reflejo del folclor nacional. Como dice mi mamá, “Eso es como el Arca de Noé”.
Gente impúber que estrena cédula, adultos mayores que son muy queridos en el barrio, señoras expertas en ventas por catálogo, cantantes en la mala, deportistas que ya cumplieron su ciclo, farándula criolla venida a menos, gente sonriente, gente seria, circunspectos en la foto y una cantidad de estudiantes de ciencias políticas y noveles abogados con ganas de darle un giro de 360 grados a la política, es decir, de dejarla como estaba, pero en beneficio propio.
Gente que promete que ya no le van a poner cachos a las mujeres, que no va a haber más atracos (una cosa es Dinamarca y otra muy distinta Cundinamarca), que se van a quitar los marihuaneros de los parques, que habrá ríos de leche y miel para todos, trabajo, educación, salud, así, por arte de birlibirloque. Hombre, sí, estamos cansados de los políticos de siempre, de los sátrapas consuetudinarios, de escándalos de toda índole, de gente que mancilla el sagrado recinto de las leyes, pero tampoco es para que vayamos a votar por el primer saltimbanqui que se nos aparezca. Respetemos al país por favor señores.
¿Cómo hemos llegado a esta situación tan penosa? Por física ignorancia de lo político, por un abuso desmedido del significado de democracia, por las ganas del dinero fácil, por la deshonra de las instituciones. Mi mamá también dice que “De religión y política nadie sabe nada”, pero qué triste es eso. “Yo voté por xxxx porque me dijeron que ese era bueno”, me contaba una empleada doméstica. Y eso es todo lo que supo. “Es que ese señor habla muy bueno, como bravo, no le carga agua a nadie”, comentaba un taxista, muy seguro de su decisión. El gerente de un concesionario de autos promocionaba a una muchacha del edificio donde vive, “porque es muy estudiada y viene de una buena universidad y es de familia de bien”, decía, la mar de convencido.
Mientras tanto, y una vez elegido el nuevo congreso por los votantes que llevaron en camiones, que les dieron camiseta y gorra, que cargaron pancartas a cambio de un sánduche, nos preparamos para las presidenciales. Uno va por ahí preguntando para saber por quién deposita el votico, si alguien puede esclarecerlo a uno, reafirmarle las intenciones o demostrarle con argumentos por qué por el otro, pero nada. Casi nadie lee, casi nadie se entera o entiende las propuestas. A lo que se dedica es a denigrar del que no le gusta, a inventarle cosas o a poner en su boca lo que no ha dicho. Así es muy difícil.
Y ahora, como cereza en el pastel, vamos al maravilloso mundo de los grupos de Whatsapp donde la gente tampoco sabe, pero cree que sabe, que es peor. ¿Cómo les parece pues la cantidad de cadenas, de mensajes, de enlaces y de memes de política? Una delicia. Mentiras y más mentiras, manipulaciones, acomodos, noticias falsas, disparates varios, caricaturas y todo llega a los grupos de familia, de los compañeros del colegio, de la universidad y los de la oficina.
Y aquí vienen las discusiones, los pleitos, las peleas. Es lo más triste, y repito, nadie sabe nada. “Me dijeron”, “me contaron”, “me llegó”, “un amigo sabe” y un largo etcétera de dudosas fuentes. Es increíble lo que, en pleno siglo 21, hace la desinformación con la gente. Y siempre los más vulnerables son los que menos manejan la tecnología y claro, se creen todo lo que leen. Especialmente los adultos mayores son las primeras víctimas y todo se lo tragan entero. Un peligro latente que puede parecer banal pero que, potenciado, se convierte en una herramienta de desinformación que da al traste con amistades, relaciones familiares, de trabajo.
¿Y los políticos? Bien, Felices haciendo alianzas con quien más les convenga, haciendo amigos y enemigos según conveniencia y a costa, como siempre, de los votantes, de los pobres votantes que arruinaron sus relaciones por gente que ni los conoce. Y cada cuatro años la misma historia. Como reses al matadero.
