Por toda La Candelaria se dispersan quienes se dedican a oficios en los que el tiempo es sin duda un referente. Por un lado, están los que con extrema minucia reparan piezas elementales de la vida cotidiana, por el otro, están quienes ven en el paso del tiempo un tesoro.
Alonso Berrío, todos los días, desde hace 50 años, llega a su negocio en la calle Maturín, muy cerca de la estación San Antonio del Metro y con extrema precisión se encarga de devolverle su curso a cualquier reloj.
Anderson Urrego, significativamente más joven que sus colegas, dice haber heredado el oficio de su padre, José María Urrego, quien le enseñó todo lo que lo que sabe sobre esta labor que se va quedando sin aprendices.
Gerardo Abad Salazar es relojero y no escatima en decir que es un enamorado de su oficio, al cual le ha dedicado 32 años de su vida. Hace 20 años tiene un puesto en Parque Berrío y no concibe sus días sin llevar un reloj en su manoo puesto. “No entiendo como hay gente que no usa reloj”, agrega curioso.
Ivo Correa es relojero desde 1981. Su especialidad son los péndulos: los enormes relojes de piso al estilo grandfather, los discretos y elegantes modelos de mesa o pared, los relojes cucú, los péndulos de pesas y, hasta máquinas tradicionales de madera de más de 150 años.
Han pasado 17 años desde que Heriberto Agudelo se dedica al extraño arte de atesorar objetos que algunas personas van desechando, pero que para otros son verdaderos tesoros. Su especialidad son los radios y relojes de pared.
Han pasado 17 años desde que Heriberto Agudelo se dedica al extraño arte de atesorar objetos que algunas personas van desechando, pero que para otros son verdaderos tesoros. Su especialidad son los radios y relojes de pared.
Al caminar por la carrera Carabobo, además del bullicio, los remates de “todo a $5 mil” y la gente caminando apresuradamente, se puede apreciar ahí con una pasividad pasmosa a Ramón Emilio Mando, un hombre que por 19 años se ha dedicado a encontrar objetos antiguos y darles una segunda oportunidad.
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