Natalia Andrea tenía ocho años de edad y vivía en el barrio Blanquizal de la comuna 13, una de las zonas más violentas de Medellín para la época. Era la séptima de ocho hermanos, todos hijos de Julia Ester García Mora, una mujer de 33 años que trabajaba como empleada doméstica.
Durante la tarde del 1 de setiembre de 1993, la niña estaba jugando afuera de su casa con algunas amigas cuando, de repente, cayó al suelo a causa de un disparo.
Fue llevada de emergencia al hospital pediátrico San Vicente de Paúl. El pronóstico no era bueno, los exámenes descubrieron que la bala había impactado su columna. Tenía fractura de vertebras, daño a la médula espinal y a uno de sus pulmones. Los doctores le dijeron a la madre que, si quedaba con vida, no volvería a caminar.
Sin embargo, algo inexplicable ocurrió. Julia rezaba con fervor por su hija en la capilla del San Vicente pidiendo por un milagro, así mismo lo hacían sus compañeras de colegio en unión con sus profesoras, las religiosas escolapias fundadas por Paula de San José de Calasanz. El 10 de septiembre, Natalia fue operada de la columna y se confirmó la pérdida de un 10% de médula ósea. Sorprendentemente la niña evolucionó bien, el 20 de septiembre le dieron de alta y salió en silla de ruedas con una parálisis ligera de la pierna izquierda.
Sin que hubiera pasado un mes del accidente, Natalia comenzó a sentarse sola y pronto logró ponerse de pie. Desde entonces llevó una vida completamente normal, pudo correr y jugar como cualquier niño.
Los médicos del Vaticano certificaron la gravedad de su caso. Su recuperación fue muy rápida y permanente, de modo inexplicable y sin rehabilitación. Por este milagro que presenció el centro, Sor Paula de San José de Calasanz fue canonizada por el Papa Juan Pablo II, el 25 de noviembre de 2001.
La magia de un sitio fúnebre
Desde que se cruzan las puertas del Museo Cementerio de San Pedro, ubicado sobre la carrera 51, Bolívar, en el ambiente se respira espiritualidad. A diario a este lugar llegan decenas de personas, no solo a visitar a sus fallecidos, sino también a elevar plegarias y realizar rituales en el campo santo.
Fundado en 1842 por iniciativa privada de 50 familias adineradas de la ciudad, entre sus múltiples capillas y mausoleos, los cuales dan cierta sensación de estar en un laberinto, no son pocas las personas que cuentan haber tenido experiencias milagrosas.
Con el paso del tiempo, las historias se han convertido en leyendas que han originado creencias en torno a ciertos espacios del cementerio. Uno de ellos son Las Tres Marías, también llamadas las tres ánimas. Se trata de una escultura de gran tamaño elaborada en bronce por el artista paisa Bernardo Vieco, en la que se aprecian tres mujeres cubiertas por velos.
Los voceros del cementerio explican que el artista la concibió como ‘Tres Parcas’ o ‘Moiras’ de la mitología grecorromana, aquellas que controlan los hilos del destino.
Un enfermo terminal que recuperó su salud, una familia sumamente endeudada que se libró del embargo, una madre que recuperó a su hijo perdido, son solo algunos de los milagros que se le atribuyen a las Marías. Durante todo el año los visitantes les ponen flores, frases o hasta vasos con agua, basados en la creencia de que las ánimas están sedientas.
“Cuando estamos en alguna situación difícil, nosotros lo que hacemos en bañarlas, así nos enseñaron en la casa. También como acción de gracias por los milagros concedidos; las Marías ayudan con mejorar la salud o hasta cuando uno se atrasa con renta”, cuenta Eucaris Salazar, habitante de Lovaina, quien frecuenta el cementerio en compañía de sus hermanas.
Peter Lovrek
Hans Maximilian Lovrek era un delegado de Austria en Colombia; habitaba en Medellín junto a su esposa e hijos. Era una familia bastante querida por sus vecinos locales. Los Lovrek parecían disfrutar de ayudar a la comunidad sin importar cuan grande fuera el problema. Como eran personas acaudaladas, nunca les faltaban los medios para lograr tal misión. 
Así, la familia se hizo fama de ser acreedora de una extrema bondad, y se convirtieron en parte importante de la ciudadanía. Sin embargo, en 1954 la tragedia azotó a los Lovrek. Uno de los hijos, Peter, falleció en un accidente aéreo del que poco se tiene registro, y con tan solo 16 años fue enterrado en un hermoso mausoleo en el interior del Cementerio de San Pedro.
Quienes conocían a la familia estaban devastados con la muerte del joven. Por eso, hicieron que mantener el mausoleo decorado fuera una tradición, la que poco a poco fue evolucionando en la leyenda de que Peter, quien había sido tan amable en vida, también lo era en muerte, y estaba dispuesto a ayudar a quien se lo pidiera.
Los fieles comenzaron a visitar el mausoleo de los Lovrek para pedir milagros al chico, que a muchos se les concedieron.
“Me dijo una amiga que como él era muy inquieto por ayudar cuando estaba vivo, así había seguido después de la muerte. Yo estaba tan desesperado, que no me quedaba más que intentar lo que fuera. Y pa´ allá me iba todos los días, a poner flores y hacer una plegaria. De eso hace como cuatro años, y hoy mi mujer está como si nada, para mí eso es cosa de Dios”, relata Hugo Ceballos mientras vende flores a los alrededores del campo santo. Luego de que su mujer se curara de una osteomielitis que amenazaba con quitarle la vida, causada por una escara mal cuidada, el hombre no tuvo más opción que convertirse en creyente y profeta de los milagros que ocurren en el centro de Medellín.
