El tradicional Versalles fue el cuartel general de los nadaistas
Y como si los Panidas se hubieran reinventado o reencarnado, en el centro de Medellín los primorosos años cincuenta vieron nacer también el nadaísmo, una corriente de vanguardia que fungía como la versión criolla del existencialismo de Sartre. La Medellín que crecía hacia todos los costados, con su carga de opulencia y desarrollo, pero también con miseria y alienación, reunió en 1958 a estos jóvenes en el centro, en Junín, comandados por el poeta Gonzalo Arango (Andes, 1931), y allí gestaron, en sitios como el salón de té Astor, una serie de acciones trasgresoras para provocar a la burguesía y a las instituciones, nuevamente dominadas por una férrea actitud conservadora.
Jaime Jaramillo, Eduardo Escobar, Jotamario, Humberto Navarro, Fanny Buitrago, Amilcar Osorio y otros nombres, fueron los discípulos que hicieron crecer la corriente, cuando en la Catedral Metropolitana, ahí en el Parque Bolívar profanaron “La sagrada forma” que era como le llamaban religiosamente a la hostia de la comunión. El Bar Metropol, en Maracaibo, también fue centro de sus reuniones, a las que incluso, invitaban niñitas “bien” de la época.
Iban a la cafetería Donald, al lado del entonces Teatro Junín, donde hoy está el Coltejer, pasaban por la Heladería Bamby y ya en los 60, tomaron como cuartel general el Salón Versalles, dicen las malas buenas lenguas, “para hacerse en las mesas cercanas a las escaleras y ver subir a las jóvenes hacia el segundo piso descubriendo piernas y traseros, gracias a las faldas de la época”.
También se les vio en las residencias estudiantiles de San Ignacio y Niquitao, en los apartamentos de El Huevo, en las mansiones del Parque de Bolívar y, como no, en la plazuela de San Ignacio. Algunos, incluso con mayor abolengo, se vieron por los pasillos del Salón Dorado del Club Unión.
La disolución del nadaísmo a comienzos de los 70, no hizo más que acrecentar la leyenda de ese movimiento surgido y criado en el centro de Medellín. Hoy los nuevos escritores aún hablan de ese centro, ahora están por los alrededores del Parque del Periodista, narrando lo que aquí pasa, lo de esa magia que no se la ha llevado el humo, el que nos vendieron y el de tanta marihuana.
Ni siquiera crónica, tal vez un raro avistamiento desde el tendido de sombra, como para sacarle el culo a los ecos de la historia, embarrancado en aproximaciones o consejas de unos pocos, como para negar esa existencia que dio cabida a todos, y hoy, en medio de la nada todavía existe sin temor de ser nada, o representar desde tras lujosas bambalinas, lo que somos: NADA.