OPINIÓN
Por: Juan Moreno
Sí, la verdad es que no veíamos la santa hora de volver a ser los mismos de antes, pero con tapabocas. De poder invadir las calles de nuevo con nuestro ya bien arraigado desorden, con nuestra actitud mezquina, con el egoísmo y la desidia que nos caracterizan en la imperfección que nos gobierna.
Qué lejos se ven los días del comienzo de la cuarentena cuando, presas del arrepentimiento que siempre nos agarra en los momentos de angustia, comenzaban a escucharse los llamados a la reflexión, a los cambios de razonamiento, a la introspección, a hacer un alto en nuestras vidas para que el encierro por lo menos nos sirviera para parar un poquito, para dejar tanta bobada que cargamos y esa corredera hacia ninguna parte que nos quita siempre años de vida.
Las redes sociales se llenaron entonces de pensamientos e invitaciones a volver al ser, a la raíz, a resetearnos y a valorar lo verdaderamente valioso. Qué risa y qué ternura. Llegó el virus, la pandemia, la cuarentena y solo aprendimos a lavarnos las manos, físicamente, porque mentalmente ya es una práctica tan vieja como la alegoría de Pilatos hace casi dos milenios. Cuando medio volvieron a abrir las puertas para salir, el relajo volvió recargado, despertó con renovados bríos, atacó con toda.
La informalidad que tenemos para todo los que vivimos a este lado del trópico viene como en el ADN, en el mapa genético, y a los que medio nacen disciplinados entonces se les coarta esa dote y se les obliga a llevar una vida muelle y contemplativa, mientras se les inculca a través del ejemplo cómo “el vivo vive del bobo” y el “haga plata honradamente y si no puede, pues haga plata”. Es claro que no es en todos los casos, por supuesto, pero sí es una constante o como llamarían ahora, una “tendencia”.
Ni bien se decretó la reapertura gradual (léase “total”) a comienzos de este mes, volvió la masa a la calle con las mismas lindezas de siempre: rebosantes de agresividad y malas maneras, cada uno por su lado y pasando por encima del otro y lo más bonito, irrespetando todos los consejos, las normas, los protocolos. “Eso es para pendejos”, “el virus es un invento de Bill Gates”, “nos quieren manipular”, “es una gripita”, “no conozco al primero que le haya dado esa cosa” y así. Una pirotecnia la mar de evasiva para justificar nuestra viveza.
Centros comerciales donde ya ni toman la temperatura “porque hay mucho taco para entrar”. Aunque, bueno, aquí sí les doy la razón. A nadie con fiebre o un malestar bien jodido se le va a ocurrir ir a darle vueltas a esas moles. Lo más gracioso fue en estos días, que me tomaron la temperatura con una pistola de esas y marqué 32.5 grados, o sea, una hipotermia brava. El vigilante, con la preparación que debe tener un vigilante que toma temperatura, dijo que le dijeron mientras no suba de 37.5 puede entrar cualquiera allá. Una real tontería.
Y una vez adentro, lo mismo de antes. Gente apeñuscada para comprar un helado, otros haciendo fila para ingresar a los supermercados por un pan y una bolsa de leche, los de más allá juntando mesas para que cupieran más comensales y así, todo lo mismo, pero con tapabocas.
Y hablando de tapabocas, la tendencia es llevarlo en la cumbamba o destapando la nariz. “Que quiero comer / beber / fumar””, “que no puedo respirar”, “que se me empañan las gafas”. Siempre hay una disculpa para no llevarlo como es. También resulta gracioso como la prenda ahora hace parte del vestuario en forma de un accesorio más. Los hay brillantes, con lentejuelas, de muñequitos, dorados, de reconocidas marcas de lujo, en fin, hay hasta tapabocas quirúrgicos, o sea, los que sí sirven. Porque hay otros que llevan máscaras para pintar o anti gas, otros se ponen bufandas, en fin, tan variopintas que son las formas de burlarse de la ley o ni siquiera de la ley, de las recomendaciones por el bien de nuestra propia salud. Pero como “eso les pasa es a otros”…
Y las calles, una delicia. Otra vez los trancones, la gente que no cabe, los que dejan y recogen pasajeros en media vía, los que te echan el carro o te cierran, los que pitan por todo y parquean en cualquier lado, los que salen a correr en sus motos. Uno se pregunta lo aburridos que estarían todo este tiempo en sus casas sin tener a quien pitarle, cerrar o echarle el carro.
También están al orden del día los que huyeron despavoridos a los pueblos, sobre todo a los turísticos. Allá llegaron a abarrotar todo lo abarrotable, a entorpecer las campañas que se venían adelantando, a copar iglesias, sitios nocturnos, de comida y bebida, en fin. Eso sí, también los dueños de estos lugares, con tal de ver moverse de nuevo la registradora, decidieron mirar hacia otro lado.
Y luego, vendrá el llanto y crujir de dientes. La culpa nunca será nuestra sino del gobierno. Cuando el llamado era a tener autocuidado nunca estuvimos preparados para eso porque somos unos dejados, unos cómodos, unos, como diría la vice, atenidos. Nada nos sirve, ni estar encerrados ni estar en la calle. Había que hacer la reapertura de todo, pero no se podía dejar en manos nuestras porque no nos importa ni aprendimos nada. Hombre, si no sabemos para qué es ni cómo se usa un tapabocas…