El restaurante Tomás, en la Plaza Minorista, es un tiquete al Chocó al mediodía. Cerca de 15 mujeres afro y un venezolano corren de acá para allá entre un montón de mesas desperdigadas por un corredor inmenso. Toman y llevan pedidos a dos manos en un frenesí que no da tiempo para la pausa. A la hora del almuerzo el lugar es un hervidero de gente que busca el mejor pescado frito de la ciudad. Uno no sabe si será el mejor, pero uno de los más grandes sí es. Lo que primero se aprecia cuando se desemboca en la zona de comidas de este sector, llamado “Quincalla”, son los bocachicos y los bagres que no caben en los platos.
Encontrar mesa es una utopía y entonces toca compartir con comensales desconocidos, a los que en su mayoría no les importa comer con quien sea con tal de probar estas delicias de mar y rio y, claro, el famosísimo sancocho levantamuertos. “Al que no le guste compartir mesa que se vaya para un restaurante chino, que esos se mantienen solos”, sentencia Paola García, hija de María Celestina Valencia y quién administra el lugar desde una especie de trono donde se divisan todas las mesas. A su lado tiene pegada en la pared una lista con la tabla del 9, porque cualquier plato vale lo mismo, nueve mil pesos, con derecho a una cantidad ilimitada de guarapo.
Un local de no más de 5 metros cuadrados sirve de cocina y despacho para más de 80 clientes que se juntan al tiempo. La rapidez con la que sacan los platos es una coreografía en medio de gritos y aplausos. Eso sí, hay ordenes, carreras, cuentas rápidas y ollas y ollas gigantescas con arroz con coco, ensalada de repollo y la sopa que acompaña cada pedido. Todo sale en minutos y nadie se queda esperando. Yurany, Deicy, Katerine, María, Rosita, “Kardashian” y las demás empleadas no paran un segundo. Tienen memoria de rencorosas para saber dónde llevan cada servicio y cuánto es la cuenta de cada quién.
Lucen en este día camisetas alusivas a las fiestas de San Pacho, una celebración tradicional del exuberante Chocó. “Como no podemos ir a celebrar armamos la rumba aquí”, dice Paola.
Bagre frito, “sudao”, tilapia, trucha, cachama, sierra, bocachico y los viernes, cazuela de mariscos, componen el menú.
Tomás lleva 13 años en la Minorista y lo bautizaron así en honor al hijo de ella. Bagre frito, “sudao”, tilapia, trucha, cachama, sierra, bocachico y los viernes, cazuela de mariscos, componen el menú. Los compran ahí mismo en la pesquera de la plaza. Paola es natural y vecina de este municipio pero su mamá viene del Baudó. Dice que fueron las primeras en tener un restaurante de estas características en la plaza y que los demás son copias, que no tienen competencia.
Trabajan de 8 y 30 de la mañana hasta las cinco de la tarde, todos los días, sin descanso dominical o festivo, “25 de diciembre, primero de enero, en Semana Santa, todos los días se abre”, dice Paola.
La actividad comienza para María Celestina a las dos de la mañana. Ella llega a la plaza a las cuatro y empieza el ritual de la compra del pescado, la preparación del arroz, la ensalada y la sopa, para así tener todo listo para los clientes, que nunca son pocos. “Aquí viene gente que no sé de dónde será pero vienen hablando inglés, con traductor y todo. Gente de El Poblado que nos busca por la sazón… ¿O cómo le pareció, pues?” pregunta Paola entre risas.
El sábado, cuando CENTRÓPOLIS conversa con ella, el lugar se ve a reventar, pero dice que no hay voleo, que tenemos que venir el domingo para que veamos lo que es bueno. “Al que va terminando hay que pararlo de la mesa porque la gente hace fila y esto no es para hacer visita. Aquí es indio comido, indio ido”, ríe.
María Celestina montó el restaurante para ayudar a su papá. “Él se vino desde Chocó con la mujer de él y yo tenía que ayudar, entonces lo abrí con una mesita y me resultó. Yo no pensé que fuera a ser tan famoso. Mi plato estrella es el bagre, lo aprendí a hacer con una idea que me dio el Espíritu Santo”, asegura seria.
Aquí cualquier pedido vale lo mismo, nueve mil pesos, con derecho a una cantidad ilimitada de guarapo.
No se cansa de comer sus propias recetas, es su alimento diario y el de sus cuatro hijos, quienes le ayudan también con el restaurante, es un negocio familiar. “El precio también es otra ventaja del restaurante, la tradición y la seguridad, dice, mientras muestra anillos y joyas doradas que lleva puestas. Aquí se puede andar con todo esto porque es un sitio sin problemas, aquí no se pagan vacunas ni nada de eso”.
Diciembre y Semana Santa son las mejores épocas. “Un jueves o Viernes Santo esto no tiene entradero”, dicen las dos casi en coro. “El paisa es muy bueno pa´comer pescao, casi como nosotros. Mejor dicho, ya es muy poquito el negro que atendemos”, termina María Celestina, mientras uno de sus meseros pasa raudo diciendo “!Ojo que voy echando humo!”. La mejor descripción para el frenesí que se vive mientras un pedazo del Chocó se huele y se siente donde Tomás.