Por: Juan Moreno
Melissa parece una veinteañera rusa. Es de piel blanca, blanquísima. Su pelo castaño claro y su cara de pómulos prominentes y boca pequeña está presidida por un par de ojos verdes, gatunos. Si no hablara con esa insolente coquetería que hablan las veinteañeras paisas de barrio, seguiría creyendo que viene de cualquier barrio de Kazán, a orillas del Volga, en ese Tartaristán donde Colombia tratará de ganarle a Polonia en el Mundial.
Ella está sentada en un banquito sencillo, y enfrente tiene una pequeña mesa plegable donde se acomodan las imágenes de más de 350 jugadores, técnicos, escudos y estadios que conforman el álbum Panini, la publicación más vendida por estos días en Colombia. Melissa hace parte de una alineación de comercializadores de láminas, álbumes, llaveros, adhesivos y una cantidad de recordatorios alusivos al máximo evento del fútbol en este planeta. Entre ellos, una réplica de la copa del mundo, hecha en un plástico dorado y que sirve como alcancía. Vale 20.000 pesos. El campo donde se juegan el favor de los afiebrados tiene casi las mismas medidas de una cancha reglamentaria, se trata de la cuadra que conforma Junín entre Ayacucho y La Playa.
Daniel, un estudiante de último semestre de comunicaciones en la de Antioquia, le hace compañía a Melissa en el puesto. De hecho, la idea de ganarse un dinero extra satisfaciendo el hambre coleccionista de la masa hipnotizada por el evento, fue de él. Me dice que lleva como cuatro mundiales haciendo lo mismo. Trato torpemente de calcularle la edad entonces y él me ayuda diciendo que tiene 24 años y que arranco a los 12. La cuenta no cuadra pero lo sorpresivo es que él solito se haya hecho un lugar en ese lugar. Me dice que este año le metió dos millones de pesos a este emprendimiento. Que compró álbumes, cajas y cajas de sobres y láminas y que arrancó a vender y a cambiar aquí en el centro.
Me dice que hay otros “cambiaderos” en El Poblado pero que no se mueven como estos del centro. Mientras pierde tiempo valioso hablando conmigo, que lo coso a preguntas, Melissa se encarga de ayudarle a una quinceañera de gafas que llegó vestida con la camiseta del Nacional y con una hoja de cuaderno llena de números y tachones.
Daniel me dice que no hay láminas escasas entre los jugadores pero sí en los escudos. Es más, que algunos salen muchas veces y me enseña un fajo amarrado por un caucho en los que se repite como 80 veces un mismo jugador de Portugal. Cada lámina la vende a 500 pesos y las más difíciles de conseguir, los escudos y “la 00”, que es el símbolo del Mundial, pueden costar entre siete y diez mil pesos según la ansiedad de quién las busca.
Sobre Ayacucho, donde el tranvía hace una curva que recuerda una calle de Praga, Budapest o Sofía, en épocas en las que los soviéticos las aislaron con la cortina de hierro, está el puesto de William. Se acerca a los 50 años y desde el Mundial de Italia 90 tiene su puesto en esa área. Vende tres álbumes, el Panini “original”, vacío o lleno ($480.000), el Navarrete, que es la versión de menor estrato, editada por un consorcio colombo-peruano y el “escaniao”. Este último, se trata del Panini lleno, pero sometido a un proceso de escaneado para que quede como una revista y no se note que tiene las láminas pegadas. Vale 18.000 pesos pero el propio William me dice que no tiene gracia, que lo “bacano” es llenarlo, conseguir las figuritas, cambiarlas y sufrir por las escasas…Bueno y comprárselas a él por 10.000 pesos.
Mientras ojeo los álbumes, noto que su calidad dista mucho de la que a mí me tocó en el único que hice, el de España 82. El mejor que ha salido, me apunta William, solidario con lo que pienso. Ya no los hacen así de elegantes ni “calidosos”, recordamos nostálgicos. Mientras camino hacia los puestos de camisetas de la selección, donde la más cara cuesta 35 mil pesos y es “una copia original” de la de verdad, según me dice risueño el vendedor a ver si le capto el tiro, la tarde se va destiñendo en favor de esa lluviecita incesante que les posterga el gol de la venta, la celebración de la ganancia y les pospone el partido para cuando haga un mejor tiempo, un Climacool, como la camiseta de la selección.