Por: Mónica María Pabón Carvajal
En 1999, en la administración de Juan Gómez Martínez, se crearon los bazares populares, como una medida para la reubicación de ventas informales en el centro de Medellín. Sin embargo, esta iniciativa se quedó corta en la planeación, pues no se definieron políticas para su administración ni sostenibilidad en el tiempo.
Estos bazares, localizados en el lugar donde la Alcaldía tenía predios, no donde los venteros tenían clientes, presentaron dificultades en su propuesta arquitectónica para competir con los centros comerciales privados, y serios problemas en la tenencia y administración. De esta forma terminaron siendo focos de delincuencia e ilegalidad o en el mejor de los casos, bodegas de los mismos venteros que volvieron a las calles, donde no les faltaban los clientes.
De otro lado, en el centro, contamos con cuatro mercados de gran importancia para la seguridad alimentaria, no solo de la comuna 10, sino de la ciudad en general. La Plaza Minorista, Placita de Flórez, el Pescado y la Cosecha y Tejelo, referentes del comercio tradicional de alimentos frescos y de la vida social de los barrios, que los convierte en patrimonio inmaterial de nuestra ciudad. Sin embargo, estos mercados tampoco cuentan hoy con una política pública sobre su administración, funcionamiento, sostenibilidad y control. Con cada cambio de gobierno las cooperativas encargadas de la administración de estos mercados, quedan preocupadas por su futuro, por sí se renuevan los convenios, por el nombre de la Secretaría a la que pasarán a depender y por supuesto, por el futuro de cientos de comerciantes y familias que dependen del funcionamiento de éstos.
El Plan de Ordenamiento Territorial – Acuerdo 48 de 2014-, propuso la transformación de estos mercados y bazares municipales, en nuevas formas comerciales diferenciadas; en las que se mantuviera la esencia de mercado popular, pero a partir de su arquitectura y organización social y comunitaria, transformarlos en “equipamientos emblema” referentes y motores de desarrollo económico, social y cultural de la ciudad.
Se formuló la figura de “Edificios Híbridos”, es decir de usos múltiples, en los que pudieran convivir los comerciantes legales y organizados, con una importante oferta de servicios públicos municipales. El primer ejercicio se planteó en la Plaza Minorista, que por su localización estratégica entre el centro, el río y el Distrito de la Innovación, y por la cercanía a las dos principales Universidades públicas de la ciudad, está llamada a generar una oferta amplia de equipamientos para la ciudad y el área metropolitana.
Esta propuesta de edificio híbrido contempla la construcción de parqueaderos subterráneos, asociados al anillo externo de movilidad; la venta de alimentos frescos, con sistema de recolección de residuos; la oferta de restaurantes de alta calidad, que nacen de la capacitación de los venteros; la presencia de un almacén ancla que genere un mayor tráfico de personas en el interior; con servicios de atención al ciudadano como los CERCA o Buen Comienzo; con hoteles, oficinas, canchas polideportivas, gimnasios, bibliotecas y cines. Existen referentes en el mundo como el Mercado de Barceló, donde se renovó el mercado de abastos más importante de Madrid o en el Rotterdam el Market Hall en Holanda, con una combinación sostenible de comida, ocio, vivienda y parqueadero; que en el día funciona como plaza de mercado y en la noche es un espacio público cubierto.
En Medellín, se buscaba por medio de concursos públicos internacionales, conseguir los mejores diseños arquitectónicos para desarrollar estos proyectos. Se pretendía proveer al centro de los equipamientos que le están faltando para atraer usos tan importantes como la vivienda; contar con edificaciones de altas calidades estéticas que se convirtieran en referentes de ciudad; garantizar el flujo continuo de transeúntes, es decir de clientes permanentes para el comercio; con una presencia fuerte y real de la institucionalidad en el centro como garante de seguridad y control.
Hablo en pasado, porque a la fecha, ni concurso, ni políticas, ni proyectos, y las calles están cada día más invadidas, el espacio público es menos público y cada día más familias dependen de la informalidad y la ilegalidad que supone estar donde no se está permitido.