Yo no sé si es una actitud que va impresa en el ADN de quienes nacemos en estas coordenadas del mundo, o si es un problema global de la condición humana. Culpable soy yo
Lo que pasa es que a mí me falta salir más, pero de lo que sí estoy seguro es que los colombianos tenemos inserto (sin necesidad de vacuna) el chip de escurrir el bulto ante las responsabilidades propias. En resumidas cuentas, aquí nadie tiene la culpa de nada en cuerpo propio, siempre hay un “alguien” o “algo” a quien echarle ese muerto cuando nos toca poner la cara.
Desde pequeños, cuando cometemos un error, aprendemos a mirar hacia un lado en la búsqueda de una razón o una víctima para que sea el pararrayos de nuestra incompetencia. Así es como aprendemos a “esquiar”: “Es que fue que…”, “Es que usted me hizo hacer eso…”, “Es que lo uno”, “es que lo otro” y así nos vamos saliendo de la capacidad de asumir que sí, que cometimos un error, que no fuimos capaces, que nos quedó grande o que tomamos la decisión equivocada. Como si fuéramos superhumanos o máquinas programadas a prueba de fallos, tenemos una incapacidad casi total para aceptar que fue nuestra culpa.
Cuando éramos estudiantes, nunca perdíamos un examen porque no hubiéramos repasado o porque, simplemente, éramos unos perezosos de siete suelas o “maquetas”, no, para nada. Era que el profesor o la profesora nos tenía bronca, tirria o inquina, que no habían avisado que había evaluación o que eso que preguntaron nunca lo vimos o dijeron que no entraba en el examen. Siempre, para hablar en términos matemáticos, tuvimos cómo salirnos por la tangente. Y prueba de que la capacidad de sacar disculpas se transmite de generación en degeneración, es que nuestros propios hijos nos salen con el mismo cuento cuando les reclamamos por su magro rendimiento. Ahí es cuando decimos “mijo(a), yo también fui estudiante, a otro perro con ese hueso”.
¿Dónde lo habrán aprendido?
“Es que no me dijiste”, “es que no me avisaste”, “es que yo no sabía”, es que yo no leí” … Y así se nos va la vida, culpando al que pregunta o hace el reclamo o buscando a quién descargarle nuestra incompetencia.
¿No ven a los políticos? Esos son toda una escuela experta en esquivar el balonazo. Los que llegan a un cargo dicen que el anterior dejo todo limpio, seco de recursos y que entonces él se ve maniatado para ejecutar. Todo es culpa del gobierno anterior, allá llegaron sin poder hacer nada y así se van, para que el que llegue, le eche la culpa a este y así por los siglos de los siglos.
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Y en el amor sí que es bien bonito todo, oiga.
A nadie le ponen los cuernos por culpa propia, no. Siempre es porque el otro o la otra son esto o aquello. No es que uno sea tóxico o difícil, ni más faltaba, es que la pareja es una tal por cual o los tóxicos y locos son los otros. ¿Uno?, uno es un angelito que no hace milagros de pereza. Por eso es tan chévere escucharlos hablar por separado, echándose la culpa el uno al otro y sacándose en limpio. Solo aceptan la culpa cuando llevan unos mariachis trasnochados a cantar “Perdón” a ver si les dan reingreso para seguir haciendo de las suyas.
Una de las maneras en las que colectivamente más nos gusta justificar las derrotas en el deporte. A Colombia es el país que más le roban, al que más bronca le tienen o al que nunca nadie quiere ver ganar. Las federaciones, asociaciones y todo organismo internacional que rija la actividad muscular nacieron para ponerse en contra de nuestra tierra y de los nuestros. En fútbol el árbitro siempre es el culpable de que perdamos, así sea 6-0. Siempre hay una mano oscura que valida goles imposibles, un VAR amañado, un alegato eterno por el gol de Yepes que nunca lo fue. Nuestra impotencia, nuestra capacidad para ganarle a Brasil o a Argentina siempre es por culpa de los jueces. No nos falta sino endilgarle la responsabilidad a que la cancha era en subida o que ellos jugaban con un balón más chiquito. Desde el equipo del barrio, hasta la selección, nunca pierden por malos, o porque los otros sean muy buenos, no. Es por gente que se confabuló para dañarnos la vida.
Y así en el ciclismo, donde seguro los otros corren dopados o nos desinflan las llantas o le echan cemento a los tubos. Nunca por incapacidad natural. También nos han robado toda la vida en boxeo, en tenis, en baloncesto y hasta en curling o bobsleigh. Ah no, en esos no nos dejan participar porque la federación mundial no nos quiere, verdad.
Tenemos que aprender a asumir que sí, que no somos los mejores, a bajarnos del ego, a decir “si, ome. Nos la tiramos” o como mejor nos parezca.
Hay que dejar de buscar culpables por las cosas más elementales en vez de andar en un galimatías cantinflesco tratando de justificar lo injustificable. Eso fortalece el espíritu y desarma en las discusiones.
Nada más terapéutico que decir, “sí, tienes razón” o “me equivoqué” “ni supe” o “no fui capaz”. Eso se enseña con el ejemplo, con la razón con una buena educación para aceptar el fracaso.
Aunque, hombre, de vez en cuando también es terapéutico un “Arbitro hijue….”.
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