Con tres mil pesos se puede saciar el hambre almorzando en el centro. Ahí, en las inmediaciones de la Plazuela Nutibara, cerca, alegóricamente, a un edificio al que llaman “El Portacomidas”. En esa zona se hace todos los días junto con otros colegas de oficio, Oscar Aristizábal. Diariamente llega allí con un carrito como esos de supermercado, lleno de termos, ollas, botellas y jarras. Trece años lleva en esas, y a veces está ahí o en el Parque Berrío, vendiendo almuerzos que para nada saben o se ven mal, todo hay que decirlo.
Sopa de lentejas, arroz, presa de pollo y limonada en panela era el menú del día en el que CENTROPOLIS lo entrevistó. La porción es generosa, se sirve en un plato desechable, al igual que los cubiertos, y el comensal verá donde se sienta o si come ahí paradito. Vendedores ambulantes, habitantes de calle, transeúntes varios, en fin, Oscar no le niega la venta a nadie.
Él viaja todos los días desde Girardota hasta este punto del centro, el menú lo prepara a las 6 de la mañana y a las 8 lo tiene listo, gracias a su maestría como extrabajador en un restaurante de ese municipio. La pregunta es obvia y directa, porque a eso fuimos ¿Qué tan limpia es la comida?
“En el tiempo que llevo aquí, nadie ha venido a quejarse porque el almuerzo le haya caído mal o se haya intoxicado. Yo, que he trabajado en restaurantes finos, le puedo asegurar que este es más limpio que cualquiera. Yo se por qué se lo digo. Yo he visto muchas cosas”, asegura con firmeza mientras cuida que todo esté tapado y no se enfríe ni se ensucie. Y así, siempre, hasta las tres de la tarde.