Por: Valentina Castaño
Son muchos los corredores del centro de Medellín que se oscurecen a la par del día, una vez se va el sol, también se va la vida. Sin embargo, movimientos ciudadanos han venido activando espacios por medio de la gastronomía, el arte y la cultura.
Este es el caso del Pasaje Cervantes, una calle de no más de cien metros de largo ubicada entre Ayacucho y Pichincha, a una cuadra de la estación Pabellón del Agua del tranvía. Aunque no es muy grande, este espacio congrega a la educación, el teatro, la gastronomía, la literatura, la música, la fotografía, la vivienda y el diseño.
“Este es un territorio que ha crecido gracias a los espacios educativos que se han instalado aquí, la dinámica de esta zona es de estudiantes creativos. Tenemos esas dos madres a lado y lado de Cervantes (la Fundación Universitaria Bellas Artes y el bachillerato nocturno de la Universidad de Antioquia) que le generan al espacio una dinámica muy importante, es un lugar donde encuentras cosas muy inspiradoras: murales, café y libros ricos, conversaciones muy bacanas. En Cervantes en cualquier momento en la silla de algún café hay un gran escritor, una teórica del feminismo bien tesa, alguien tocando un instrumento, es muy espontáneo”, comenta Ana María Muñoz, gestora cultural de Distrito San Ignacio, un proyecto público-privado que trabaja por la gestión territorial a través de la cultura, la educación y el patrimonio.
¿Quiénes habitan Cervantes?
Aunque en el pasado este corredor fue netamente residencial, al empezar la década del 70 las personas que vivían allí comenzaron a migrar hacia otras zonas de la ciudad. Los grandes predios que quedaron vacíos fueron llamativos para los grupos teatrales que buscaban espacios de ensayo.
Así llegaron al Pasaje Cervantes el Pequeño Teatro, el Matacandelas y el Teatro Popular de Medellín. Y aunque estas entidades mudaron posteriormente sus sedes, este magnetismo atrajo a corporaciones afines como el Teatro El Trueque, quienes hace unos años decidieron reabrir allí sus puertas.
“Soñábamos con esa casa en el pasaje porque es muy estratégica”, cuenta Ana María Otálvaro, directora y actriz del Trueque. “Es peatonal y con vecinos muy importantes para realizar alianzas, como instituciones educativas alrededor, la Unión de Ciudadanas, el tranvía que transformó la calle Ayacucho y negocios de toda clase”.
Entre estos vecinos se encuentran, por mencionar algunos, un bar en el interior de una propiedad diseñada por Goovaerts, una tienda de cajas, otra de material electrónico usado, una tienda esotérica, una sastrería, una litografía, varios restaurantes de comida de mar, mexicana y un pub/restaurante con increíbles platos.
La zona además se ha consolidado como un punto de encuentro y crecimiento para el movimiento feminista de la ciudad, antes con el Café Amadis y ahora con el Café Ruda. Desde hace más de diez años el pasaje es el lugar predilecto para finalizar las marchas del 8 de marzo.
“Ruda nace también ante la necesidad de habitar este pasaje que estaba completamente solo tras la pandemia, pues se habían cerrado varios negocios. En el local que estamos antes se encontraba Amadis, un espacio que también fue referente para el feminismo en la ciudad, esto nos permitió tener como una historia de ligación con el pasaje y un deseo de volver a habitarlo. Le apostamos a este pasaje por todo lo que plantea, porque está rodeado de instituciones educativas, de espacios culturales. Ha sido una ganancia para todos y todas y esperamos contar con más apoyo institucional, de parte del Estado sobre todo, porque estos proyectos parece que son muy bien vistos en El Poblado pero en el centro de la ciudad infortunadamente cuentan con muy poco apoyo, por eso le seguimos apostando a la oportunidad de un espacio público digno, bonito, agradable, un espacio de encuentro en el centro para toda la ciudadanía”, expone Marta Restrepo, integrante del Café Ruda.
Es importante recordar que Cervantes también es un lugar de viviendas, allí hay residentes que, al igual que los estudiantes, han recuperado este lugar para habitarlo desde el ocio, ya sea sentándose a la sombra de un árbol a leer un libro, sacando a pasear al perro o tomando el algo. Este espacio que no es más que el residuo de una antigua vía que ya no usan los carros, ha logrado convertirse en punto de encuentro ciudadano y en el campus universitario de 63 instituciones educativas y más de 100 mil estudiantes que hay en el Distrito San Ignacio.
“Nuestra misión es generar, construir esos espacios, ayudar a que hayan más Cervantes en el territorio para que tengamos más lugares en los que los estudiantes puedan sentirse acogidos, cuidados, porque además es un espacio seguro. Hay una sensación de seguridad allí todo el tiempo y es porque es un lugar habitado. El centro no es un lugar inseguro, es un lugar deshabitado”, concluye Ana María Muñoz.
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