La inseguridad, los malos olores, los constantes atentados contra bienes públicos y patrimoniales, incluyendo las famosas obras de la Plaza de las Esculturas, hicieron de la antes imponente y atractiva Plaza Botero un lugar al que era difícil acercarse.
Entre la creciente inconformidad de los ciudadanos por el mal estado de un espacio tan representativo de Medellín, la alcaldía tomó la decisión controversial de cercar la plaza pública. Dentro de las vallas se quedaron las 23 obras monumentales, el Museo de Antioquia, los turistas, las familias y sus niños; por fuera, el comercio informal, los habitantes de calle y las prostitutas. Durante el último mes, las voces se han alzado a favor y en contra de esta acción, pero ¿qué ha pasado en este tiempo?
Mejora la percepción de seguridad
Es viernes por la tarde en Plaza Botero, al interior del enmallado policial las personas caminan a paso lento, sacan sus teléfonos, se toman fotos, se sientan y ponen sus bolsos o pertenencias a un costado, no miran con sospecha a lado y lado, parecen haber recuperado la tranquilidad que desde hace tiempo era desconocida en la zona.
“Al interior se percibe un poquitico más de organización, de limpieza, de orden, de seguridad y yo creo que pues ¿a quién no le gusta eso? Varios me han dicho que esperan que la cosa vaya mejorando gradualmente, que vaya cambiando de ese cerramiento tan gigante a algo mucho más amable”, expone Daniel Manzano, director de Asoguayaquil. “El sector requiere que por lo menos haya disciplina y un poquito de orden en todos los sentidos, yo creo que la gente lo está viendo bien, ha mejorado la percepción frente al tema de lo que la policía está haciendo. Todo es un análisis, todo eso es un tema de prueba – error y yo creo que en este momento va a evolucionar a mejorar muchísimo más el tema de la seguridad integral que se requiere ahí”, concluye el dirigente gremial.
No son solo las vallas las que han reforzado la sensación de seguridad, antes inexistente. Detectores de metales, 57 cámaras de vigilancia activas, operativos “relámpago”, agentes encubiertos de la policía, 32 uniformados con permanencia las 24 horas del día, así como la promesa de arcos de ingreso dotados incluso de monitores inteligentes de armas, son ahora parte de la cotidianidad de la Plaza.
“Ojalá que las mantengan”, exclama Rosa Beltrán, visitante frecuente de la Plaza, sobre las medidas implementadas. Las personas sentadas a su alrededor, en su mayoría hombres de edad, la secundan, “estamos mejor así, era demasiado el desorden”, complementa uno de ellos.
Sus respuestas no sorprenden demasiado, es difícil pensar que a alguien no le guste sentirse más seguro. Pero ¿por qué hay entonces tantas voces en contra de la intervención?
Más allá de la reja
El pasado viernes 17 de febrero, diferentes actores culturales y sociales de la ciudad se reunieron frente al Museo de Antioquia para pronunciarse en contra de las medidas adoptadas por la Alcaldía.
“Que viva la Plaza viva”, exclamaba María del Rosario Escobar, directora del Museo de Antioquia, antes de exponer las razones por las que consideraba la valla un error. “El cierre de la plaza no fue consultado antes con nosotros. El Museo de Antioquia pertenece a la plaza y la plaza pertenece al Museo. Somos una entidad del centro, con todos los desafíos que eso conlleva y con todas las potencialidades que hay. Sabemos que la zona de la plaza es compleja y con múltiples problemáticas, pero temas complejos necesitan soluciones integrales que atiendan sus variables”, expuso la directora.
Colectivos sociales que velan por los derechos de poblaciones vulnerables y minorías también estuvieron presentes en el evento para expresar su descontento.
“Creemos que la Plaza Botero ha sido privatizada y cerrada por la administración de Daniel Quintero. En un ejercicio de exclusión de un montón de complejidades y de actores que confluyen en esta plaza, cercando el espacio público y cerrando el debate sobre lo que debería ser la forma en la que habitamos el espacio público en Medellín”, dijo Esteban Romero, miembro de la organización Ciudad en Movimiento.
Los comentarios sobre la forma en la que las vallas simplemente desplazan el problema han sido múltiples. Al salir del perímetro segmentado la inseguridad pareciera estar esperando, así lo explica la coordinadora administrativa de la Corporación de Comerciantes del Corredor de Bolívar, Corbolívar, Patricia Palacio:
“El cierre de los sectores lo que genera es una percepción de inseguridad en el entorno, se requiere presencia policiva y otras instituciones como lo son inclusión social y espacio público, además, estar haciendo los respectivos controles permanentemente y no a raticos”.
La coordinadora dice que desde la corporación ya han comenzado a sentir malos reflejos del cerramiento, entre estos el incremento de problemáticas como la población habitante de calle, alcohólicos, consumo de sustancias alucinógenas y ventas ambulantes, en los alrededores del área protegida.
“Últimamente nos han tocado días duros, los indicadores han aumentado. La iluminación debajo del viaducto específicamente es prioritaria, es un factor de oportunidad para la inseguridad. La seguridad es integral y la clave es la articulación”, concluye.
Los contras de la medida parecen no ir dirigidos entonces a las vallas por sí mismas, sino más bien a la gestión, o no gestión, de las problemáticas de las que busca deshacerse. Solo el tiempo dirá si las acciones en el sector fueron efectivas y si se consigue mantenerlas por lo que resta de esta administración.
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