Es domingo. Sobre la Avenida Oriental llueve y hay pocos carros. Un grupo de jóvenes vestidos con uniformes vistosos y logos de la administración municipal, instalan conos y cintas para restringir el paso vehicular, varios comerciantes abren sus chazas y se instalan bajo plásticos que los protegen de la llovizna.
Muy cerca de la iglesia de San José y el Tranvía, un local se viste de colores. Dos hombres de tez negra pelan mangos, papayas y piñas. Alexander Rentería, el más joven, sonríe como si le estuviera yendo de maravilla, aunque no ha hecho la primera venta.
El domingo es su día favorito. El silencio que producen la falta de carros y la lluvia cayendo sobre los plásticos le recuerdan su pueblo natal en la ribera del río Atrato. Por eso madruga, aunque llueva y venda menos. Por eso va tranquilo, saca su radio y mastica un chontaduro, el producto que menos vende pero que más le gusta.
Cuando el reloj señala las 8:30 a.m. comienzan a llegar los deportistas. Algunos trotan, otros caminan y los más entusiastas van en bicicleta. Si el día hubiera sido soleado, dice Alexander, la vía estaría llena de parejas con sus hijos en coche o de jóvenes corriendo al lado de sus mascotas. “Nadie lleva afán, todos van contentos. Eso es lo lindo de la ciclovía”, dice.
El primer cliente lo interrumpe. Pide un trozo de piña y una botella de agua mientras se seca la frente llena de gotas de lluvia y sudor. Es un viejo conocido: saluda a Alexander por su nombre, celebra que no esté haciendo calor, porque así es más fácil trotar desde el centro hasta El Poblado.
Se llama Javier Restrepo y viene desde hace dos años a la ciclovía. Antes, pasaba sus días comiendo, tomando licor y viendo televisión. “Era muy gordo. Yo apenas estaba llegando a los 40 años y mi papá se murió de un infarto. El médico me dijo que tenía colesterol alto e hipertensión y que eso lo mató. Y me dijo que era hereditario, que podía pasarme también. Ese fue el último día de sedentarismo”, dice.
Restrepo no falta a ninguna ciclovía y celebra que este tipo de espacios se estén expandiendo. “Estaba animado con la apertura de la nueva ciclovía en (la Avenida) Las Palmas, quería empezar a trotar en esa loma, pero habrá que esperar”, agrega, vuelve a morder el trozo de piña y repite la mueca involuntaria producto del sabor ácido.
El deportista se refiere a los 18 kilómetros de la vía Las Palmas, entre San Diego y el mall Indiana, que la administración municipal autorizó como ciclovía dominical. El espacio -que realmente se llama Vía Activa Saludable- iba a empezar a funcionar el pasado 5 de noviembre, pero la reciente temporada invernal cambió los planes.
60.000 toneladas de tierra cayeron a finales de octubre sobre la Autopista Medellín – Bogotá y acabaron con la vida de 16 personas. Como aún llueve sobre la montaña de la que se despren
dió el alud, las autoridades de gestión del riesgo y de tránsito, solo han permitido el paso a un carril, con cierres esporádicos cada vez que la intensidad de la lluvia sube.
Como consecuencia, Las Palmas se convirtió en una ruta de desvío vital y cerrarla un domingo -en medio de esta contingencia- podría tener un impacto significativo en la movilidad, según explica un funcionario de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo, que prefiere no ser citado.
Impacto comercial
A 600 metros de Alexander, una fila de carros espera a que el semáforo cambie y los deportistas se detengan para poder atravesar la Avenida La Playa. José Fernando Zapata mira a través del vidrio de su vehículo a quienes van sudando y corriendo.
Dice que, aunque la ciclovía le genera demoras para llegar a su oficina, se trata de un cierre temporal, programado e informado, “por una buena causa”, dice y ríe. “Las ciclovías que no me gustan son las que hacen entre semana en la Avenida Regional. La ciudad necesita un espacio para que toda esta gente pueda hacer deporte sin que se tenga que cortar el tráfico”, agrega.
El alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, aseguró que su administración quiere apostarle a formas de movilidad sostenible como las bicicletas, pues además de descongestionar las vías, contribuyen a contaminar menos el aire. “Vamos a construir 80 kilómetros de ciclorrutas fijas, el doble de lo que ya hay. Queremos cambiar el chip de la gente y que estos modos de transporte se usen más”, dijo.