Por: Juan Moreno
A Hugo Caro lo saludan todos los habituales a la zona. Pasan por el lugar o ingresan a su bar no sin antes estrecharle la mano o darle un abrazo fuerte, cómplice, como el que se dan los roqueros cuando se encuentran, apretando sus chaquetas de reluciente cuero negro tachonadas de metal y que emiten ese sonido tan particular cuando las toca con fuerza una mano amiga. El hombre es uno de los “pioneros” en colonizar a punta de rock duro el paisaje sonoro en los alrededores de las Torres de Bomboná y regenta desde hace 10 años el bar “Rock Simphony” en la zona comercial de dichas edificaciones.
Gracias a la programación del teatro Porfirio Barba Jacob, el Porfirio para los amigos, los seguidores del Heavy Metal en todas sus variantes fueron encontrando en este lugar una especie de burbuja en la que respetan y son respetados y en la que, sabedores de que cada vez quedan menos cófrades de su estilo de vida, tratan de mantener vivo el sentimiento y se saben portadores de un testimonio que conoció mejores días en Medellín.
Hugo viene desde la urbanización Villa del Aburrá, que también tuvo una zona de encuentros roqueros y donde manejó el bar durante cuatro años, pero allí la cosa no funcionó. Su local es algo extraño porque funciona como pizzería y en la entrada el olor característico del manjar italiano inunda el ambiente. Pero das dos pasos y adentro el sonido furioso del Ultra, el Thrash y el Hardcore lo captura todo. Casi ni se puede hablar pero eso es lo que menos importa. A mí que dizque me gusta el rock, la atmosfera también se me torna Heavy y prontamente debo buscar la salida, con el pretexto de hallar más lugares como el de Hugo.
Media cuadra más abajo, en el cruce de Girardot con Bomboná, aparece “Arkangel”, muy recomendado también y que tiene una programación menos densa, según entienden mis oídos. Es un espacio pequeño, con barra y no más de cinco o seis mesas. La mayor parte de las conversaciones se desarrollan afuera, en la acera. Hay roqueros de vieja data, mantenidos desde los ya lejanos 80 e incluso miembros de algunas bandas de la “escena local”.
Esta noche es distinta en los alrededores, porque en el Teatro Matacandelas hay un concierto de Mayhem, sacerdotes noruegos del Black Metal y cuyas entradas llevan ya varios días agotadas por cientos de fieles que llenan cuadra y media en perfecta formación. Lucen altivos sus camisetas alusivas a la banda y nadie tiene una prenda que no sea negra. El grupo, caracterizado por la virulencia y fuerza de sus shows en vivo, promete un espectáculo digno del ambiente.
Una cuadra hacia el sur, por Girardot, está Retro, un sitio reservado para conocedores. Mientras estuve allí, no reconocí nada de lo que en el lugar sonaba, y ya les dije que creía saber de rock. Las conversaciones giran en torno a tal o cual toque, o a la salida de un integrante de una agrupación internacional. Otros comentan que alguien está vendiendo una guitarra Gibson y un bajo Fender y que “aguanta para terminar de armar la banda. ¿Sí o qué?”. El local, definitivamente, es para iniciados.
En busca de aires más conocidos recalo en La Pascasia, galería – restaurante – bar – sala de baile en la calle Pascasio Uribe. Allí hay una fiesta de rock, pop y rock en español. Aquí sí entiendo lo que pasa, aquí sí hay conocidos, aquí sí me tomo un trago y aquí sí me atrevo a cantar y a bailar una o dos canciones de aquellos 90, cuando los bares de rock no venían al centro, o por lo menos, no tanto. Pero que, gracias a Hugo y sus cómplices, mantienen viva la pasión por el metal, esa que alguna vez hizo conocida a Medellín como “La ciudad roquera de Colombia”, antes de convertirse en lo que es hoy, el pequeño Puerto Rico del reggaetón.