Ningún lugar en el mundo agrupa tantas esculturas del maestro Fernando Botero como la Plaza Botero. Su donación ha sido el regalo más grande que haya recibido la ciudad.
Por: Andrés Puerta
El día de la inauguración de la Plaza Botero, al maestro Fernando Botero se le salieron las lágrimas cuando el obispo bajó y le dijo a él y al alcalde que se sentaran en el altar mayor de la Basílica Metropolitana. En ese momento recordó cuando entraba a la iglesia de la mano de su madre Flora Angulo, quien recién había enviudado y que trabajaba muy duro para poder sacarlos adelante a él y sus dos hermanos. Se imaginó el orgullo que ella sentiría viéndolo allí.
La noche en que llegaron las esculturas estaba lloviendo, las montaron en camiones, el maestro y el alcalde se fueron a la Plaza a esperarlas. Botero, protegido bajo una sombrilla, supervisó la ubicación de cada una, indicaba hacia dónde debían mirar, decidió a que altura tenían que estar, terminaron a las 5:00 de la mañana. La inauguración, a la que estaba invitado el presidente de la República, era a las 11:00. Adentro del Museo también cuidó cómo y dónde se colgaba cada cuadro.
Para conmemorar la inauguración hicieron varias celebraciones. La primera de ellas involucró a todos los trabajadores del Museo, el discurso central lo ofreció doña Luz Marina, una señora que servía los tintos y que había soñado, en las épocas más difíciles, que la prosperidad llegaría. En el sueño premonitorio pudo ver cómo ingresaban por la puerta del Museo cántaros de leche con los que hacían postres y arequipe. En la segunda, invitaron a cinco mil niños de Antioquia quienes cortaron la cinta. La tercera fue una fiesta de gala amenizada por Totó la Momposina y, en la madrugada, 70 mariachis que cantaron las canciones favoritas del maestro. Esa noche, Botero donó al Museo un cheque por un millón de dólares.
En diciembre de ese año, el alcalde invitó al maestro para que fueran a ver alumbrados en un camión de escalera. Mientras bajaban por la avenida La Playa, la gente los reconocía y les ofrecían tragos de aguardiente. Esa es una de las muestras de afecto popular que permanentemente recibe y que tanto emocionan a Botero. Él disfruta que la gente humilde reconozca su trabajo, encontrar en las cantinas láminas con los cuadros que ha pintado.
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Entre las décadas de los ochenta y noventa, la ciudad y el país estaban sumidos en una crisis profunda, la muerte era una presencia inminente en cada esquina. Medellín fue considerada la capital urbana más peligrosa del mundo, en 1991 se registraron 4 mil asesinatos, la cifra necesaria para llenar dos veces el teatro de la Universidad de Medellín, el más grande de la ciudad. Todas las personas e instituciones estaban en crisis, el Museo de Antioquia llevaba cuatro4 años sin pagar sueldos ni parafiscales, las luces de las diferentes salas únicamente las prendían cuando entraba algún visitante. Paradójicamente, Fernando Botero vivía su momento de mayor esplendor y prometió una gran donación a su ciudad natal.
La encargada de liderar el proceso fue Pilar Velilla, una mujer de ojos claros, sonrisa discreta y gran poder de convencimiento. Cuando llegó al viejo Museo, ubicado al lado de la iglesia de la Veracruz, algunas obras estaban en un cuarto sin control de humedad ni temperatura, otras estaban debajo de las escaleras, el registro se llevaba en un cuaderno escolar. En las afueras, había una cantina donde vendían drogas y licor adulterado, alcohólicos y drogadictos dormían en el piso, orinaban y defecaban contra las paredes. Desde el Museo comenzaron a tratar de cambiar la imagen, pusieron enormes jarrones con rosas en la entrada, intentaron atraer nuevos públicos. Llegaron colegios, padres de familia con sus hijos. En poco tiempo, se trasladó la cantina y al frente pusieron una venta de artesanías. Al evocar este momento, la directora de ese entonces, sonríe complacida.
Después, se comenzó a gestionar el traslado del Museo para una nueva sede, se visitaron terrenos en Bello, en la Fábrica de Licores y, al final, se decidió que fuera en el edificio del antiguo Palacio Municipal, el primero construido por una firma local. El proceso se convirtió en una icónica alianza entre el sector público y el sector privado.
De manera paralela, se inició el proceso de la construcción de la Plaza de las Esculturas, un espacio de 7 mil metros cuadrados, con 23 estatuas donadas por el maestro Botero. Tuvieron que demolerse edificios como el Luna Park (donde había billares, cafeterías, sastrerías y peluquerías) y el edificio de oficinas del Metro, que ni siquiera se había estrenado (la decisión fue compleja y obligó al alcalde de ese momento a demostrar que era más importante para la ciudad la construcción de la plaza). Don Jhon Mario Areiza trabaja en el sector desde 1996, en su máquina de escribir redacta contratos, compraventas y casi cualquier documento jurídico. Hhoy en día sigue digitando afuera de un bar en los alrededores. La Plaza se construyó como una nueva centralidad para Medellín, que después de la obra del viaducto del Metro perdió el centro natural, ubicado en el Parque de Berrío.
El día de la inauguración también se hizo un festival con 800 artistas, desde una bailarina de ballet hasta un grupo de rock. Ese fue el día en el que Botero lloró y en el que, además, se convirtió en el primer guía del Museo, al conducir varias expediciones de niños por los salones, corredores y escaleras.
Se están celebrando los 20 años de su inauguración
Alberto Ávila es fotógrafo desde hace años 15 en la Plaza, llegó desplazado del municipio de La Dorada, Caldas, él ha sido testigo de la transformación que ha traído para la ciudad este espacio que es epicentro turístico. Con el dinero que gana fotografiando a turistas locales, nacionales y extranjeros obtiene el sustento para él y su esposa, además paga la educación universitaria de sus dos hijas.
María del Rosario Escobar, actual directora del Museo, una mujer entregada a la cultura y que ha establecido un diálogo permanente con el entorno de la Plaza, piensa que la mejor forma para celebrar es adquirir mayor conciencia, pensar e investigar sobre el espacio público, analizar lo que fue esta alianza pública y privada, dejar un legado, un conocimiento, por eso desarrollaron una investigación y un documental sobre el Museo y la Plaza Botero.
En la celebración, la Gerencia del Centro, de la Alcaldía de Medellín, el Metro, el Museo y Corpocentro anunciaron la firma de una alianza para la creación del Distrito Histórico del Centro de Medellín. Además, el alcalde Daniel Quintero comunicó que el 2021 será el año Botero. El maestro recibirá condecoraciones y algunas de las principales fiestas estarán engalanadas por su obra.
Mientras en otros espacios de la ciudad a las esculturas hay que mirarlas hacia arriba, porque están montadas en pedestales y son inalcanzables. En la Plaza están cerca, la gente puede tocarlas, interactúa con ellas, puede decirse que tutean a la gente. Las personas las sienten como propias y por eso cuando alguien ha intentado atentar contra ellas, todos se movilizan. En la proximidad radica su defensa. Como la gente puede tocarlas, las considera intocables.
En resumen, LA PLAZA BOTERO debe ser cerrada con buenas rejas y controlar el ingreso.
Lamentablemente existen algunos salvajes en nuestra ciudad que desconocen el significado y el valor de las obras de arte, en especial en el caso de las donaciones del maestro Botero.Ya son varios los daños causados. Cuento una vieja anécdota: Por allá en los setentas visité el parque cementerio de Gatwick, en las afueras de Londres pues el IRA había derribado de su pedestal , con una bomba, el enorme busto de bronce de don Carlos Marx. De novelero seguí de paseo por el gran parque sin mirar la hora. Era verano y oscurecía muy tarde. Al ingresar al parque no leí el aviso que decía que el horario era de 9 a.m. a 6.00 p.m. Claro, la enorme puerta de hierro de dos alas estaba bien cerrada y había dejado mi carrito paqueado afuera. El parque-cementerio rodeado de altos muros y ya me daba “Cosita que llegara la noche”. Al fin me trepé a un árbol cercano a la muralla y de una de sus ramas me tiré al andén exterior. Ahí dejo y después cuento lo que pasó más tarde.
El Parque San Antonio inició el proceso de reconstrucción comercial y urbanistica de barrios como Guayaquil, colon y Calle Nueva. El Parque Botero disparó la degradación de Estación Villa, Villa Nueva y Candelaria. Intervención urbanistica inmediata, CERO HOTELES por ratos.