Por: Valentina Castaño
Anillos, carritos de juguete, guitarras rotas, botas de trabajo de diferentes tallas y tiempos de uso, medicamentos de toda clase en cajas ya abiertas, gorras, relojes, radios viejos sobre flores sintéticas, todos expuestos sobre un suelo que se extiende por cerca de 200 metros entre las estaciones Parque Berrío y Prado, del Metro de Medellín.
No es un desorden cualquiera, ni ventas al azar, se trata de los checherecheros del centro, un grupo de vendedores informales que representan una histórica tradición socio – económica de la ciudad.
Al sector donde se ubican para realizar sus actividades de comercio se le conoce como “el cambalache” y aunque hasta hace un tiempo este se limitaba al viaducto del metro, hoy se ha tomado parte de la Plaza Botero y la Plazuela Nutibara, generando descontento en comerciantes formales y otros actores del sector. Pero ¿qué se está haciendo frente a la situación?
La historia del cambalache
El cambalache nació antes que la Curva de Rodas, cuando la basura de la ciudad aún iba a parar al botadero que era Moravia. Allí, familias enteras se dedicaban a buscar entre las pilas de desperdicio aquellos objetos que consideraban valiosos, o a los que aún podía dárseles algún uso, ya fuera para conservarlos o revenderlos.
“Yo nací en el botadero, mi mamá trabajaba ahí. Cuando eso se terminó, una vez empezó a funcionar la Curva de Rodas, nos fuimos para la plaza, El Pedrero”, cuenta Octavio Valencia mientras negocia el precio de un radio azul que un joven de mirada extraviada llega a ofrecerle.
Fue en El Pedrero donde Octavio conoció a quien es hoy su esposa y la líder de los checherecheros, María Eugenia Valencia. Ella, recién divorciada y vendedora de chance, encontró en Octavio un verdadero amor y, junto a él, fue mudándose con el cambalache.
Una vez se incendió El Pedrero, los checherecheros se movieron de un lado a otro: La Minorista, el sector de Díaz Granados en Guayaquil, el puente oxidado de San Juan. A donde iban parecían llegar con ellos los problemas de espacio público, las riñas y los conflictos eran casi una constante.
Comenzando el siglo XXI, el entonces alcalde de Medellín, Luis Pérez Gutiérrez, les propuso organizarse en el lote que se conoce como el Bazar de los Puentes. Felices por tener un espacio en el que finalmente estarían legalizados, los checherecheros pasaron años acreditando su actividad, sin embargo, las reformas no prosperaron.
“En el 2014 nos desalojaron sin hacernos el debido proceso, nos avisaron el mismo día, incluso se nos llevaron la mercancía para botarla. Fui a quejarme al Concejo y pararon. Luego de eso nos hicimos para el lado del Tulio Ospina donde quedan las funerarias, pero de ahí nos quitaron. Nos vinimos para acá (al viaducto), esto era como un Bronx, lleno de habitantes de calle y heces. Aún así, no nos dejaban trabajar, nos ponían el ESMAD hasta las 4 de la tarde. Así fue hasta que logramos conseguir un permiso en la Alcaldía y aquí seguimos. De Los Puentes salimos 450 comerciantes y hoy hay 1000, cómo le parece”, explica María Eugenia sentada entre unas máquinas retroexcavadoras de juguete que quiere vender.
“Alguien desesperado sin trabajo, ve que puede sentarse aquí y vender unas cosas de su casa, comprar otras, hacerse su dinero; se termina amañando”, le complementa rápidamente su esposo.
Recuperadores ambientales
Hoy en día, el municipio busca constantemente acciones para mejorar la situación del relleno sanitario de la ciudad y evitar que pueda llenarse. Parte de la solución está en aprovechar mejor los residuos.
“Le damos una segunda vida a las cosas, disminuimos la cantidad de basura que va al relleno sanitario, somos recuperadores ambientales”, explica María Eugenia.
El trabajo en pro del reciclaje, así como su aporte a la historia de Medellín, son bases en las que este gremio soporta sus acciones y se mantiene en la lucha por regularlas y legalizarlas.
“Tocando puertas en Defensoría del Pueblo y Personería logramos que Espacio Público nos dejara trabajar sin tanta molestadera, y la actual Administración, con la que nos ha ido mejor que con la anterior, nos prometió que hasta que no tengamos un sitio para ser reubicados, podemos seguir trabajando aquí, debajo del metro”, señala María Eugenia.
Mercado de La Segunda Oportunidad
Tras décadas de acercamientos hostiles por parte de Espacio Público, la administración ha dejado de lado aquellas estrategias que buscaban erradicar este tipo de actividades y han optado por otras que pretenden regular y controlarlas.
Así surge el módelo ITEM, Intervención Territorial Estratégica de Medellín, una metodología de acciones coordinadas con los diferentes actores público-privados para la transformación de espacios públicos representativos de la ciudad, en territorios amigables, sostenibles, organizados y con vocaciones sociales y económicas que propendan por la dignidad y la legalidad de las personas del territorio.
El cambalache hoy es considerado un ITEM y la idea es intervenirlo integralmente hasta llegar al plan estratégico que regulará y proyectará el Mercado de La Segunda Oportunidad, un sitio donde el comercio de segunda buscará volverse un ícono comercial de la ciudad al nivel de los mercados de pulgas de ciudades como Barcelona, Madrid o París.
Esta intervención estratégica territorial quiere realizarse sobre la carrera Bolívar, entre el Hotel Nutibara y la calle La Paz. Su objetivo prioritario será dignificar la labor comercial de estos vendedores, regular y canalizar de manera dinámica el comercio y transformar el espacio público, brindando presencia institucional y alternativas de desarrollo económico.
Y si bien este proyecto ya está plenamente planteado, los recursos aún no se disponen para su realización. Pese a la urgencia de dar orden al cambalache, por ahora los checheres continuarán extendiéndose por plazas y andenes a sus anchas.
También puede interesarle: El centro, un territorio lleno de contrastes