La donación del maestro Fernando Botero, hace más de 20 años, obligó a buscar una sede más grande para el museo. Se analizaron 28 propuestas, incluyendo la sede de la Fábrica de Licores de Antioquia.
Por Vanesa Restrepo
Era 1997. Mientras la ciudad hervía en las pasiones típicas de una jornada electoral, un grupo de arquitectos acompañado de Pilar Velilla, directora del Museo de Antioquia para ese momento, recorría los pasillos de la Fábrica de Licores de Antioquia en Itagüí.
A diferencia de los visitantes usuales, ellos no miraban las máquinas destiladoras de alcohol ni probaban los licores para verificar su calidad. Su propósito era definir si esa estructura (ubicada al lado de la recién inaugurada estación Aguacatala) podría servir como nueva sede para el museo que buscaba un espacio más grande.
La búsqueda no era fortuita. Varios meses antes, el 23 de mayo de 1997, cuando Velilla asumió como directora del Museo, se comunicó con el artista Fernando Botero pues había escuchado que el maestro tenía intenciones de donar parte de su obra a la tierra que lo vio nacer. “Yo sabía que el museo estaba casi en quiebra pero le dije que íbamos a crecer. Le pregunté si la oferta de la donación se mantenía en pie y él me dijo que sí, entonces le pedí que me dejara todo por escrito”, recuerda ella.
Ese mismo día llegó un fax dirigido al entonces alcalde de Medellín, Sergio Naranjo y al gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe Vélez. “Medellín necesita un gran museo que sea un atractivo más para la ciudad. Un sitio de fácil acceso, campestre, seguro, donde los jardines sean un atractivo más junto al arte. Un lugar de reposo y contemplación. Si el Municipio o la Gobernación donaran un lote realmente importante en tamaño y en ubicación, se podría construir un museo sobre los planos ganadores de un concurso arquitectónico”, se lee en la misiva firmada por Botero y que fue divulgada en varios medios de comunicación de la época.
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Pilar se reunió con ellos y les dijo que esta era la oportunidad perfecta para poner a la ciudad en el radar mundial y ambos estuvieron de acuerdo. Uribe propuso revisar lotes grandes, entre ellos el de la Fábrica de Licores de Antioquia (FLA) que no atravesaba por un buen momento y Naranjo dijo que tal vez podría quedarse en el centro y ocupar el antiguo Palacio Municipal.
Velilla y los expertos recorrieron 28 lotes en la ciudad e incluso alcanzaron a conversar con alcaldes de otros municipios como Bello. La idea de crear el museo en los más de 110.000 metros cuadrados del lote de la licorera ganaba cada vez más fuerza pues los arquitectos estaban maravillados con los techos paraboloides y soñaban con que se convirtieran en salones con paredes de vidrio.
El cambio de gobierno (en enero de 1998 Juan Gómez Martínez asumió como alcalde y Alberto Builes Ortega como gobernador) obligó a posponer la decisión hasta 1998. Gómez se comprometió a sacar adelante el proyecto para que la donación se hiciera efectiva, confirma Velilla.
Durante ese tiempo la FLA recibió una inyección de maquinaria para el lavado y enjuagado de las botellas y empezó a apostarle a más negocios, lo que enredó el traslado. Finalmente el gobierno de Medellín modificó el POT y se acordó que el museo se instalaría en el Palacio que años antes había sido declarado monumento nacional.
Con el cambio de sede empezó una nueva etapa para el museo y para la ciudad en general. Velilla cuenta que le propuso a Gómez que la manzana de edificios que estaba frente al museo fuera demolida para dar paso a una plazoleta y a él le encantó la idea. Botero se comprometió a que si esa obra se hacía realidad donaría 14 de sus esculturas (finalmente llegaron 23), además de las salas de dibujo, pintura y escultura con las que ya se había comprometido, y un millón de dólares para que el museo impulsara aún más su crecimiento.
En enero del año 2000 el maestro le contó al mundo, a través de una entrevista con el diario New York Times, que todo había salido bien y que viajaría a Medellín para el lanzamiento del museo y de la plazoleta. “Me dieron control total para hacer lo que quiera y quiero salas simples, minimalistas, donde el foco esté en el arte y no en la sala”, dijo entonces.
El 15 de octubre de ese año, dos niños cortaron la cinta del nuevo museo y Botero hizo el primer recorrido. Desde las pantallas de televisión la ciudad vio nacer dos de sus nuevos íconos.