La de la Plaza Botero es la única exposición permanente del Maestro en el mundo y al año es visitada por miles de turistas de los cinco continentes y todas las regiones de Colombia. Para hacer realidad esto, varios edificios tuvieron que demolerse. Conozca su historia.
Por: Juan Moreno
Fotos: Giuseppe Restrepo
Recién estrenando cargo y mientras pensaba en las estrategias para revitalizar el demacrado Museo de Antioquia, Pilar Velilla se paró un día cualquiera de 1998 en la esquina de la carrera Carabobo con la calle Calibío, en ese entonces abiertas al tráfico, a imaginarse una inmensa plazoleta que le diera una visual más despejada y limpia al antiguo Palacio Municipal, esa edificación que iba a recibir la colección que robustecería el renovado Museo de Antioquia, la gran donación del Maestro Fernando Botero.
Cuatro edificios obstaculizaban el sueño de la nueva directora del museo: el centro comercial Luna Park, que contenía los famosos billares del mismo nombre y locales comerciales, especialmente de cosméticos, peluquerías, cafeterías y un “Sanandresito”. También, hacia el sur, se levantaba una mole de cinco pisos ocupada mayormente por oficinas de abogados, uno más pequeño dedicado al comercio informal y hacia el oriente, y ocupando lo que antiguamente era el estacionamiento de los vehículos adscritos a la entonces Secretaría de Obras Públicas, recién se comenzaba a construir un edificio con su propia plazoleta tipo “media torta”, propiedad del Metro de Medellín.
“La verdad es que esos edificios (el Luna Park y el de los abogados) no eran bonitos, ahí no había nada patrimonial y no tenían buena condición social, había muchos habitantes de calle muy niños alrededor y pensé: qué dicha tumbar todos estos edificios. A mí se me ocurrió que el mejor anzuelo para unir voluntades y lograr el sueño de la plaza era la donación que el Maestro Botero le iba a hacer a la ciudad”. Así comienza su relato Pilar, la entonces nueva Directora del Museo de Antioquia.
El Alcalde Juan Gómez Martínez, que ejercía su segunda vez esta distinción, ya había dado el aval para que el museo funcionara en la antigua sede de la administración municipal, un bello edificio estilo Art Deco levantado en los años 30 por la firma HM Rodríguez e Hijos. Con la idea en la cabeza, Pilar se fue a la oficina de Álvaro Sierra Jones, Director de la Fundación Ferrocarril de Antioquia y le socializó el proyecto. “La gente se burlaba de mí a carcajadas. Eso en ese momento sonaba estúpido. Medellín estaba en una situación crítica saliendo de numerosos problemas y yo proponiendo que la alcaldía comprara una manzana entera, que la demoliera e hiciera una plaza”.
La Plaza Botero es un enorme parque arbolado que consta, además de las esculturas del Maestro Fernando Botero, de seis zonas verdes y dos fuentes de agua en un espacio compartido con el Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe.
Vender la idea
Sin embargo, Álvaro Sierra le compró la idea a Pilar y a través de la fundación trazó el primer boceto de cómo sería la plaza. Luis Fernando Mejía, arquitecto, grabador y dibujante, plasmó el proyecto en un pliego de papel Bond blanco. “Con ese papel me fui luego donde el Gerente del Metro, Alberto Valencia, pero no me recibió. Me mandaron donde un arquitecto al que le conté la idea y le dije que aplazaran la construcción del edificio que ellos iban a hacer, pero como era una licitación ya aprobada, tuvieron, por ley, que construirlo de todas maneras”, continúa Pilar.
En todo caso, ella logró despertar el interés del Alcalde Gómez Martínez y del propio Maestro Botero, a quien también le contó la idea. El Maestro se puso eufórico y soltó esta sentencia: “si hacen una plaza yo dono 14 esculturas con las que hago las exposiciones alrededor del mundo”. Pilar le contó al Alcalde de la donación ofrecida por el artista y ese fue el pistoletazo de salida para comenzar en firme el proyecto.
El proceso
Con el entusiasmo en crecimiento, al Maestro Botero se le ocurría donar más esculturas y de las 14 proyectadas el tema terminó en 23 obras cedidas para el proyecto. Incluso opinó e intervino en el diseño de las fuentes, las bases y los materiales en las que iría cada creación “para que estuvieran a la altura de la gente”. Tampoco tuvo ningún reparo en que las tocaran y las disfrutaran sin dañarlas.
Arrancó entonces el proceso de compra de los predios, una batalla complicada porque 280 escrituras tenían problemas legales, lo cual demoraba el desarrollo de las cosas. “A la directora de ese entonces de lo que hoy es la Empresa de Desarrollo Urbano –EDU-, Adriana González, habría que levantarle otra escultura porque ella solita en solo seis meses logró negociar, aplicando por primera vez en Colombia, la Ley de Expropiación Administrativa, que facilita el bien común sobre el particular”. Continúa Pilar Velilla.
Se compraron los edificios y los locales, se acallaron con argumentos legales las protestas de los comerciantes y arrancó la etapa de demolición. Mientras los obreros derribaban las estructuras se acercaban cientos de personas a llevarse partes de los edificios. Eran hordas de gente desmantelándolos y nadie se atrevió a impedirlo para evitar una tragedia, lo que, paradójicamente, a la postre aceleró el proceso de demolición.
Pero faltaba el edificio nuevo, el del Metro. El Alcalde se empeñó en comprarlo para demolerlo, nuevo, sin ocupar y diversas voces se levantaron acusando de detrimento patrimonial. Se pensó en dejar una parte en pie por lo menos, pero la idea era que tenía que desaparecer pese al costo político que ello implicaría. “El Alcalde estuvo investigado por la Procuraduría pero era más importante la plaza como ícono cultural que un edificio. Así se demostró y se demolió, también con ayuda de la gente”, recuerda Pilar.
Son en total, 7.117 metros cuadrados en los que han crecido también especies como guayacanes, cipreses y ceibas. La obra integró la Plazuela Nutibara a la que también se le hizo una recuperación arquitectónica, especialmente de la fuente, diseñada por el Maestro Pedro Nel Gómez.
De todos
El proceso constructivo tardó algo más de dos años y finalmente la Plaza Botero, el Parque de las Esculturas o Ciudad Botero, como se le llama también al lugar, se inauguró en 2001, un año después de la apertura del museo en el edificio actual. La labor educativa, de socialización y apropiación cultural del espacio no fue fácil. Fue otra tarea que tardó meses para evitar que la gente no rayara las obras, no se llevara las bancas, no desmantelara lo construido.
Finalmente se logró lo impensado, que la propia gente cuidara este espacio de ciudad y hoy en día es casi nulo el daño que le ocurre a las obras, solo el desgaste y la patina propios del paso del tiempo. Los visitantes tranquilamente pueden tocar las obras pero no agredirlas y para eso se cuenta con un grupo de cuidadores conformado por los propios fotógrafos y vendedores de artesanías y recuerdos en el lugar.
El proyecto de la plazoleta también incluyó la peatonalización de la carrera Carabobo y de la calle Calibío, por la esquina donde alguna vez se paró Pilar a pensar cómo se vería esa zona despejada, convertida en plazoleta y de pronto, poblada por las esculturas más reconocidas del artista más universal de nuestra historia.
Y hoy esa plazoleta y sus alrededores y gran parte del centro de Medellín como las estaciones parque Berrio , prado y el mismo parque Berrio y debajo del viaducto hoy las zonas verdes , corredores hoy todo eso está convertido en las letrinas de indigentes , borrachos y viciosos .Vendedores ambulantes mal presentados , venezolanos vendiendo también y con música a todo volumen y gritando a toda hora ah y prostitución que alimenta de paso a ladrones , jíbaros y compradores . Mejor dicho el centro de Medellín es un muladar ESO ES LO QUE VEN LOS TURISTAS CUANDO VIENEN ,UNA CLOACA ESO VEN
y lo digo con propiedad por qué aquí vivo
Por favor, es hora de que Antioquia y todo el país rinda un merecido homenaje a la señora Piedad Velilla quien no solo logró este espacio maravilloso, icono de la ciudad sino su estupenda labor para recuperar el centro de Medellín.