A raíz de los videos que circulan por los celulares cuando ocurre un linchamiento, un suicidio, un accidente o una pelea, ¿por qué los vemos? ¿Por qué se comparten estas imágenes? Reflexión con expertos.
Por: Víctor Vargas
Dos policías asesinados, una mujer que se suicida lanzándose de un puente llevando consigo a su hijo de 10 años, dos ladrones que corren desnudos por las calles mientras la comunidad los acosa y castiga, un accidente de tránsito en el que un joven grita de dolor atrapado bajo las llantas de un camión, son solo algunos de los contenidos más recientes, y más crudos, que circulan por muchos de los celulares de los antioqueños y que hacen parte de las más de 62 millones de líneas móviles, que según el Ministerio de las TIC, existen en el país y que posibilitan que estos hechos macabros rueden como una bola de nieve de mano en mano.
Pero, ¿por qué vemos estos videos y más allá, por qué los compartimos a otras personas pese a su contenido violento? ¿Qué sucede cuando estos llegan a manos de niños y jóvenes gracias a la disponibilidad de aparatos a los que tienen acceso?
Para Juan Diego Tobón, psicólogo magíster en educación y desarrollo humano, por naturaleza los seres humanos responden a las pulsiones de la vida y la muerte, entendiendo pulsión, como una fuerza interna que nos empuja a satisfacerla o incluso a reprimirla o eliminarla.
Los expertos advierten que las fuerzas mentales que impulsan a las personas a acceder a esta clase de videos violentos son naturales, pero es una actitud crítica la que puede darle equilibrio al consumo de estos.
Señala que durante la historia de la humanidad mostrar la muerte, confrontarla, verla, responde a esas pulsiones esenciales. Recuerda que, por ejemplo, en muchos episodios de la historia, las ejecuciones se hicieron públicas, como en las crucifixiones romanas y en las revoluciones europeas, por citar solo dos casos.
En la actualidad, agrega, gracias a los dispositivos móviles, lo que se hace con esas fotos o videos es “expandir y multiplicar esa información sobre la muerte o la vida, más allá de un asunto como el morbo, es más el intento del ser humano de confrontarse con eso que lo angustia, lo desborda, lo confronta, como la muerte”, indica el experto.
En el caso de las cadenas que se comparten generalmente en redes sociales como WhatsApp, en las que se señala a alguien de ser un ´fletero’, violador o estafador, el psicólogo explica que en esa misma estructura funciona un esquema de poder y de reproche contra el otro. “Es también un esquema de reafirmación de la vida y la muerte, en este caso no una muerte física sino una moral cuando criticamos a esa persona diciendo ‘el otro es un ladrón y yo no’”, expresa.
¿Una sociedad enferma?
Para el profesor de antropología de la Escuela de Ciencias Sociales de la Universidad Pontificia Bolivariana, Gustavo Muñoz Marín, también filósofo, el que en nuestra sociedad se estén compartiendo con tanta intensidad estas imágenes, sugiere una reflexión sobre si se está disfrutando de la observación y difusión masiva de estas imágenes violentas.
“De una manera u otra con ello (ver y compartir las imágenes) hay un cierto nivel del disfrute que raya en lo patológico. Cuando se disfruta de este tipo de ‘espectáculos’ lo que se ve es que las sociedades tienen un alto índice de autoagresión, de violencia y empieza a encontrarse cierto nivel de complacencia”, advierte el académico.
Y su advertencia podría estar justificada: en el más reciente estudio realizado por la operadora móvil Tigo UNE, el 55% de los datos móviles usados por sus suscriptores durante enero de 2019 fue consumido para ver videos. Durante 2018 “los colombianos consumieron más de 138,5 millones de horas de video desde sus celulares”.
Obviamente esta cantidad de consumo encierra toda una diversidad de contenidos como series de televisión, pero es innegable que los contenidos violentos están llegando con cada vez más frecuencia.
Hacer justicia por su propia mano contra personas que delinquen es uno de las situaciones más registradas en videos. Según el profesor Muñoz Marín allí se encuentran dos elementos: la pulsión natural y la incapacidad del estado para ejercer control social.
El profesor Muñoz Marín señala que la condición humana es gregaria, es decir “los humanos siempre vivimos en agremiaciones que luchan para sobrevivir y muchas veces esa lucha se hace en condiciones de depredación o de consenso. Una sociedad madura tiene muy buenos niveles de consenso”.
Ese consenso podría partir de un alto nivel de educación crítica en la que, precisa el antropólogo, si una persona recibe un contenido de este tipo, pues tenga el sentido crítico para no “publicitarlo” compartiéndolo con otras personas, pensando que puede estar contribuyendo a que este llegue a manos de niños o adolescentes que se pueden ver traumatizados al enfrentar esa violencia.
“El problema incluso frente a los menores, no solo es el acceso porque siempre vamos a estar expuestos a este tipo de material, el problema es cómo lo recibimos y qué reflexión hacemos”, manifiesta Muñoz Marín.
Por ello, en tiempos en los que la mayor parte de las personas mantiene un celular en la mano y la sociedad colombiana vive permanentemente situaciones violentas y trágicas, que pueden ser registradas con facilidad, el antropólogo sugiere pensarlo mejor antes de darle ‘reenviar’, “para no generar esta dinámica que ‘viraliza’ y le da ‘valor’ a este tipo de videos”.