43 años lleva en escena el Pequeño Teatro. El sueño remoto y cumplido de Rodrigo Saldarriaga y sus cómplices en las tablas. Hoy, desde su imponente casona republicana de finales del siglo XIX, es patrimonio cultural de la ciudad. Con dos salas robustas (una a la que le caben 500 personas) en las que “El Principito” y “En la diestra de Dios padre” todavía se presentan con público nuevo, con otras generaciones que vienen a maravillarse con los clásicos.
Omaira Rodríguez es actriz y docente desde hace 36 años y dice que la principal fortaleza de la agrupación ha sido, precisamente, que son un grupo que trabaja a punta de amor y permanencia. Ella dirige por estos días “El viaje de los héroes de la tierra”, una creación dramatúrgica colectiva de sus propios alumnos de la escuela de formación de actores que ahí mismo funciona. En la obra, un camaleón, un pulpo y una leona emprenden una travesía para sanar el planeta. Dura 90 minutos, es para toda la familia y por eso se ven niños correteando por la casa, dándole un lustroso aire de novedad.
La entrada es con boleta, pero el aporte es voluntario y se deposita a la salida.
Esta noche, cerca de 100 personas esperan en el patio central de palmeras, perfectamente conservado, que da acceso a las salas tras cruzar un zaguán. Los muros que lo rodean exhiben los afiches de las principales obras de cuatro décadas y monedas de historia. La entrada es con boleta, sí, pero el aporte es voluntario y se tributa a la salida. Y así es siempre, con todas las obras.
Más de setenta montajes propios en estos años, dan cuenta de la fértil producción teatral de este colectivo. Tienen cerca de 300 funciones al año a las que van 600.000 espectadores que ellos mismos han contribuido a formar.
Sin duda, junto con el Pablo Tobón Uribe y el Prado del Águila Descalza, el Pequeño Teatro constituye ese triunvirato de la escena teatral del centro de la ciudad, lugar que se ha ganado con trabajo, tesón y una gestión administrativa que parece, aún, manejada por el espíritu del propio Rodrigo.